Mirarse al ombligo fortalece la vanidad, pero aleja de la realidad, que es lo que está pasando en Palacio Nacional, donde el enjambre de colaboradores alrededor de la presidenta Claudia Sheinbaum están llenando su ego con miel y su cabeza con humo. Todavía hace unos días, por las palabras suaves que recibía de Donald Trump, que se magnificaban en los medios nacionales y extranjeros porque a nadie trataba el iracundo presidente con la deferencia como a Sheinbaum, tuvieron la ocurrencia de diseñar una estrategia mediática para fortalecer su imagen y liderazgo en América Latina –que creen es la esfera de influencia de México– y, sin límites existenciales, también en el mundo.
La genialidad se amarraba a la atención selectiva, o lo que es lo mismo, todo aquello en el entorno que no reforzara lo que querían ver, lo excluían del consciente. Por eso, que a la presidenta le hubiera ido muy bien en el trato con Trump, sin importar que a México le fuera de la patada con los aranceles, como lo reportó ayer el Fondo Monetario Internacional al dar a conocer sus perspectivas de crecimiento –seremos el único país con recesión este año–, les daba suficientes argumentos para que si lo empataban con los altos índices de popularidad, podrían venderla como una líder del tamaño, dijo uno de ellos, de Angela Merkel, la excanciller alemana.
Lo que no han pensado es que el eficiente cabildeo mediático que ha tenido –sin incluir la propaganda diaria en Palacio Nacional–, siempre tiene el límite de la realidad. Y en algún momento, sus audiencias empezarán a observar –algunos dentro y fuera de México ya lo están registrando– que torear a Trump ayuda con la narrativa, pero no impide las represalias unilaterales de los aranceles, ni las amenazas injerencistas que no deja de hacer. En algún momento regresará el búmeran. ¿De qué sirvieron tantas concesiones y apaciguamiento si nos va peor que a todos?
Sheinbaum debe dejar de escuchar las sandeces frívolas de algunos de sus colaboradores y retomar lo que en ella es puro, lo analítica, lo fría, sin ínfulas ni soberbias venenosas, que a veces parecen virtudes perdidas en el tránsito del poder. Que siga con su estrategia mediática y la propaganda con las cuales se construye el consenso para gobernar, y seguir administrando las expectativas, que es el otro brazo para el mando, pero que tenga claro que no es suficiente. No puede perder, por una visión etnocéntrica dominante, las oportunidades que se le presentan, para hacerse presente en carne y hueso, no sólo a través de caracteres y algoritmos.
Si está dispuesta y convencida que la talla de lideresa que pretende su equipo no sea sólo de papel, tiene que ser más proactiva y aprovechar las oportunidades políticas que se le presenten, aunque se trate de las honras fúnebres del papa Francisco. Ayer informó que no asistiría al funeral de Estado el próximo sábado en la Basílica de San Pedro, donde decenas de jefes de Estado y de gobierno, así como de organismos internacionales, han confirmado su asistencia. “Estaremos en las exequias del papa, como debe ser”, dijo el presidente francés, Emmanuel Macron.
Sheinbaum, como lo hace todos los fines de semana, se irá a una gira por varias comunidades en el país, como si nada extraordinario hubiera pasado, como si no suspender sus visitas por el México de a pie, donde casi 8 de cada 10 personas son católicas, fuera la normalidad y no una excepción.
La presidenta dijo que enviará a la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, bajo cuyo cargo recae la relación con las iglesias, pero que no es muy bien vista por la Iglesia católica. La secretaria estará en un escenario de dignatarios, compartiendo el travertino de la Basílica de San Pedro con, entre otros, Donald Trump, mientras Sheinbaum dejó escapar la posibilidad de haber podido negociar unos 10 minutos de conversación privada con el jefe de la Casa Blanca –que es algo que suelen hacer los presidentes en este tipo de reuniones–, para continuar su negociación de aranceles –a menos que tenga pánico de tenerlo en vivo como interlocutor–.
Rodríguez es la jefa nominal del gabinete, pero no es quien manda ni lo coordina. No lo saben en Roma, pero les informará la Nunciatura. Tampoco es una buena señal la que manda la presidenta al enviarla como su representante al Vaticano, porque la relación, como se explicó el martes, no es la mejor. Ir al funeral habría sido un guiño para la Iglesia católica mexicana y con seguridad sería bien visto por los millones de católicos mexicanos. Hasta la muerte del papa Juan Pablo II, a cuyo funeral asistió Vicente Fox con su esposa Martha Sahagún, no iban los presidentes a las honras fúnebres, y como representante del Estado mexicano se acostumbraba enviar a la cabeza de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Francisco era el papa con el que más coincidencias tenía la presidenta Sheinbaum, a quien llamó “humanista” y defensor de los pobres, evocando sutilmente la autodefinición del régimen como “el humanismo mexicano” y la frase de su mentor el expresidente de “por el bien de todos, primero los pobres”. Francisco fue la voz de los sin voz y crítico del libre mercado, que son parte de las arengas y llamado a la acción del régimen. Pero ni así. ¿Habría forma que cambiara su decisión?
Un vuelo directo entre la Ciudad de México y Roma, sin escalas, es de 11 horas y media. No podría hacerlo, porque el expresidente Andrés Manuel López Obrador remató el avión presidencial, pero podría realizar el viaje con dos escalas en uno de la Fuerza Aérea en alrededor de 15 horas. Sheinbaum saldría el viernes para asistir a la ceremonia el sábado por la mañana, y regresar a la capital mexicana por la tarde. Serían 48 horas las que estaría ausente del país. Nada frente a todos los mensajes positivos que enviaría, sin dejar que el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva sea, como hasta ahora, el verdadero líder latinoamericano de talla mundial a quienes todos en el mundo escuchan.