En medio de la tormenta comercial que Donald Trump ha desatado con sus políticas arancelarias, México ha emergido como un aparente beneficiario inesperado.
Aunque el tono de confrontación de Washington esté convirtiendo al comercio internacional en un campo de batalla y de negociaciones sin fin, México ha podido capitalizar la coyuntura. El resultado más visible es el notable aumento de la inversión extranjera directa (IED), que alcanzó cifras históricas en el primer semestre de 2025.
El dato no es menor: según la Secretaría de Economía, México recibió 34 mil 265 millones de dólares en IED en los primeros seis meses de este año, lo que significa un incremento anual de 10.2 por ciento, y constituye el máximo histórico para un periodo equiparable, en cifras preliminares.
Más allá de la disputa estadística cuando se comparan cifras preliminares con cifras definitivas, lo importante es que el flujo de capitales se mantiene robusto y diversificado. Estados Unidos continúa siendo el principal inversionista, con más del 42 por ciento de participación, seguido por España y Canadá.
Además, destaca el explosivo crecimiento de las nuevas inversiones, que escalaron más de 246 por ciento respecto al año anterior, una señal de confianza que va más allá de la reinversión de utilidades.
¿Cómo se explica este fenómeno en un ambiente que, a primera vista, parece hostil para el comercio? Una parte de la respuesta está en los números que ofrece el Budget Lab de la Universidad de Yale, un centro que ha monitoreado con rigor los efectos de los aranceles de Trump sobre la economía estadounidense y global.
Los cálculos del Budget Lab revelan que las tarifas efectivas impuestas por Washington han elevado el nivel promedio de aranceles en Estados Unidos al 18.6 por ciento, un umbral que no se veía desde la Gran Depresión. Para ponerlo en contexto, antes de esta administración la tasa efectiva rondaba apenas entre 2 y 3 por ciento, en línea con el promedio de las economías avanzadas.
Es decir, el salto fue de tal magnitud que alteró por completo la estructura de incentivos para las cadenas globales de suministro y está en proceso de redefinir al comercio mundial por muchos años.
El laboratorio distingue entre dos efectos. El primero es el de “pre-sustitución”, que mide el impacto inmediato de los aranceles antes de que consumidores y empresas cambien sus patrones de compra. Bajo esta medición, los aranceles de Trump equivalieron a un incremento de 15.2 puntos porcentuales, llevando la tasa efectiva, diferente al promedio, a 17.6 por ciento.
El segundo es el “post-sustitución”, que refleja el ajuste tras la reconfiguración de proveedores: algunas empresas abandonaron productos encarecidos por las tarifas y buscaron alternativas en otros mercados. Aun con esta sustitución, la tasa efectiva quedó en 16.5 por ciento, muy por encima de los niveles históricos.
El efecto colateral para Estados Unidos será negativo. Yale estima que el PIB norteamericano perderá 0.7 puntos porcentuales de crecimiento en 2025, con una merma permanente superior al 0.4 por ciento del PIB real anual.
Las importaciones chinas y de otros países asiáticos han sido las más golpeadas. Es en ese vacío donde México aparece como ganador. Las cadenas productivas que buscan reducir costos o eludir tarifas miran a México como una plataforma natural: geográficamente cercana, con un marco de libre comercio bajo el T-MEC y con capacidad industrial instalada en sectores clave como el automotriz, el electrónico, el aeroespacial y el agroindustrial.
Las estimaciones de The Budget Lab indican que mientras China reduciría su participación en el mercado norteamericano de un 14 a un 8 por ciento, luego de los efectos de los aranceles, México, por el contrario, aumentaría esa participación del 15 al 19 por ciento del total de las compras realizadas por EU.
Las cifras de IED corroboran la buena expectativa. El crecimiento de nuevas inversiones, más allá de las reinversiones, muestra que empresas extranjeras están estableciendo plantas, centros de distribución y proyectos de largo plazo en México. Se trata de una apuesta estratégica, no solo de un movimiento financiero de corto plazo. El país, en consecuencia, se está beneficiando de un efecto post-sustitución positivo, al convertirse en proveedor alternativo de bienes que solían provenir de Asia.
El contexto macroeconómico acompaña. Pese a la volatilidad, la economía mexicana creció 0.6 por ciento en el segundo trimestre de 2025, una cifra modesta pero significativa en un entorno mundial en el que el proteccionismo amenaza con frenar a varios países. Esa resiliencia aumenta la confianza de los inversionistas, que perciben a México no solo como un refugio temporal, sino como un socio estratégico en medio de la incertidumbre global.
No obstante, el optimismo debe moderarse. Las ventajas arancelarias que hoy favorecen a México no son un resultado de su política interna, sino un efecto colateral de la confrontación de Washington con Beijing y otros socios. Por lo mismo, su duración es incierta.
Si el péndulo político en Estados Unidos cambiara de rumbo, o si en la revisión del T-MEC —programada para 2026— no se lograra ratificar un marco confiable de reglas, las inversiones podrían volverse volátiles o incluso revertirse.
La renegociación, más que revisión del T-MEC, en particular puede cambiar las reglas de manera importante y quizás desincentivar inversiones. O al revés, fortalecer esa tendencia. Pero, todo dependerá de la negociación.
La oportunidad hoy está en aprovechar este impulso para consolidar ventajas estructurales. México debiera enfocarse en tres frentes.
Primero, infraestructura logística: puertos, carreteras y aduanas más eficientes que reduzcan los costos de operación. Segundo, seguridad regulatoria y jurídica: reglas claras que den certidumbre a los inversionistas en un entorno de largo plazo. Y tercero, capital humano y tecnología: capacitación laboral y adopción de innovación que permitan escalar en las cadenas de valor globales.
Los inversionistas globales saben que los “vientos de cola” derivados de la política de Trump son, en el mejor de los casos, transitorios. Pero también reconocen que el país que logre institucionalizar esas ventajas en acuerdos comerciales, infraestructura y competitividad tendrá un lugar privilegiado en la reconfiguración de las cadenas productivas del siglo XXI.
México tiene ante sí una coyuntura excepcional: transformar un beneficio temporal en un atractivo permanente. El reto es no dejar pasar la oportunidad.
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