Cada 18 de mayo se celebra el Día Internacional de los Museos, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la importancia de estos espacios como guardianes del arte, la historia, la ciencia y el patrimonio cultural. Pero los museos de hoy han dejado de ser únicamente vitrinas del pasado o galerías para contemplar en silencio. En los últimos años, han evolucionado hacia una experiencia más completa, inmersiva y multisensorial. Entre sus nuevas facetas destaca una en particular, la fusión entre arte y gastronomía. Visitar un museo ya no es solo una oportunidad para aprender o admirar obras maestras, lo es también para saborear la creatividad en forma de platillos únicos en algunos de los mejores restaurantes del mundo.
Los museos son lugares donde el conocimiento y la creatividad se entrelazan. Al recorrerlos, conectamos con el pasado, comprendemos mejor el presente y proyectamos nuestro lugar en el futuro. Nos permiten viajar en el tiempo, explorar civilizaciones antiguas, maravillarnos con la técnica de un pintor, o descubrir avances científicos que cambiaron la historia de la humanidad. Y lo hacen desde una multiplicidad de lenguajes: el visual, el histórico, el simbólico... y también, cada vez más, el gustativo.
Algunos de estos han apostado por incorporar dentro de sus instalaciones verdaderos templos culinarios. Se trata de restaurantes que prolongan la experiencia, convirtiéndose en una atracción por sí mismos. Muchos de ellos han sido galardonados con estrellas Michelin y destacan por su capacidad de trasladar el espíritu del museo a la mesa, transformando cada platillo en una obra de arte.
Un ejemplo sobresaliente es The Modern, ubicado dentro del Museum of Modern Art (MoMA) en Nueva York. Este restaurante de dos estrellas Michelin ofrece una cocina contemporánea que dialoga con las obras que lo rodean, con vista al jardín de esculturas Abby Aldrich Rockefeller. Su propuesta es clara; si el museo celebra la innovación artística, su cocina debe hacerlo también.
En el Museum of Fine Arts de Houston, Le Jardinier, que destaca con una estrella Michelin, integra ingredientes frescos y presentaciones que parecen salidas de una galería. En cada plato se aprecia un homenaje a la estética y a la naturaleza en armonía con el arte botánico y la arquitectura del recinto.
En Asia, el refinado restaurante Odette, ubicado en la Galería Nacional de Singapur, ha sido premiado con varias estrellas Michelin, y logra narrar la identidad cultural del país a través de su menú.
Europa también se ha sumado con propuestas que fusionan el patrimonio cultural con la creatividad culinaria. El Rijks, dentro del Rijksmuseum en Ámsterdam, propone una cocina neerlandesa moderna inspirada en las obras de los viejos maestros. Mientras tanto, en el Museo Guggenheim Bilbao, el restaurante Nerua ha logrado armonizar la vanguardia arquitectónica de Frank Gehry con la cocina vasca de autor. Comer en este lugar es una pausa tras la visita al museo, una prolongación de la experiencia artística.
En América Latina, el Museo de Arte de Lima (MALI) alberga el Café MALI, un espacio donde los sabores peruanos manifiestan una interpretación moderna y accesible. Es un ejemplo de cómo la identidad local puede estar presente en las salas de exposición y también en el menú, fortaleciendo el vínculo entre cultura y territorio.
Incluso museos icónicos como el Louvre en París han entendido el valor de esta simbiosis. El Café Mollien, por ejemplo, permite al visitante disfrutar de un descanso con vista a la pirámide de cristal, sumando un momento de calma y sabor al recorrido por las obras de Da Vinci, Delacroix o La Tour.
En la Cciudad de México, el chef Enrique Olvera tiene su propuesta a través de Eno en el Museo Jumex, y la Casa Museo Guillermo Tovar y de Teresa cuenta con un encantador lugar llamado Tres Abejas.
Los restaurantes en museos no son meros servicios de cafetería elevados. Son una extensión curatorial del discurso del recinto, igual que una instalación artística o una pieza arqueológica, un menú puede contar una historia, invitar a la reflexión, dialogar con el entorno.
En un mundo donde cada vez más buscamos experiencias que nos conmuevan, que nos enseñen y nos sorprendan, esta alianza entre museos y restaurantes representa una forma ideal de conectar con el arte en todas sus formas. Porque el arte no solo se contempla, también se escucha, se toca, se huele… y, por supuesto, se saborea.
Los museos ya no son únicamente destinos para aprender o disfrutar. Son espacios vivos, dinámicos, capaces de ofrecernos experiencias integrales que combinan arte, historia, ciencia y, ahora también, alta gastronomía. Y cada visita puede ser un festín para la mente y para el paladar.