Para evitar confusiones, debemos distinguir la conciencia psicológica de la conciencia moral, de la que haremos un breve esbozo. Ambas son conocimientos, pero la conciencia psicológica tiene por objeto todo acto cognoscitivo o afectivo en cuanto está presente en el yo, mientras que la conciencia moral versa sobre los actos volitivos que hacen referencia a las virtudes y valores éticos, ella evalúa el talante ético de los actos, y por consiguiente, da lugar a la obligación o deber ético.
De acuerdo a Tomas de Aquino, la conciencia moral elabora los juicios prácticos y concretos sobre el actuar ético. No es una facultad especial del entendimiento, sino que utiliza la razón, la sindéresis, la prudencia y la ciencia ética. Son principios autoevidentes que no pueden fácilmente extirparse, ya que en ellos radica la raíz y fuente de la conciencia moral.
El análisis de la conciencia moral es imprescindible en un estudio sobre la ética y la deontología, no obstante que algunos estudiosos de estos temas, desgraciadamente prescinden de este concepto. El fenómeno de la conciencia moral es estudiado por autores de muy diversas tendencias, como Max Scheler, Sartre y Jankélévitch. Del análisis de la conciencia moral surge el remordimiento, que se manifiesta como un pesar o desagrado por haber cometido un error, o realizado una acción en contra de nuestra conciencia. El remordimiento es algo que “muerde”, que provoca aflicción debido a una acción u omisión culpable. Con todo, el remordimiento puede ser un grito de alarma ante el valor conculcado, y de ese modo, servir de puente hacia el arrepentimiento.
El remordimiento difiere bastante del arrepentimiento, este suele ser precedido por un acto de recogimiento: “un entrar en sí mismo”, que nos ayuda a encontrar la verdad profunda de lo que somos. Esta verdad es la que nos hace libres y nos coloca en el umbral de la conversión. Mediante el arrepentimiento se reconoce la falta, pero se experimenta la necesidad de la recuperación, de romper los nexos con nuestra mala acción y de vislumbrar un nuevo comienzo para emprender un nuevo camino.
El arrepentimiento supone una ruptura que suele ser dolorosa, pero al mismo tiempo, un comenzar de nuevo que implica una gran alegría. Se ha llegado a las profundidades del espíritu con honradez, y de allí brotan los planes de un nuevo modo de proceder, una renovación que coloca las bases de la conversión. El arrepentimiento es “eficaz”, se usa la frase paradójica: “allí donde llegan los que se arrepienten, los justos nunca pueden llegar”.
Ahora bien, el análisis de estos fenómenos es interesante, pero la conciencia moral, desde el aspecto de la culpabilidad y del remordimiento como “conciencia molesta”, es una visión parcial. Es de suma importancia explorar en el sujeto, la raíz de la moralidad, la interioridad de la conciencia que se refleja en las normas éticas y deontológicas.
La obediencia a la propia conciencia dignifica al hombre, pero, es muy importante señalar que esto no significa que de modo caprichoso, yo me dé a mí mismo las normas éticas. Una expresión que entiende mal la primacía de la conciencia dice: “no me importa lo que pienses, con tal que seas sincero”. Debemos hacer un acto de sinceridad más profundo y cuestionarnos sobre la rectitud de nuestra conciencia. La sinceridad comienza en el pensamiento, pero culmina en el corazón, de otro modo, fácilmente caeríamos en el autoengaño, que es el polo opuesto del actuar auténtico.
Por consiguiente, debemos estar muy atentos a no “racionalizar” nuestra propia conciencia, sino darle suma importancia a la formación de la conciencia recta: tratar de buscar con honradez y sinceridad la verdad y saber reconocer nuestros errores. Presumir que siempre nuestra conciencia es recta, podría ser una falta grave. Además de examinarnos y confrontarnos cuidadosamente con las exigencias éticas fundamentales, debemos escuchar el consejo de los más sabios y prudentes. En este punto, la terquedad es una seria imprudencia, es indispensable también, hacer un profundo autoexamen y autocrítica y no ser un crítico intolerante de los demás. Existen grupos o personas que tienen una conciencia errónea y no lo quieren admitir, Max Scheler los llama idiotas morales, pero sin llegar a este extremo, se puede caer en la ceguera de los valores, o por lo menos en un daltonismo ético. Asimismo, sería pernicioso que una persona se gloríe de seguir su conciencia, sin admitir algún remordimiento o arrepentimiento.