Gestión de Negocios

La persistente y contagiosa ‘ley del mínimo esfuerzo’

La superioridad o excelencia no están en su código de referencia, sino el cumplimiento de lo básico, y ya.

Es triste ver a quien opera su vida profesional en mínimos.

Con cálculo milimétrico, sólo hacen aquello estrictamente necesario. Con desinterés del objetivo, sólo ejecutan aquello que la circunstancia les hace indispensable. Y con desfachatez, asumen que no están obligados a nada más que lo propio.

Sin ser siempre muy visibles o vocales, abundan en las empresas. No incumplen lo esencial, pero se mantienen en la línea del mínimo esfuerzo. No suelen ser confrontativos, pero sí tienden a desarrollar un cierto nivel de astucia para jugar con los tiempos y resultados. No es fácil reclamarles un incumplimiento, pero sí erosionan un mejor ritmo de la organización.

¿Qué ambiente nutre la multiplicación de este tipo de conductas organizacionales? Aquí tres fenómenos para la reflexión directiva:

1) Lo ordinario se festeja.- Los resultados normales o los actos indispensables, que deberían ser esperados como el piso mínimo a entregar, tienden a celebrarse como si se tratase de algo sobresaliente.

Y no es mostrar ingratitud por la tarea bien hecha; es que si el festejo de lo mínimo se hace hábito, se nulifica la celebración de lo realmente extraordinario o sobresaliente.

2) Lo fácil siempre le gana a la calidad.- Es la distinción emblemática de los protagonistas de lo mínimo. Hacen lo que es más sencillo, más rápido o menos enredado y salen al paso. Salvo estricta obligación, no se meten al fondo de un asunto o a resolver lo estructural.

La superioridad o excelencia no están en su código de referencia, sino el cumplimiento de la básico y ya. Los mínimos de flotación son el estándar que les satisface.

3) Lo coyuntural siempre subordina lo estructural.- Con el argumento de la prisa o la importancia inmediata, la prioridad para procesar lo de hoy siempre está por encima de meterse a trabajar o reestructurar las distintas partes relacionadas del todo.

Y resulta tan cotidiano este estado de las cosas que solamente al paso del tiempo permite que aflore que lo relevante, complejo o detallado no se resuelve nunca y, en más de una ocasión, ni siquiera se avanza.

La ley del mínimo esfuerzo es contagiosa. Con honrosas excepciones, es más probable que en una compañía muchos reduzcan su desempeño al nivel de lo mínimo esperado, que los más empaten su actuar y autoexigencia a niveles de co-elevación continua y rendimiento superior.

Todo lo que se hace en una organización es consecuencia de lo que sus protagonistas creen. Y si una empresa no inyecta en el ADN de su esencia conductual la exigencia continua en el esfuerzo individual, el buen actuar colectivo y la distinción operativa, la inercia se encargará de conformarla con la mejora marginal homologadora o la sobrevivencia básica funcional.

Dicen los que saben que los negocios son de personas. Así que cuando me preguntan ¿que hace que una entidad productiva se distinga en máximos de actuación productiva?, tiendo a responder que, antes que nada, jamás tolerar la terriblemente persistente ‘ley del mínimo esfuerzo’.

Y el Gobierno de la CDMX espera que declares el uso actual de tu inmueble

El umbral lo pusieron en 4.5 millones de pesos. Si tu propiedad excede ese valor catastral en la boleta predial, deberás presentar este año una cuestionable declaración informativa sobre si está ocupado o no y, en su caso, el tipo de uso que se le está dando.

El formato de la Secretaría de Administración y Finanzas ofrece seis respuestas alternativas y solicita una explicación de la causa que motive una respuesta negativa a la posibilidad de compartir esa información “para efectos estadísticos del mejoramiento del catastro”. Vaya bizarra obligación para dueños que deberíamos tener el derecho a mantener en el ámbito de lo privado el uso de cualquier propiedad.

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