El lunes pasado se anunció, de una manera particular, el acuerdo entre Estados Unidos y Canadá en relación a la renegociación del TLCAN. No es el TLCAN 2.0, no hay ninguna firma, es simplemente una manifestación del entendimiento entre dos partes que permitirá que la negociación avance. En México la noticia fue recibida con bombo y platillo, como un triunfo de los equipos negociadores y como un emblema del trabajo conjunto entre la administración saliente y la entrante. En Estados Unidos la nota fue distinta. La cobertura fue menor. Incluso al finalizar la llamada algunos periodistas le preguntaban a Trump sobre McCain. El énfasis no estuvo en los logros o en los avances, sino en el tono con el que presidente de Estados Unidos se refirió a Canadá durante la llamada, sugiriendo un tratado bilateral entre México y Estados Unidos.
Dejando momentáneamente de lado el papel de Canadá, ¿cómo saber si lo acordado es un triunfo para México o incluso para la región? Desde mi perspectiva, un logro de una renegociación comercial tendría que evaluarse si los puntos acordados generan más comercio, ya sea mediante mejoras en el acceso a mercados o eliminando barreras existentes. Quizás otra forma de evaluarlo sería en función de las expectativas de lo que se podría haber obtenido o de las pérdidas potenciales. Dado el ánimo festivo posterior al anuncio tengo la impresión de que en México estamos evaluándolo desde el segundo ángulo.
Aún sin los detalles de lo acordado, pero con la información disponible, no parece haber señales de que el comercio se incrementará. Las reglas de origen en el sector automotriz cambiarán de 62.5 por ciento como está actualmente a 75 por ciento. Estados Unidos no se movió un ápice de su postura. Lo mismo sucedió con la exigencia de Estados Unidos de que 40 por ciento de un vehículo proviniera de economías en las que se pague un salario de mínimo 16 dólares por hora. Si estas nuevas disposiciones se implementan paulatinamente, probablemente la industria automotriz establecida en México logre eventualmente adecuarse y cumplirlas, pero hoy no lo hace la totalidad de la misma. Así que de prosperar el acuerdo y ser ratificado, un porcentaje importante de la industria automotriz sería gravada con aranceles. Con el tiempo, las empresas podrían adaptar sus procesos productivos, evidentemente con costos asociados.
Hoy México tiene una ventaja adicional. Los múltiples acuerdos comerciales del país permiten la entrada de insumos de otros países disminuyendo el costo de producción y finalmente los precios. Algunos de los términos anunciados, como lo aplicable al sector automotriz, parecen estar diseñados por Estados Unidos para limitar la entrada de partes chinas al mercado mexicano. En ningún momento estas nuevas disposiciones impulsarán el comercio, sin embargo, sí podrán frenar las inversiones futuras y afectar la producción manufacturera.
Se ha hablado de los beneficios al campo mexicano, pero el acceso al mercado estadounidense ya está contemplado y operando en el acuerdo actual. El acceso no cambió, pero sí hubo cambios en cuestiones sanitarias.
Si evaluamos el acuerdo en relación a lo que se podría haber perdido la historia es otra. La cláusula sunset podría haber sido más rígida, aunque hay que recordar que no desapareció. A pesar del tono alegre de la llamada, las restricciones existentes hoy en día iniciadas por el presidente de Estados Unidos se mantienen. Se mantienen los aranceles al acero y al aluminio, al igual que las represalias impuestas.
Esta semana habrá que estar atentos al papel de Canadá que se acaba de reincorporar a las pláticas. Más allá del tema que compete principalmente a las negociaciones entre los canadienses y Estados Unidos, el caso de los lácteos y el huevo, habrá que ver la posición de Canadá respecto a la eliminación del capítulo 19, el relativo a las prácticas desleales, con lo que México estuvo de acuerdo.
Los comentarios del presidente Trump en la llamada respecto al papel de Canadá son retadores y contrarios al espíritu de la renegociación de un acuerdo trilateral. Por más que México reitere su interés en un acuerdo tripartita, la voluntad de Trump podría imponerse y cambiar, una vez más, las reglas del juego. Espero que México no se haya prestado al juego del presidente de Estados Unidos en su estrategia negociadora con Canadá. La ministra canadiense Chrystia Freeland ya expresó su desacuerdo con las concesiones que, desde su perspectiva, hizo México.
El acuerdo es un paso importante, pero es sólo eso. Habrá que estar atentos al desarrollo de la negociación, a la postura de Canadá y a los detalles de lo acordado. Para saber si se abre la botella de champaña —o de tequila— habrá que tomar las cosas con cautela y analizarlas antes.