Según la más reciente encuesta de EL FINANCIERO, Claudia Sheinbaum tiene 77 por ciento de aprobación ciudadana. Sin duda, un sólido apoyo a su persona, que no alcanza para minimizar que en los siete* rubros temáticos del sondeo sus números rojos crecieron. Bastante.
La presidenta vio bajar cuatro puntos su aprobación entre abril y mayo. Si no hubiera otros datos negativos, ese descenso podría ser visto como un leve ajuste desde las alturas en que se encuentra la popularidad de Sheinbaum. Pero sí existen los otros datos malos.
De acuerdo con la encuesta de Alejandro Moreno, quienes creen que la mandataria trata mal o muy mal la economía brincó de 20% en abril a 27% en mayo; en corrupción, el aumento negativo fue de 52% a 65%; crimen organizado, mal/muy mal pasó de 61% a 67%. Vaya, hasta en programas sociales la desaprobación creció nueve puntos.
Encima, la presidenta pierde apoyo en lo que fue el tema principal del arranque de año: su relación con Donald Trump. En abril, 50% creía que lo estaba haciendo muy bien/bien, en mayo 50% la desaprueba (sólo 35% sigue viendo ese manejo favorablemente).
Para ser justos, y para ir al tema de esta columna, hay que decir que salvo en el rubro de corrupción, los datos negativos de mayo de la presidenta Sheinbaum, al ser comparados mensualmente, no se salen del rango de otros números rojos que ha tenido desde diciembre.
Tenemos una presidenta popular que es reprobada en corrupción, crimen organizado y, la novedad, su relación con el presidente de Estados Unidos. Una mandataria que además pierde terreno en economía y apoyos sociales. Pero querida por 8 de cada 10.
O la gente quiere a la presidenta a pesar de que ve que las cosas se están complicando, o entiende que, para citar a Cristina Pacheco, no sólo “aquí nos tocó vivir”, sino que la realidad es mala, pero el gobierno tiene el discurso correcto y a la mandataria la premian por eso.
En el ejercicio de aportar elementos para desmenuzar la popularidad de Sheinbaum (ojo, la encuesta se levantó del 9 al 13 de mayo, o sea, antes de que la CNTE le tomara la CDMX), traigo a colación algo que Sara Sefchovich aborda en su libro País de Mentiras (Oceáno 2008).
A los mexicanos, además de decir mentiras y no molestarnos de verdad que otros nos las digan, nos gusta el gobierno que se asume como benefactor. El libro de la politóloga se publicó 10 años antes de que López Obrador, desde el Palacio Nacional, reivindicara eso.
Y aun así, este párrafo del volumen de Sefchovich parece caer como anillo al dedo: “Ese Estado que regalaba la casa y la máquina de coser, fijaba el precio del maíz y compraba las cosechas, subsidiaba la tortilla y la leche y el sistema de transporte público, construía la carretera, la clínica, la escuela y el aeropuerto, llevaba la luz y el agua, el médico y las medicinas, el maestro y los libros del texto, y por si eso no bastara, asumía las deudas de grupos privados… era a lo que estamos acostumbrados los mexicanos”.
¿En su momento AMLO, y ahora Sheinbaum, gozan de popularidad en lo individual a pesar de números negativos en lo temático porque nos mentía/miente con la idea de que, pase lo que pase, el gobierno, como si fuera Dios, proveerá?
*No usé una pregunta que también se incluyó sobre Teuchitlán, donde igualmente la presidenta pierde apoyo hasta quedar en territorio rojo, porque me parece muy coyuntural.