Claudia Sheinbaum tiene que reconstruir la administración pública. Es una tarea titánica. Un reto descomunal incluso para alguien con fama de metódica y dedicada. Y parte del problema es que no poco de lo que ha de corregir viene del sexenio pasado, no del periodo previo.
La mañanera de la actual presidenta se ha vuelto un espacio de olvidos deliberados: se lanzan iniciativas pasando de puntitas sobre lo no hecho, o lo deshecho, durante el sexenio anterior. Una continuidad desmemoriada: ora urge vacunar contra el sarampión (y otros padecimientos), ora es necesario corregir Birmex y el desabasto de medicinas, ora hay que combatir al crimen organizado con inteligencia y coordinación, ora hay que apoyar al campo...
Destruir es sexy, reconstruir no tanto. Decir que estaba mal la compra consolidada de medicinas, allá en 2018/2019, era medio atendible, el reto es nombrar hoy esa enfermedad sin que nadie pregunte: compañera presidenta, ¿entonces qué se hizo en cinco años?
El problema no es sólo retórico, o de consistencia en la propaganda que ensalza sin encontrar mácula al de Macuspana. Autoengañarse y achacar al pasado “neoliberal” los problemas imposibilitará el que obtengas lecciones de lo intentado recientemente.
Como buena científica, Sheinbaum ha de tener un buen diagnóstico de algo que se va a intervenir, cambiar, corregir o de plano reinventar. ¿Se puede tener un estado de la cuestión de un problema si se tuvo las manos atadas en la transición y si se heredaron no pocos cuadros?
Qué difícil chamba la de la presidenta. Pongamos un caso mencionado ayer en la mañanera. Si las cosas no cambian de último minuto, por fin tendrá ella un cuadro suyo en el Instituto Nacional de Migración, por fin se irá de ahí el negligente de Francisco Garduño.
Siete meses le habrá tomado a Sheinbaum nombrar a Sergio Salomón Céspedes. ¿Hay que enfatizar que de tiempo atrás la migración es un tema humanitario de alta prioridad por la criminalidad que explota personas y por la visibilidad del tema en la agenda Trump?
A saber qué va a encontrar el exgobernador de Puebla en el Inami; una cosa se puede asegurar: de lo que halle, o de lo que no, hará mutis, echará la basura debajo de la alfombra y a enderezar la oficina con lo que pueda, mas no con recursos, porque de esos no hay.
De López Obrador se llegó a decir que mientras su diagnóstico de algunos problemas era correcto, las medidas que intentaba al respecto eran no sólo erradas sino erráticas: ¿cuántas veces quiso corregir el sistema de abasto de medicamentos? Demasiadas, infructuosamente.
Lo peor es que, dado que la transición era “entre los mismos”, muchos de estos se cuidaron de no decir a la presidenta la realidad de la herencia que recibiría en términos de administración: ahí están por ejemplo los descomunales empréstitos sin pagar en Pemex.
AMLO es el artífice de la gran devastación institucional. Su sexenio tuvo dos lados: lo que emprendió en términos de infraestructura quiso dejarlo terminado (o casi), lo que improvisó (IMSS Bienestar, por mencionar un caso) lo dejó muuuy a medias.
Al mismo tiempo dejó sin recursos múltiples programas, como a productores agrícolas o a científicos y estudiantes de posgrados. Quiso rehacerlo todo… ¿o “deshacerlo todo”?
Ahora, ese tiradero es responsabilidad de Sheinbaum, que con escasos recursos promete que todo va a mejorar sin, de ninguna manera, tener la claridad de lo que se hizo mal para no repetirlo, ni mucho menos llamar a cuentas a quienes le fallaron a la nación desde 2018. Suerte, presidenta, la vamos a necesitar.