Sonya Santos

Del Viejo al Nuevo Mundo: los ingredientes que cruzaron el Atlántico

La llegada de los ingredientes europeos, además de un fenómeno agrícola, marcó el inicio de una nueva forma de alimentarse, de pensar y de vivir en América.

Cuando Cristóbal Colón desembarcó en el mar del Caribe, en la isla de Guanahaní, a la que llamó San Salvador, el 12 de octubre en 1492, no solo comenzó una nueva era para Europa y América, sino también una revolución gastronómica. A bordo de las carabelas viajaban marineros, mapas y ambiciones imperiales, pero también venían semillas, animales y costumbres alimenticias que transformarían para siempre la mesa americana.

La llegada de los europeos trajo consigo una oleada de ingredientes desconocidos para las poblaciones indígenas del continente. El trigo, la caña de azúcar, el ganado vacuno, el cerdo, las uvas, las cebollas, el ajo y muchas otras especies alimenticias fueron parte de un intercambio profundo conocido como el Intercambio Colombino.

Colón, en su segundo viaje (1493), zarpó desde Cádiz, con una flota de 17 barcos y mil 500 personas. Esta vez no solo se trataba de explorar, sino de colonizar. Uno de los destinos principales fue la isla La Española (actual Haití y República Dominicana), donde se establecieron los primeros cultivos.

Según crónicas, en 1494 ya había intentos de sembrar trigo en el Caribe. Aunque el clima tropical no siempre fue favorable, los colonizadores insistieron y adaptaron nuevas técnicas agrícolas al nuevo entorno.

El trigo era el símbolo del pan, alimento sagrado para los europeos, pronto sustituyó y complementó el maíz en muchas regiones. Para 1520, ya se cultivaba en México, traído por Hernán Cortés.

La caña de azúcar fue plantada primero en La Española, y se convirtió en uno de los cultivos más lucrativos de las colonias. En 1505 se instalaron los primeros ingenios azucareros. Su auge marcó también el inicio del comercio trasatlántico de esclavos debido a la falta de mano de obra.

Los españoles necesitaban vino para la misa católica. En 1524 ya había vides plantadas en la Nueva España, y en 1597 se fundó la primera vinícola del continente y en la actualidad sigue en fusiones, hoy llamada Casa Madero, en Parras, Coahuila.

Los cerdos, traídos por Colón en su segundo viaje, se multiplicaron rápidamente. El ganado vacuno se introdujo por Veracruz y empezó a expandirse. Los caballos, desconocidos por las culturas americanas, cambiaron radicalmente las dinámicas de caza y guerra en muchas regiones indígenas.

La cebolla, ajo, garbanzo, lentejas y zanahorias, junto con otras legumbres y hortalizas, fueron introducidas desde el siglo XVI, adaptándose mejor en climas templados como el altiplano mexicano.

La leche y sus derivados eran productos desconocidos en América. Con la llegada de las vacas, se inició la producción de quesos y mantequilla, ingredientes que se fusionaron con las tradiciones locales.

La gastronomía de América se transformó desde sus raíces. En México, los moles comenzaron a incorporar especias europeas; el pan de trigo se hizo parte del desayuno cotidiano; el cerdo se convirtió en la base de los tamales y en un sinfín de alimentos.

El sincretismo culinario fue inevitable. El guiso criollo, en Cuba; la feijoada, en Brasil; las empanadas argentinas, todos son ejemplos del mestizaje entre ingredientes nuevos y técnicas locales.

Las islas del Caribe, especialmente La Española, Cuba y Puerto Rico, funcionaron como campos de prueba para cultivos europeos. Desde ahí se distribuyeron hacia el continente. Se sabe que la caña de azúcar fue traída desde las Islas Canarias, que sirvieron como modelo de plantación para el Nuevo Mundo.

Entre los nombres clave está el del sevillano Fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, quien en sus cartas menciona los esfuerzos por sembrar en tierras americanas. También Hernán Cortés, quien además de conquistador, fue impulsor de cultivos en México.

El impacto de estos ingredientes fue tan profundo que hoy cuesta imaginar la cocina americana sin pan, sin puerco, sin azúcar o sin queso. Sin embargo, cada uno de estos productos fue alguna vez un forastero.

La llegada de los ingredientes europeos, además de un fenómeno agrícola, marcó el inicio de una nueva forma de alimentarse, de pensar y de vivir en América. De ese cruce entre mundos nacieron nuevas identidades gastronómicas, y con ellas, nuevas formas de narrar quiénes somos.

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