La Feria

Un narcopaís

Hemos cohabitado con organizaciones criminales por más de medio siglo y de esos lodos caerá harto polvo.

Agencias de seguridad de Estados Unidos, en los últimos meses del gobierno de Joe Biden y los primeros del de Donald Trump, tejieron una red para sofocar a un cártel y, de paso, a México.

En cosa de un año, cuyo ciclo inició al raptar a El Mayo Zambada en julio pasado y podría acabar en la audiencia de Ovidio Guzmán en una corte de Estados Unidos prevista para dentro de dos meses, la real historia no será el fin del Cártel de Sinaloa, sino la imputación a toda una nación.

La pregunta ya no es si Washington golpeará a México con el pretexto del poderío que alcanzaron los grupos criminales, sino cómo va a ejercer un chantaje inescapable sobre el gobierno de Claudia Sheinbaum al solidificar el estigma de que somos un narcopaís.

Dado que el fenómeno criminal que entrañan organizaciones como el Cártel de Sinaloa (con sus divisiones, subgrupos, escisiones, derivados y entidades conexas) no sería posible sin la complicidad, activa y pasiva, de autoridades, lo que se avecina es la apertura de la gran cloaca.

Qué nefanda sensación ésta de saber que la imagen del país –no sólo del gobierno, hay que enfatizarlo, y no sólo de autoridades de Morena, por si alguien anda con oportunista miopía politiquera– será revolcada con saña en espacios triple A de la prensa de Estados Unidos.

Nadie se va a escapar de esto.

Hemos cohabitado con organizaciones criminales por más de medio siglo y de esos lodos caerá harto polvo sobre gobernadores (actuales y anteriores), diputados (ídem), jueces, alcaldes, policías, fuerzas armadas y, desde luego, partidos, iglesias, abogados, empresarios y periodistas.

Los Chapitos dirán verdades (alguna que otra exageración, también, qué duda cabe), crudas historias de la corrupción con las que nuestros vecinos –nunca unos amigos verdaderos– anudarán la mortaja mediática de lo que pomposamente llamamos instituciones mexicanas.

El Tío Sam no pretende justicia, sino (más) influencia. El expediente de Los Chapitos será la pistola cargada en toda negociación con el Zócalo. A la presidenta Sheinbaum se le avecina un calvario: no es opción defender lo podrido, pero ¿logrará que le dejen la limpieza de la casa?

La caída con red de protección de parte de la familia de El Chapo Guzmán va a construir un relato que podría llevar al vecino a ceder a la tentación de categorizarnos como Estado fallido. Por ende, ¿cuánto de ese expediente se traducirá en la prueba que exhiban los halcones estadounidenses para decir que, dada la evidencia, la promesa de campaña de hacerse cargo ellos de los narcos mexicanos tiene que cumplirse, que sus marines han de desembarcar en Sinaloa?

Encima, el obradorismo habrá de tragarse una sopa de su propio chocolate: duro que dale por meses exhibiendo cualquier retazo del juicio contra García Luna como si fuera un incuestionable Olimpo… ahora, a apechugar con lo que Ovidio desnude en las audiencias en Illinois.

Es preciso resaltar que, por si fuera poco, la embestida nos encontrará desunidos, enfrentados y rebosantes de desconfianza. Una nación que dice que es feliz, pero que vive en medio de la polarización más encendida en décadas.

¿Quién cree que la tarascada de la Casa Blanca servirá para que el gobierno morenista abandone su sectarismo, para motivar una resistencia al injerencismo que surja de una posición no sólo de unidad real, sino de reflexión colectiva genuina sobre qué toca hacer?

México es mucho más de lo que se dirá en los juicios que el clan Guzmán enfrenta en Estados Unidos. Pero rescatar y defender eso otro que también somos no es posible si no se corrige lo que permitió al narco empoderarse y apoderarse de una parte del país.

COLUMNAS ANTERIORES

Julio Berdegué: El enojo del señor de las moscas
La presidenta, una víctima de su desinformación

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.