Simon Levy

Lo que aprendí en Bangalore: democratizar riqueza

Simón Levy relata cómo algunos jóvenes en India antes buscaban trabajo en maquiladoras y hoy generan en 5 horas diarias lo que en 30 días de un salario.

No importaba que afuera se pasearan vacas por carreteras recién asfaltadas; no era importante la cantidad de autos que estaban parados en un tráfico infernal por los dos carriles que conducían a Tanjore. Lo importante era atestiguar cómo una cochera se convertía en una central de desarrollo de presentaciones en PowerPoint corporativas de jóvenes que hablaban un inglés perfecto.

Mandabas un correo con tu texto; pedías que te diseñaran la presentación y le pusieran datos que dieran peso a tus comentarios, pagabas con una terminal verifone 50 dólares y cuando te despertabas tenías tu presentación corporativa.

Los jóvenes que antes buscaban trabajo en las maquiladoras de la pujante India en 2006 solo encontraban oportunidades con salarios de menos de 200 dólares por mes. Según la cuenta que pude ver, en 5 horas de un día -trabajando para sí mismos- lograban generar lo que en 30 días de un salario.

Internet comenzaba a modificar en el mundo, la ley de la oferta y la demanda, y esos jóvenes, sabían cómo cambiar la dependencia y la lógica de un sueldo a razón de una nueva forma de crear ingresos. Saltar la dependencia del sueldo a la visión de generar ingresos.

Ahí empecé a comprobar el significado de democratizar las fuentes de riqueza en lugar de socializar pobreza.

Cuando me hablan de automatizar, yo pienso en transformar puestos cero competitivos con salarios miserables en personas que bien capacitadas pueden lograr nuevas fuentes de ingresos dignos.

Hay dos visiones sobre la tecnología el día de hoy: quienes creemos que debe estar al servicio del ser humano, y otros quienes la usan para que la automatización signifique desempleo y privilegios: me importa más crear personas que interpreten los datos de un dron en el campo, a ensambladores de drones.

Los gobiernos fracasan en su obsesión por atraer inversión sin que eso necesariamente se traduzca en empleos bien pagados o en una transferencia real de tecnología.

Por supuesto que la inversión privada es el gran motor del crecimiento, pero nuestra obsesión debe ser el ingreso y las habilidades reales de un trabajador para incrementar la productividad, la dignidad y la competitividad. Que haya mucha inversión no solo en fierros sino en mentes. Eso es democratizar riqueza.

Muchos dueños de maquiladoras en México se quejan de que “ya no es como antes” porque habían impuesto una lógica donde trabajar 9 horas a cambio de un salario de 7,500 pesos era normal y lógico. El asunto es que el libre mercado no debe funcionar solo para los patrones sino también para los trabajadores.

No puede existir una reconciliación social mientras siga imperando la explotación y los salarios miserables, pensando que eso es progreso ¿queremos progreso y crecimiento? Pongamos en el centro a la educación, la habilitación y cambiemos la falsa idea que la mano de obra barata es una ventaja competitiva. Es absurdo.

Para crecer no necesitamos repartir dinero, tampoco arrodillarnos a la inversión golondrina, sino generar certeza “abajo” para tener certeza también “arriba”: capacitación, desarrollo territorial del entorno, nuevas formar de distribuir la rentabilidad que se genera y potenciar nuevos ecosistemas de autoempleo. No lo digo yo. Eso se hace desde hace mucho en Emilia-Romana en Italia, o en Corea del Sur, con el Chaebol como Hyundai.

Creo en incentivos y no en castigos para hacer circular y crear riqueza. El progreso, como lo demostraron los jóvenes en Bangalore, no puede ser esa palabra secuestrada por una minoría beneficiada por no pagar impuestos o salarios competitivos, aplastando así, a los jóvenes.

Progreso es convertir privilegios en derechos ¿necesitamos quitarle a unos para darle a otros? No. Lo que necesitamos es entender que la competitividad y la rentabilidad, no se gana de largo plazo, pagando mal, o creando empleos de bajo valor.

¿Hoy hay condiciones para invertir en México? No con las reglas que existían.

¿Quién puede invertir sin certeza? Claro. Pero la certeza juega para ambos lados: inversionistas y los creadores de la productividad.

Necesitamos comprender que no hay nada más inteligente que jalar a los de “abajo” no rifando filantropía sino creando oportunidades reales. Es cuestión de tiempo.

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