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Para destruir la democracia no se vota

La trágica realidad de la elección del Poder Judicial es que no hay luz al final del túnel; es la locomotora oficialista que arrollará a quien le estorbe, escribe Sergio Negrete Cárdenas.

El primer día de junio se da un paso más en la destrucción de la democracia mexicana. Como es clásico en el lenguaje orwelliano del morenato, se exalta como un profundo acto democrático lo que es exactamente lo contrario. La ciudadanía está invitada a participar en una demolición ya avanzada, que las masas se sientan partícipes de jalar el gatillo con el que el país se da un tiro más en el pie. Un circo en toda regla, con partes cómicas y trágicas pero un final triste y devastador.

Un espectáculo en que la mejor acción ciudadana es observar, con impotencia y repugnancia, la carpa desde la mayor distancia posible, sin entrar en ella para no ser parte del juego. Un mínimo de pudor republicano (otra palabra travestida por el demagogo tabasqueño y su títere) llevaría a repudiar la posibilidad de participar en semejante acto, de engordar el caldo en que se cocina ese atole que está siendo administrado a millones con el dedo.

Hay quienes con sinceridad, desde las diezmadas filas de la oposición, llaman a votar por quienes ocuparán cargos como Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Magistrados y Jueces Federales. Convocan a no dejar el campo libre al oficialismo, a ejercer un contrapeso, por mínimo que sea, a lo que impondrá el régimen. Ven la abstención como la segura derrota cuando existe la posibilidad de usar la boleta como un dique que frene esa aplanadora que se asoma en el horizonte. La trágica realidad es que no hay luz al final del túnel; es la locomotora oficialista que arrollará a quien le estorbe.

Un llamado sincero al voto pero que debe contrastarse con la triste realidad. No hace falta tener una memoria larga, basta retroceder a junio de 2024. El aparato que operó en esa elección es hoy todavía más fuerte, y actuará con mayor contundencia para construir un Poder Judicial tan sumiso ante el Ejecutivo como lo es hoy, sin el menor rubor, el Legislativo. El morenato dominante en todos los rincones del Estado, como en su tiempo lo fue el priato. Pero hay quienes ingenuamente insisten que la democracia mexicana sigue viva, confiados, por ejemplo, en un Instituto Nacional Electoral hoy doblegado, lo mismo que el Tribunal Electoral. La triste verdad es que los resultados ya están, faltan las elecciones para validarlos. Los votos no serán un ejercicio democrático, legitimarán la restauración autoritaria.

En esas coloridas y farragosas boletas hay de todo: personas doctas en el Derecho y capaces de ejercer, con honestidad y eficacia, el cargo para el que se postulan. También están las ignorantes, ideologizadas y abiertas paleras del régimen. No hay que ir más lejos que ver a candidatas a refrendar el cargo en la Suprema Corte. Están también los ambiciosos de poder y resentidos. De los llamado narcocandidatos, ya reconocidos como tales, mejor ni hablar. Están quienes llegaron a la boleta hasta por tómbola dado que el Poder Judicial rechazó prestarse a la farsa, rifa que fue una de las partes más cómicas del trágico circo. El resto fue por dedazo del morenato, candidatos postulados por la presidenta o por sus legisladores.

Está la opción de elegir entre ellos o de no dignificar esa puñalada al cuerpo ya postrado de la República con las rocambolescas boletas en que supuestamente el pueblo bueno plasmará su voluntad. En este caso ejercer el derecho al sufragio es validar la demolición del Derecho y su necesaria autonomía como aparato gubernamental. Para destruir la democracia no se vota.

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