Cuando el presidente Donald Trump anunció por primera vez sus aranceles del “Día de la Liberación” en abril, R.K. Sivasubramaniam, director general de Raft Garments, tenía motivos para el optimismo. Su fábrica, ubicada en la ciudad de Tiruppur, la capital india de la ropa de punto, produce millones de piezas de ropa interior que vende a un dólar, de las cuales aproximadamente la mitad se exporta a Estados Unidos. Según el cartel que Trump mostró en el Jardín de las Rosas, los exportadores indios enfrentarían un impuesto mucho menor que el de sus competidores en Vietnam y Bangladesh.
Tras la elección de Trump el año pasado, Sivasubramaniam confiaba en que la relación cercana entre el primer ministro Narendra Modi y el presidente estadounidense profundizaría los lazos comerciales entre India y su principal cliente. Tan convencido estaba que solicitó un préstamo bancario de 2 millones de dólares para adquirir maquinaria de costura, impresión y elásticos.
Sus esperanzas se desvanecieron este verano, cuando la administración Trump impuso un arancel adicional a las importaciones provenientes de India como castigo por las compras de crudo ruso del país, duplicando la tasa al 50 por ciento, la más alta de toda Asia. El gravamen entró en vigor a finales de agosto. El líder de una asociación industrial lo calificó como “la sentencia de muerte” para los pequeños y medianos fabricantes de prendas de vestir.
Hoy, la industria textil india, valuada en 174 mil millones de dólares, una de las mayores fuentes de exportaciones del país y sustento de más de 45 millones de empleos, se encuentra en la incertidumbre. Algunas pequeñas fábricas que vendían exclusivamente a EU ya cerraron, mientras otras mantienen activas sus líneas de producción con la esperanza de que las negociaciones comerciales en curso den frutos pronto.
En septiembre, la filial local de Moody’s Corp. pronosticó que, si los aranceles se mantenían sin cambios, las exportaciones de prendas de vestir podrían caer hasta 9 por ciento en el año fiscal que termina en marzo de 2026. Los fabricantes buscan clientes en otras regiones, como el Reino Unido, que firmó un acuerdo de libre comercio con India en julio. Mientras tanto, las asociaciones del sector presionan al gobierno para que implemente medidas de emergencia, como apoyo en el pago de intereses de una montaña de deuda bancaria que alcanzó su punto más alto en junio.
Muchos productos indios se verán afectados por un impuesto tan elevado, especialmente los de industrias intensivas en mano de obra, como la joyería y el cuero, dominadas por pequeños negocios. En términos generales, los aranceles podrían reducir las exportaciones indias hacia EU casi 52 por ciento a mediano plazo y restar 0.9 por ciento al PIB, según un análisis de Bloomberg Economics.
Pero el golpe al sector textil sería particularmente doloroso para la agenda económica de Modi, que considera a esa industria como pieza clave de una estrategia para fortalecer la manufactura local y atraer inversión extranjera. “No se trata solo del golpe a las exportaciones de este año, sino también de los efectos indirectos en el mercado laboral y del plan de mediano plazo para aumentar la participación de India en el comercio global”, explica Sonal Varma, economista en jefe para India y Asia (excluido Japón) de Nomura Holdings Inc. “Esos planes ahora están siendo cuestionados”.
Tiruppur, con una población de 878 mil habitantes, es el municipio que se prevé será más afectado. Esta ciudad del oeste del estado de Tamil Nadu se transformó en las últimas cuatro décadas de un enclave agrícola en el mayor polo textil del país, proveedor de empresas globales como Nike, Walmart y H&M. Tiruppur es especialmente vulnerable porque los productos de punto que ahí se elaboran, como camisetas y ropa interior, son básicos y fáciles de reemplazar por prendas más baratas fabricadas en otros países.
“Estamos en un estado totalmente caótico y confuso”, afirma Rahul Mehta, presidente de la Clothing Manufacturers Association of India. “No es fácil encontrar alternativas al mercado estadounidense”.
Muchos analistas suponen que el arancel del 50 por ciento será temporal, y algunos hechos recientes indican que las relaciones entre ambos países, regularmente tensas, podrían mejorar. Los negociadores comerciales de ambas partes calificaron como “positivas” las conversaciones sostenidas a mediados de septiembre en Nueva Delhi, y Trump, quien apenas unas semanas antes había lamentado que India se hubiera perdido en la “China más profunda y oscura”, llamó a Modi para felicitarlo por su cumpleaños.
Tras la entrada en vigor del arancel el 27 de agosto, Sivasubramaniam relata que sus compradores en EU le pidieron un descuento de 16 por ciento, nivel que le impediría cubrir sus costos. “¿Cómo podríamos ofrecer eso?”, dice. “Todos trabajamos con márgenes de un solo dígito”.
Al negarse, sus clientes estadounidenses, a quienes prefirió no mencionar, redujeron un pedido de 2 millones de piezas a 500 mil, dejándolo con un excedente de ropa interior valuado en 1.5 millones de dólares. Desde entonces busca compradores en Europa y en el mercado local, preguntándose cómo podrá pagar salarios y cubrir los intereses de su préstamo si no logra venderla.
Decenas de fabricantes textiles indios realizaron inversiones similares financiadas con deuda después de la pandemia de Covid-19, cuando sus clientes les solicitaron aumentar la capacidad de producción como parte de un esfuerzo por diversificarse fuera de China, explica Srikumar K., vicepresidente sénior de Icra Ltd., filial de Moody’s. “A la luz de estos acontecimientos, el impacto repentino de los aranceles podría ser un golpe muy fuerte”, afirma. En junio, el crédito bancario bruto pendiente del sector alcanzó un máximo de 2.8 billones de rupias (31 mil 600 millones de dólares), según datos del Banco de la Reserva de India.
A comienzos del verano, Sudhir Sekhri, presidente y director general de Trend Setters International, se encontraba construyendo una nueva fábrica de ropa en las afueras de Nueva Delhi. En junio, aún confiado en la posición de India dentro de la jerarquía global, ordenó 400 máquinas de coser y otro equipo por un valor total de 800 mil dólares. En agosto detuvo el pedido, dejando la planta vacía, aunque recientemente decidió continuar. “Si los compradores se van, las fábricas cerrarán”, advierte.
Aproximadamente 40 por ciento de los 400 trabajadores de Sivasubramaniam migraron a Tiruppur desde zonas rurales para emplearse en la industria y probablemente regresen a sus poblados si el trabajo estable desaparece.
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