Retrato Hablado

Federico Sánchez Quinto

La historia de Federico Sánchez Quinto, pionero en paleogenómica mexicana que estudia neandertales, mamuts y linajes reales desde el ADN antiguo.

Federico Sánchez Quinto no estudia la historia en los libros, sino en los huesos. Doctor en ciencias genómicas, hijo de científicos de la UNAM, persigue el pasado desde la biología. Su laboratorio es una ventana que mira atrás en el tiempo. Sánchez Quinto ha descifrado lo mismo muestras prehistóricas de Europa que el linaje Borbón en la supuesta sangre de Luis XVI, y ha forja una carrera que hoy lo tiene desenterrando los secretos genéticos de los mamuts mexicanos.

Uno de los tres hijos de una pareja de investigadores del Instituto de Biotecnología de la UNAM en Cuernavaca, creció rodeado de ciencia, aunque con algunas reservas. “Nunca me gustaron las plantas. Se me hacían aburridísimas. Hoy les tengo más respeto”, confiesa. De niño, los sabáticos y congresos de sus padres, que incluyeron estancias en Sevilla (España) y Leiden (Holanda) cuando tenía siete y nueve años, lo inyectaron con una pasión temprana por los viajes y la curiosidad cultural.

En la preparatoria, su interés se centró en la genética. Cuando llegó el momento de elegir una carrera, se unió a la primera generación de la licenciatura en Ciencias Genómicas de la UNAM fuera de Ciudad Universitaria, inaugurada en 2003. Esta carrera fue ideal para sus inquietudes, como mezcla de genética y análisis informáticos. “Aprendimos programación, diferentes lenguajes, a utilizar un servidor para correr análisis, estadística, biología molecular,” explica. Esta integración de disciplinas le permitió desarrollar proyectos de investigación con un fuerte componente de análisis de datos.

La coyuntura histórica marcó su destino académico. Mientras estudiaba, se publicaron hitos como el primer genoma neandertal y el primer genoma de mamut. Decidió que su posgrado se centraría en la paleogenómica, motivado por “el estudio de la evolución humana, saber de dónde venimos, cómo llegamos aquí y cómo hemos cambiado”.

Su búsqueda lo llevó a Barcelona, al PRBB, un centro de excelencia internacional. Allí, bajo la supervisión de Carles Lalueza-Fox, hizo su maestría y doctorado, aunque su título oficial fue en biomedicina. Su tesis se centró en la paleogenómica de neandertales, su historia evolutiva, su mezcla con las poblaciones humanas y su diversidad genética.

En ese periodo, participó en proyectos de corte casi legendario. Uno de ellos: el análisis de una jícara decorativa que supuestamente contenía la sangre de Luis XVI, obtenida tras la guillotina. La muestra estaba altamente contaminada con ADN de al menos tres personas, por lo que no fue concluyente. Sin embargo, su análisis reveló “un linaje mitocondrial que parecía ser bastante similar al de los Borbones”, un hallazgo parcial pero significativo, validado al secuenciar a familiares documentados del linaje real para establecer una base de comparación genética.

Posteriormente, realizó una estancia posdoctoral en Uppsala, Suecia, y se enfocó en la prehistoria de Europa. Fue aquí donde su investigación demostró que el ADN antiguo podía ir más allá del origen demográfico y revelar la estructura social de las sociedades antiguas.

Para responder a estas preguntas sociológicas, Sánchez Quinto integró información arqueológica, antropológica y genética. La clave era analizar patrones en las tumbas: determinar si los individuos estaban emparentados y observar si el linaje del cromosoma Y o el genoma mitocondrial se “sobrerrepresentaba” a lo largo de 300 o 400 años. Si observaban un linaje del cromosoma Y dominante, con hombres que poseían ese linaje ocupando posiciones particulares en las tumbas, podían concluir que se trataba de una sociedad con un sistema patrilineal. Esto le permitió probar por primera vez que estas estructuras, donde el poder se heredaba de padres a hijos, existían desde el neolítico, mucho antes de lo que la noción antropológica tradicional ubicaba en la Edad de Bronce.

Su fantasía, sin embargo, siempre fue regresar a México para aplicar esa tecnología a la historia prehispánica. Regresó en 2019, tras intentarlo desde 2015. Trabajó en el Instituto Nacional de Medicina Genómica (INMEGEN), una experiencia “agridulce” debido a los vaivenes políticos y el recorte presupuestal de la nueva administración.

La construcción del aeropuerto Felipe Ángeles destapó una enorme cantidad de restos paleontológicos de megafauna. Sánchez Quinto vio como una oportunidad única e irrepetible. Le preocupaba que se repitiera el fenómeno de la “ciencia helicóptero”, donde las muestras se llevan a laboratorios fuera de México, dejando a científicos nacionales sin acceso al desarrollo de infraestructura, recursos humanos y el conocimiento completo. Para él, era imperativo que México tuviera una participación importante en la investigación de este hallazgo.

Estableció contacto con el equipo interdisciplinario que ya planeaba analizar el paleoambiente (suelos, huesos y sedimentos). Lo único que le faltaba a ese equipo era el análisis de ADN. Insistió y se involucró en el proceso de “ahuyentar a dos o tres personas que venían del extranjero a pedir acceso a esas muestras”, y aseguró que el valioso material se quedara en el país. En enero de 2020, ya era oficialmente parte del equipo que ha analizado más de 70,000 huesos.

La SEDENA habilitó un espacio que servía como la base del equipo paleontológico en Santa Lucía, donde arqueólogos y paleontólogos curaban los restos. “En las regaderas de las barracas, instalamos nuestro laboratorio de ADN antiguo de campo”, cuenta sobre la extraordinaria experiencia de trabajar en un lugar tan atípico. Llevaban su tienda de campaña y se enfundaban en trajes de protección. Con un taladro Dremel, perforaban las mandíbulas o los molares de los mamuts para extraer el polvo de dentina de las capas internas.

Ese polvo es el que llevó a su actual sede en Juriquilla, Querétaro, al laboratorio de Paleogenómica de la UNAM. Allí se realiza el resto de la investigación: la extracción del ADN, la construcción de las bibliotecas de secuenciación (que convierte el ADN en una forma molecular legible por secuenciadores) y el análisis informático para obtener las cadenas de texto que revelan la secuencia genética. Parte de los resultados esta labor de reconstrucción de la historia evolutiva del mamut se exhiben en la sala de exposiciones temporales del museo del AIFA.

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