María Hanneman sólo tiene 17 años y se ha forjado ya como una gran pianista. No es hija de músicos, sino de una pareja de publicistas. Fue un bebé nacido de manera prematura. Durante su larga estancia en el hospital, mientras ganaba peso y se reponía, le acercaban al oído “un peluche que tocaba música clásica si le apretabas la pancita, y yo me emocionaba muchísimo y me ponía muy contenta”. Algo tuvo que ver el monigote con su vocación, piensa.
A los cuatro años empezó a tomar lecciones básicas de piano. Ella las pidió después de recibir un pianito rojo de juguete. El instrumento le llamó la atención y ya nunca lo soltó. Aprendió primero con la maestra de música de la escuela, pero la niña exigía cada vez más tiempo de clase: media hora, 45 minutos, una hora, media más.
La maestra Leslie Mizrahi, directora del método Susuki, hizo despegar a María Hanneman. La guio en su primer recital, en su primer concurso –a los seis años–, en su primer festival. Pasaban casi todo el día juntas, viajaron a las ciudades más importantes del país. Mizrahi la ayudó a preparar los exámenes para que Hanneman fuera aceptada en el Conservatorio Nacional de Música.
Entre otros premios, María Hanneman ganó el primer lugar de la International Music Competition, y obtuvo el Gran Prize Virtuoso de la competencia realizada en Londres.
-Supongo que muy pronto tu maestra supo que tenías un don-, aventuro.
-Sí, les decía a mis papás que no se me estaba complicando tanto, que tenía mucha facilidad y que le agarraba la onda rápido a los libros y a las piezas. Al principio me costaban las piezas que se tocaban con las dos manos haciendo cosas diferentes, por la coordinación, pero luego ya.
María Hanneman me cuenta vía remota desde su cuarto, un cuarto de niña, sobre su ingreso al Conservatorio Nacional de Música, a los nueve años. Mientras estudiaba en el sector infantil, completó la educación primaria. “Cuando pasas a secundaria, entras a profesional, y así le hice”.
Hanneman (el apellido es holandés) iba por las mañanas a la escuela y por las tardes al conservatorio. “Ahí era muy feliz. En la secundaria, los chavos comunes y corrientes no entendían cierto tipo de música, y me molestaban. Mis compañeros del conservatorio eran otra cosa. Acabé la prepa abierta en seis meses para poder dedicarme sólo a la música”.
A la fecha, Hanneman ha asistido a 23 festivales, ha dado más de 40 conciertos y recitales y ha tocado con más de ocho orquestas, en el Palacio de Bellas Artes, el Carnegie Hall, el Royal Albert Hall y el Mozarteum. “He trabajado y estudiado muchísimo; me he dedicado y he puesto todo mi esfuerzo, todo mi amor, y ya cumplí varios de mis sueños, el más reciente fue tocar con Alondra de la Parra (en la segunda edición del Festival PAAX-GNP)”.
Hanneman está terminando la carrera de piano en el Centro Integrado de Música Padre Antonio de Soler, de San Lorenzo de El Escorial, en Madrid. Le falta un último año escolar, antes de continuar en un conservatorio superior, en el que permanecerá los próximos cuatro años. María Hanneman aplicará en Barcelona, Berlín, Rusia, Londres, París y Estrasburgo, además del propio Madrid. “En el Reina Sofía está mi maestra, entonces me gustaría quedarme en España para no tener que buscar otro maestro. Mi profesora (Ofelia Montalbán) es muy buena y la quiero mucho. En Berlín entraría al conservatorio de Daniel Barenboim, que es un pianista que yo admiro con todo mi ser”.
-¿A qué otros pianistas admiras?
-A Martha Argerich, a Yuja Wang, a Horowitz, a Rubinstein, a Pollini, a Daniela Liebman, a Jorge Federico Osorio, a Thomas Enhco. Ahora que estuvimos en Paax me escuchó tocar y me dio varios buenos consejos.
Para que María Hanneman estudiara en España, sus padres se mudaron con ella, primero su madre a la que siguió su papá. Están ahí desde la pandemia. “Nos venimos también con mis perros, uno de raza mixta y un chihuahua”, cuenta juguetona la pianista.
Además del piano, María Hanneman toca el violín, aunque dejó de lado su estudio hace varios años para concentrarse en su instrumento principal. Además, pinta y canta. “No como una profesional. Sí tomo clases, pero no lo llevo más allá porque me da mucha pena hacerlo en frente de la gente, entonces prefiero evitarlo”.
-¿Cómo es posible? No te da ninguna pena tocar el piano. Has estado frente a audiencias muy exigentes.
-No lo sé. Es que desde chiquita me da pena cantar. Si es en una fiesta o en un ambiente informal o hay karaoke y estoy con mis amigas o con gente de confianza puedo hacerlo; si cantan también los demás y todos lo hacemos mal no me importa, pero hacerlo en plan profesional es otra cosa.
-¿Cómo te imaginas tu carrera como pianista?
-No sé dónde me veo viviendo, pero me imagino viajando mucho y tocando y haciendo colaboraciones, conociendo gente que admiro, tocando con gente que admiro, grabando discos, haciendo giras. No sé, haz de cuenta que quiero ser como la Alondra de la Parra, pero en el piano.