Fernando Curiel

Ciudad letrada expandida

De Ángel Rama, crítico uruguayo, se publicó póstumamente uno de los ensayos de mayor resonancia dentro de una obra de por sí de singular importancia. Me refiero a La ciudad letrada.

Uno. De Ángel Rama, crítico uruguayo, se publicó póstumamente uno de los ensayos de mayor resonancia dentro de una obra de por sí de singular importancia. Me refiero a La ciudad letrada. Seis son sus capítulos: “La ciudad ordenada”, “La ciudad letrada”, “La ciudad escrituraria”, “La ciudad modernizada”, “La polis se politiza” y “La ciudad revolucionada”. El punto de partida es el de que, en el Nuevo Mundo, de la remodelación de Tenochtitlán a la edificación de Brasilea, la ciudad informó una central utopía.

Dos. Como lo anuncian sus títulos cada segmento da noticia de las fases transcurridas en un proceso tanto de la urbanización como de la escritura. Reconocimiento de fenómenos que se funden y a la par disuenan.

Tres. En la edición realizada por Arca de Montevideo el año de 1998, Hugo Achugar asienta cuestiones básicas para la comprensión cabal, entonces y ahora (este ahora en que la cibernética expande sin límites a la ciudad letrada, en una medida que no alcanzó la imprenta), del contexto de la acción de Rama, de su lugar entre los latinoamericanistas mayores, y del significado del ensayo aquí traído a cuento (que yo juzgo de gran utilidad con vistas al futuro).

Cuatro. Rama representó como crítico y profesor una excepción a una tendencia que ha resultado funesta: la de una especialización que conduce a una lectura “fragmentada de la cultura latinoamericana”, al extremo de exaltar lo provinciano, en su doble sentido de local y de aislado de los aspectos de la sociedad. Por el contrario, la por él ejercida fue una lectura de lo complejo latinoamericano, un cuerpo vivo, contradictorio, en tensión permanente.

Cinco. El nombre del uruguayo se inscribe en la lista del cubano Martí, del dominicano (a la postre mexicanizado) Henríquez Ureña o de su paisano Quijano (Don Carlos, el de la revista Marcha, con el que yo me amistara en México), por citar uno cuantos nombres (entre los que noto la ausencia de Alfonso Reyes). Al igual que ellos pensó la cultura latinoamericana como totalidad, no sin sus prodigios y monstruos. Impulsó lo mismo Arca que La Biblioteca Ayacucho.

Seis. De La ciudad letrada afirma Achugar que no sólo responde a la visión que sobre el continente prodigó Rama sino que se trata de un examen de América en cuanto “construcción histórica de su cultura” al través de una imagen poderosa, omnisciente, que es deseo fundante mantenido en la escritura; especie de semiología social pesquisada en las marchas y contramarchas de las letras y sus oficiantes. Y que no cesa sino en los límites de “los suburbios del presente”. De los que nosotros ya nos despegamos a lo ignoto.

Siete. En consecuencia, Achugar sentencia con fundamento: “lectura crítica de la realidad, lectura seminal de la cultura latinoamericana, la obra de Ángel Rama ayuda a la deconstrucción -la única que nos parece tiene interés- del estereotipo oficial y del metropolitano”. Digo que no puede haber mejor invitación para asomarse por vez primera, o segunda, o tercera, al jugoso ensayo.

Ocho. Y no terminan las sorpresas. En el “Agradecimiento” que abre el libro, Rama aporta asépticas señales sobre la etiología de su ensayo (Universidad de Harvard, 1980, nutrido intercambio con otro de los conferencistas, Claudio Véliz; nueva participación, ahora en la Universidad de Stanford por invitación de Richard Morse; disposición a concluir su enfoque), como políticas sobre circunstancias de orden personal. Ni más ni menos que la negativa al refrendo de su visado, lo que lo obligaría a salir de los Estados Unidos (profesaba a la sazón en la Universidad de Maryland).

Nueve. Las expresiones de solidaridad al autor por parte de colegas, de intelectuales liberales, de alumnos, logran su propósito: su permanencia de fuera de un Uruguay manu militari. Rama lo expresa en términos de que el tiempo perdido fue recompensado con la solidaridad combatiente, amén de que encontró que los Estados Unidos eran un lugar posible del exilio.

Diez. Tiempos, sobra decir, pre-Trump.

Once. La anterior experiencia se refleja inevitablemente en el ensayo, que, reitero, aparece póstumamente. La historia cultural que se cuenta de la ciudad-signo latinoamericana va del Absolutismo a la Revolución, lo que empieza con Tenochtitlán remodelada concluye con Los de bajo de Mariano Azuela. Dicho esto, ultra sintéticamente.

Doce. No pretendo en modo alguno suplir la curiosidad del lector(a). Ahí está el libro, confío que digitalizado. Lo que me importa es apuntar que, de tiempo atrás, letras y ciudad, entre las grandes producciones simbólicas, viven una profunda crisis, que la comunicación electrónica y esta pandemia que no remite han agudizado. Urbe y libro mutan, se desfiguran. Ejemplar documento, documentación, reflexión, de lo que fue, es el libro de Rama; señal para los caminos posibles que nos toca trazar y quizá habitar, leer.

Trece. La aventura urbanística (espacio significado) y literaria (lengua significada) de la Latinoamérica de los siglos pasados merece hoy por hoy la atención que en su devenir no se les prestó. No por parte de los no especialistas. Y ahora se planta, degradada, expoliada, la Naturaleza.

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