Sonya Santos

Yucatán: su cocina sui géneris con memoria milenaria

La historia de esta cocina comienza con el pueblo maya, que desarrolló técnicas y sabores profundamente arraigados en la tierra y el clima de la península.

En el vasto mapa culinario de México, la gastronomía yucateca destaca como un territorio singular, donde cada platillo es la síntesis de siglos de historia, mestizaje y resistencia. Comer en Yucatán es viajar por un universo propio, donde la herencia maya se entrelaza con sabores europeos, caribeños y árabes, creando una cocina sui géneris que no se parece a la de ningún otro rincón del país.

La historia de esta cocina comienza con el pueblo maya, que desarrolló técnicas y sabores profundamente arraigados en la tierra y el clima de la península. Uno de los métodos más emblemáticos es el pib, horno bajo tierra que se usa para cocinar alimentos envueltos en hojas de plátano. De ahí nace la célebre cochinita pibil, cerdo marinado en achiote y jugo de naranja agria, cocido lentamente hasta alcanzar una textura que se deshace en la boca.

Los mayas también domesticaron ingredientes esenciales como el maíz, el chile y el frijol, y crearon bebidas como el pozol, masa de maíz con agua, a veces fermentada y con cacao. Ingredientes como el chile habanero, la chaya y el achiote dieron a la cocina prehispánica un carácter distintivo que ha perdurado.

Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, la cocina maya inició un proceso de mestizaje. Se incorporaron ingredientes como el cerdo, el trigo y las especias europeas, además técnicas como el escabeche. Lejos de borrar la tradición local, estos elementos se amalgamaron con ella, creando platillos híbridos como el escabeche oriental (pollo cocido en vinagre y especias) o el relleno blanco, bañado en salsa kool, una mezcla de harina de trigo y azafrán.

Durante la Colonia, Yucatán se mantuvo relativamente aislado del resto del país, lo que permitió que su cocina evolucionara de forma más autónoma. Hasta principios del siglo XX, las conexiones eran principalmente marítimas. La construcción del Ferrocarril del Sureste, en los años 30, cambió esto, facilitando el intercambio comercial y cultural con otras regiones, pero el carácter único de su cocina ya estaba bien establecido.

En los siglos XIX y XX, nuevas migraciones enriquecieron aún más la gastronomía yucateca. Comerciantes libaneses introdujeron recetas como el kebab, que inspiró el taco árabe y, con el tiempo, influyó en los tacos al pastor. También llegaron influencias del Caribe y África, visibles en platillos como el relleno negro, que emplea recado negro, una mezcla de chiles quemados y especias.

Un ingrediente curioso que se incorporó es el queso de bola (Edam holandés), llegado por rutas marítimas desde Europa vía Belice. Hoy forma parte de recetas como el queso relleno —una bola ahuecada, rellena de carne sazonada y bañada en salsas— y postres como el dulce de papaya con queso.

Mientras que en el centro de México predominan los moles y las tortillas de maíz azul, en Yucatán el sabor gira en torno al achiote, la naranja agria y el chile habanero, manifestando sabores cítricos, picantes y especiados, con un balance que no tiene paralelo en otras cocinas regionales del país.

Lo que hace especial a esta cocina es su historia, sus ingredientes, y la forma en que ha preservado su identidad. En los mercados de Mérida, en los comales de las comunidades mayas y en los restaurantes contemporáneos, se conserva un legado que resiste la homogeneización global.

Hoy, ese legado está orgullosamente representado por chefs como Roberto Solís, quien ha decidido permanecer en su tierra natal. Su cocina lleva siempre ese toque yucateco inconfundible, donde el maíz tiene un papel central, no solo como alimento, sino como símbolo cultural. Solís honra la tradición y la reinventa, apostando por una gastronomía que respeta las raíces sin perder frescura ni modernidad.

En definitiva, la cocina yucateca es un patrimonio cultural vivo. En sus platillos se escucha el eco de los mayas, el olor de las rutas del comercio colonial, saboreando la mezcla de culturas que hicieron de esta península un territorio culinario único.

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