La semana pasada, Estados Unidos anunció la imposición de aranceles a las importaciones provenientes de prácticamente todo el planeta. Los mercados reaccionaron de forma muy negativa, anticipando que estos aranceles resultarían en una caída importante en las tasas de crecimiento de la economía global.
De haberse implementado, lo anunciado por Trump habría llevado el arancel efectivo promedio al 22 por ciento, por encima del nivel de 20 por ciento tras la imposición de los aranceles Smoot-Hawley en 1930, los cuales –según el consenso de los historiadores económicos– agravaron la Gran Depresión. La realidad es que nunca un país ha logrado mantener tasas de crecimiento económico sostenido adoptando políticas autárquicas. Ejemplos como el propio periodo Smoot-Hawley, España durante el franquismo, Argentina durante buena parte del siglo pasado, o Corea del Norte en la actualidad deberían ser claros al respecto.
Además, la forma en que se calcularon los aranceles –mal llamados– “recíprocos” causó también preocupación en los mercados. En lugar de imponer aranceles iguales a los que enfrenta Estados Unidos en otros países –lo cual al menos habría tenido la ventaja de incentivar reducciones arancelarias por parte de sus socios comerciales–, se optó por un cálculo extraño y arbitrario: se tomó el déficit comercial bilateral que Estados Unidos tiene con cada país como porcentaje de sus importaciones, dividido entre dos. Esto presenta dos problemas. El primero es que no da a los países opciones para adoptar políticas que les permitan reducir el arancel, ya que los déficits comerciales se explican por desequilibrios macroeconómicos y no por los aranceles. El segundo es que haber calculado los aranceles de esta manera sembró dudas en los mercados sobre la capacidad técnica de quienes conducen la política económica en Estados Unidos, lo que también contribuyó a la reacción negativa. El semanario británico The Economist calificó el anuncio de la semana pasada como “el error económico más profundo, dañino e innecesario de la era moderna”. De implementarse estos aranceles, no hay duda de que Estados Unidos enfrentará un menor crecimiento económico y mayores niveles de precios.
El día de ayer, después de cuatro días de caídas en los mercados de valores y, quizá más grave, de movimientos desordenados y pérdida de confianza en el mercado de bonos del Tesoro de Estados Unidos, Trump anunció una pausa de 90 días en la imposición de los aranceles “recíprocos”. El mercado reaccionó de forma muy positiva: el índice S&P 500 creció un 9.5 por ciento y el Nasdaq, un 12.2 por ciento durante la jornada.
Si bien es positivo que se hayan pospuesto estos aranceles, persisten muchas preocupaciones. Primero, al tratarse de un anuncio temporal, la incertidumbre continuará, por lo que podemos anticipar que la inversión global permanecerá deprimida durante este periodo. Además, el arancel mínimo de 10 por ciento prevalece (México sigue exento de éste).
Segundo, la guerra comercial con China persiste (ayer Trump elevó el arancel a este país a 125 por ciento), lo cual puede llevar a un mundo más fragmentado y, en el caso de Estados Unidos, a mayores niveles de precios y menor crecimiento económico. Tercero, el episodio sembró dudas entre los países aliados a Estados Unidos sobre el compromiso del país norteamericano con un mundo basado ya no sólo en el libre comercio, sino en reglas claras.
Y cuarto, no hay que olvidar –lo cual es muy relevante para el caso de México–, que siguen vigentes los aranceles de 25 por ciento a autos, acero y aluminio y cerveza, así como a todo aquello que no sea exportado a través del T-MEC.
¿Cómo debería reaccionar México en este contexto?
Me parece que adoptando las siguientes medidas:
Primero, aumentar el nivel de cumplimiento con las reglas de origen del T-MEC debe ser el principio rector de la política industrial de México, en consonancia con los objetivos centrales del Plan México. Esto permitirá que un mayor número de exportaciones se realicen libres de aranceles.
Segundo, evitar imponer represalias comerciales generalizadas a todas las importaciones desde Estados Unidos, ya que esto podría generar efectos negativos similares a los previstos para la economía estadounidense. Esto no significa que no puedan establecerse aranceles a ciertos productos estratégicos que tengan impacto político en el país vecino del norte.
Tercero, defender el T-MEC, incluso frente a eventuales violaciones por parte de Estados Unidos. Si eventualmente ocurre lo que Churchill decía –que Estados Unidos siempre hace lo correcto, después de intentar todo lo demás–, estas medidas proteccionistas serán eliminadas y el tratado podrá ser un instrumento potente para atraer inversiones.