Rolando Cordera Campos

Va de recuento: los recortes y la expiación

Después que estallará la crisis de la deuda externa en México, surgieron los tijereteros quienes, ante cualquier nudo financiero, optaban por la solución fácil: ‘hay que recortar, aunque duela’.

Cuando estalló la crisis de la deuda externa, mediada por la nacionalización bancaria del presidente López Portillo, tuvo lugar en México una curiosa especialización del trabajo con sede en algunos bancos y desde luego en la Secretaría de Hacienda. Especialización que pronto fue adoptada y adaptada como práctica profesional y política en un país abrumado por sus deudas y acreedores.

Se trataba de los tijereteros quienes, ante cualquier nudo financiero, optaban por la solución fácil: “hay que recortar, aunque duela”. Luego, despegaban a algún otro escenario y los oficiales del sector público apenas y tenían aliento para buscar algún recodo al mandato sacralizado por el FMI.

Sabemos en que resultó el ejercicio y, aunque su parafernalia quería transmitir firmeza, apenas expresaba resignación ante los insufribles argumentos teóricos pergeñados en Washington y adornados en alguna de las universidades de la liga mayor del este o el nordeste gringo. Pero, el hecho mayor, asumido como diagnóstico renovado de una crisis que se extendía y profundizaba, era que la receta no funcionaba. Luego vinieron el Plan Brady, por un lado, y los pactos sociales y laborales, por otro; a la inflación se le cortaron las uñas y la caída productiva entró en paréntesis.

No hubo, ni aquí ni en Brasil, donde se desplegaron los mayores esfuerzos, una recuperación sostenida y menos portadora de buenas nuevas en cuanto al crecimiento. Vivimos una tristemente célebre década y media perdida y todos a una, nos abocamos a inventar o a adoptar alguna de las recetas de cambio estructural, que se decía, nos habilitarían para inscribirnos en los nuevos mundos de la globalización, del mercado mundial unificado y de la democracia universal de los derechos humanos, escenarios que se abrían al término de la Guerra Fría y el desplome del comunismo soviético.

El mundo y sus naciones se aprestaban a convivir con un capitalismo que se renovaba hasta volverse “único”, como señalara Branko Milanovic.  Todos nos volvimos globales y no pocos ricos y hasta capitalistas, hasta que la reproducción de brechas y asimetrías, sin haberse reducido mayormente, obligaron a “moderar” la fiesta y hablar de nuevo de falta de desarrollo, de atraso, de Tercer Mundo.

Ahora, después de la primera llamada crisis global de 2008–2009, de la pandemia y sus encierros, de la reaparición de la inflación y las operaciones militares, hablamos del “Global South” aunque con reservas y temores a una geopolítica que, en un descuido, acaba con lo que queda del “orden” global. Y, de repente, aparece el loco fantoche de Milei, quien convoca a un inclemente recorte del gasto público y del propio Estado. “Vamos a estar durante unos meses, peor que antes, particularmente en términos de inflación, y lo digo así porque como dice el Presidente es mejor decir una verdad incómoda que una mentira confortable”, dice el ministro de Economía en su primer mensaje quien remata: “Permitámonos soñar con volver a ser ese gran país que hace 100 años el mundo entero tanto admiraba”. (El Financiero,13/12/23).

Esperemos que el shock y el ajuste no hundan más a la tierra de Borges, que las profecías que la circundan no ocurran. Pero de inmediato, no caigamos en nuevas mitologías como las del mercado libre, del Estado como problema y amenaza, y embustes similares que, entre nosotros, llevaron a algunos a celebrar una “política económica del desperdicio”, como la bautizaran Warman, Brailovski y Clarke.

Cuidemos lo logrado. No abracemos nefastos cultos a la irracionalidad.

Salud para todos, lectores y no; buenas fiestas y un mejor año. Para nosotros y nuestros hermanos australes.

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