Fernando Curiel

La realización simbólica

Novela rosa, fotonovela, la misma telenovela han pasado a mejor vida. Como han pasado a mejor vida las reflexiones atinadas o desatinadas que inspiraron.

Uno. El desaparecido Noé Jitrik provocaba novedosos encuentros académicos que despertaban agudo interés. Constancia de uno de ellos fue Las palabras dulces. El discurso del amor, publicado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en 1993, con una nutrida colaboración puesta a discutir todo tipo de temas alrededor del discurso amoroso.

Dos. Compilado por Noé incluye las reflexiones de (orden alfabético) Héctor Aguiluz, Alejandro Aura, Miguel Barbachano, Mirta Bisecci, Néstor Braunstein, Eduardo Casar, Teresa Carbó, Esther Cohen, el de la voz, Teresa del Conde, Andrés de Luna, Raúl Dorra, Bolívar Echeverría, Margit Frenk, Gustavo García, Margo Glantz, Rosa María Hernández, Claudia Hinojosa, Hugo Hiriart, Noé Jitrik, Carmen Lugo, Óscar Mayorga, Tununa Mercado, Jennie Ostrosky, Margarita Peña, Gabriela Rodríguez, Jesusa Rodríguez, María Stoopen, Esperanza Tuñón y Carlos Villagrán.

Tres. Remito al lector a las diversas comparecencias, y, quizá abusivamente, guiado por la curiosidad, me detengo en la mía. Destaque el “estremecimiento” como nota dominante en la novela rosa y en la telenovela. Y para nada dudé en llamar a la primera apelación a la dicha absoluta, respiración boca a boca, reconociéndole una virulencia sólo comparable a su repulsa. Ubicando virulencia y repulsa lo mismo en las sociedades preindustriales que en las posindustrializadas.

Cuatro. Esto a tal extremo que naciones hay (¡ay!) en las que documentan la única literatura de masas digna de tal apelativo. De ahí que yerren quienes la estiman, desestiman, mejor dicho, de exclusiva prosapia semianalfabeta y católica. Aunque aciertan quienes la juzgan asunto de salud pública. Sobra decir que todo esto ha cambiado de raíz. Novela rosa, fotonovela, la misma telenovela viven una paulatina extinción. Todo lo que expuse son palabras perdidas. Pero las releo.

Cinco. Decía que su genealogía (¡qué le íbamos a hacer!) era linajuda. Subgénero o si se prefería excrecencia del romancero, de la poesía trovadoresca, de la novela a secas (y habría que auscultar, sin bochornos, los momentos “novelarosescos” de la gran literatura). Mientras que las mutaciones tecnológicas, signo de los tiempos, le hacían lo que el viento a Juárez.

Seis. De las librerías salta a lo extramuros del kiosco; de ahí a la Galaxia Iconográfica (fotonovela), a la Galaxia Eléctrica (cinematógrafo), a la Galaxia Electrónica (radio y telenovela, videoclip balada). Más. Desde hace rato, funde (y refunde) diversos medios o extensiones, señaladamente a los impresos y televisionudos (como dijo Daniel Cosío Villegas, espectador atento a la primera Simplemente María, allá por los setenta).

Siete. Baste (bastaba entonces) para apuntar lo antes dicho, un vistazo a la fotonovela Rutas de pasión o las revistas Tv y novelas o Eres (la publicación que ha introducido en la mansedumbre de la pantalla chica la interrogante socrática: “¿Y tú, quién eres?”). Más. Agotada su capacidad para crear arquetipos, que la realidad imitaba, incorpora a su universo a actores, cantantes, locutores, deportistas enmedallados, ídolos en suma de la industria espectáculo.

Ocho. Más. A través de consultorios sentimentales, escritos o dramatizados, muda a su público, multitudinario y anónimo, personaje (cito a M.R.: Durango, Durango, “recurro a este medio para relacionarme con caballero viudo, sin hijos o con hijos ya casados, de 46 a 51 años, católico, de 1.75 a 1.80 mts. de estatura, blanco o moreno claro, romántico, con solvencia moral y económica. Soy dama de 1.56 mts. de estatura, 60 kgs. de peso, blanca, romántica, soñadora, sincera, decente. Fines sentimentales.”

Nueve. Decía yo también que la clave antropológica de la novela rosa (y derivados) es morrocotuda. En efecto, fatiga a la especie humana, junto al TRÁGICO (Unamuno) o REVOLUCIONARIO (Guevara), un sentimiento MELODRAMÁTICO de la existencia (y desenlace, en ocasiones, de los dos prestigios anteriores: tragedias y revoluciones que paran en melodrama).

Diez. ¿Qué es el sentimiento melodramático de la existencia? Aquel que, por momentos, pero en veces todo el tiempo, antepone el sentir al pensar, el efluvio a la epistemología, el arrebato al juicio, el estremecimiento a la teoría, el moqueo a la crítica, el altar a la academia. Aquí abrevan, glotonas y orondas, la novela rosa y sus secreciones modernas y postmodernas: el filme de amor, la fotonovela rosa, la radionovela ortodoxa, etcétera, etcétera.

Once. Insisto que tales formatos y arrebatos han pasado a mejor vida. Como han pasado a mejor vida las reflexiones atinadas o desatinadas que inspiraron.

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