Rogelio Cabrera Lopez

El Papa Francisco ante los desafíos socio-económicos del cambio de época

 

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El cambio de época que estamos viviendo tiene uno de sus orígenes, en opinión de muchos especialistas, en el año de 1986. La caída del Muro de Berlín, y la desintegración de la Unión Soviética, pusieron fin a una larga confrontación entre dos sistemas económico-políticos que arrastraron a muchos grupos sociales en el trayecto de su conflicto.

Otros acontecimientos como el boom cibernético, la explosión de las redes sociales, los avances científicos –sobre todo en el terreno de la medicina–, el surgimiento de organizaciones civiles en favor del medio ambiente, la demanda creciente de respetar a las minorías y una renovada ansia de espiritualidad, entre otros muchos, suavizaron aquella confrontación.

Sin embargo, aunque ya no se daba esta lucha entre dos paradigmas ideológicos, fenómenos como la pobreza y la guerra se mantuvieron presentes. De ahí que los magisterios de San Juan Pablo II, de Benedicto XVI, y actualmente de Francisco, han venido insistiendo en temas que siempre han existido en la enseñanza social de la iglesia, pero que hoy cobran nueva actualidad.

Uno de estos temas, que siempre ha preocupado a los Papas, es el de la empresa. Asociados a ella, están otras preocupaciones clásicas: trabajo, salarios, sindicatos, trabajadores, gremios empresariales, etc.

De ahí que, sostener como en algunas ocasiones se escucha, que el Papa Francisco separa a los ricos de los pobres, dando sólo a éstos su cariño y consideración, no sólo representa planteamientos ya superados, sino que no obedece a la verdad. Ni Francisco ni los Papas anteriores han tomado partido en esa lucha del siglo pasado, pero han recordado los principios de nuestra fe cristiana que buscan la instauración del Reino de Dios, un reino de justicia, de verdad, de paz y, sobre todo, de amor.

La Doctrina Social de la Iglesia valora positivamente el papel de la empresa y del empresario, pero invita a que no sólo consideren los elementos económicos y la ganancia como único objetivo. Por ello recuerda la necesaria responsabilidad social de la empresa.

El Papa Francisco ha asumido esta valoración desde que era Arzobispo de Buenos Aires. Además, su participación en la reunión de los Obispos Latinoamericanos en Aparecida, Brasil, en 2007, demuestra su interés en el tema.

Es sabido que el entonces Cardenal Bergoglio coordinó la redacción del documento final de esa reunión, por lo que ese texto refleja en mucho su pensamiento.

Permítaseme leer una larga cita del referido documento: "Alentamos a los empresarios que dirigen las grandes y medianas empresas y a los microempresarios, a los agentes económicos de la gestión productiva y comercial, tanto del orden privado como comunitario, por ser creadores de riqueza en nuestras naciones, cuando se esfuerzan en generar empleo digno, en facilitar la democracia, y en promover la aspiración a una sociedad justa y a una convivencia ciudadana con bienestar y en paz. Igualmente, a los que no invierten su capital en acciones especulativas sino en crear fuentes de trabajo preocupándose de los trabajadores, considerándolos a ellos y a sus familias la mayor riqueza de la empresa, [empresarios] que viven modestamente por haber hecho, como cristianos, de la austeridad un valor inestimable, que colaboran con los gobiernos en la preocupación y el logro del bien común y se prodigan en obras de solidaridad y misericordia" (Aparecida #404).

Y ya como Papa Francisco, en la audiencia general del 1° de mayo del 2013, nos advirtió: "… pienso en las dificultades que, en varios países, encuentra el mundo del trabajo y de la empresa; pienso en cuantos, y no sólo los jóvenes, están desempleados, muchas veces por causa de una concepción economicista de la sociedad, que busca el beneficio egoísta, al margen de los parámetros de la justicia social."

Queda claro, entonces, que no es sólo el Papa Francisco sino la Iglesia toda la que nos invita a caminar juntos para construir el Reino de Dios.

La empresa debe sumarse a este proyecto, generando empleos, pero en condiciones dignas; buscando las legítimas ganancias, pero mejorando la calidad de vida de sus trabajadores; innovando en tecnología, pero respetando el medio ambiente; compitiendo en los mercados internacionales, pero sin descuidar el mercado interno.

El autor es arzobispo de Monterrey.

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