Claudia Sheinbaum y Donald Trump están metidos en una dinámica de dimes y diretes por el contenido de su conversación telefónica del 27 de noviembre. Nos han metido al campo de la subjetividad y de los actos de fe. Quién le cree a quién, porque alguien no esta diciendo la verdad. La Presidenta ha tenido que desmentir la descripción que ha hecho el presidente electo de Estados Unidos de su plática, pero Trump la ha ignorado e insistido en su verdad. Cada uno le está hablando a sus audiencias, pero quizás existe una variable donde ambos tengan razón en lo que dicen y este malentendido tenga que ver con que se perdieron en la traducción.
La conversación se efectuó en inglés, por decisión de Sheinbaum, lo que puede ser interpretado como una forma inteligente de establecer una conexión empática con él, eliminando la barrera de la traductora. Lo que habría que ver ahora es si los códigos de comunicación fueron los mismos –lo que claramente no parece–, y si esa falta de conexión que tuvieron en el fondo de los temas los llevó a significados diferentes. Como señaló un agudo observador, no basta saber inglés, sino entender los significados de las palabras, a lo que se podría añadir que la diferencia en el significado, la estructura y las palabras de los idiomas, pueden conducir por caminos opuestos.
No hay una transcripción de la conversación, pero el alcance de los malentendidos a partir de las declaraciones que han hecho de su plática es monumental por lo antagónica de las posiciones expresadas en público. Por ejemplo, Trump afirmó que Sheinbaum le dijo que cerraría la frontera, pero ella afirma que nunca se lo ofreció.
Trump escribió en su red Truth Social: “México impedirá ahora que la gente venga a nuestra frontera sur. Esto contribuirá de manera importante a poner fin a la inmigración ilegal a Estados Unidos. Muchas gracias”. Sheinbaum respondió: “En la conversación con el presidente Trump, le expliqué la estrategia integral que sigue México para enfrentar el fenómeno migratorio respetando los derechos humanos. Con esta estrategia los migrantes serían atendidos antes de que lleguen a la frontera. Reiteramos que México no quiere cerrar sus fronteras, sino tender puentes entre gobiernos y pueblos”.
Probablemente, en el fondo, los dos tienen razón. Sí dijo Sheinbaum que estaban frenando la migración, pero agregó los conceptos de “estrategia integral” y el respeto a los derechos humanos, que a Trump le tienen sin cuidado y no existen como factores en la estructura de su mente. Trump tiene lo que poseen de manera notoria los populistas del mundo, una especie de inteligencia selectiva, que toma sólo las cosas que le interesan porque se acomodan a sus creencias y a su discurso, e ignoran todo aquello que les altere la narrativa, por lo cual borran esa información de su memoria y de su análisis. Es lo que en estadística le llaman la parcialidad de variables (variables bias).
Trump afirmó que Sheinbaum estuvo de acuerdo en detener la migración, que antes había señalado en discursos que se estaba dando con caravanas de indocumentados cruzando por México, aunque lo que apuntó la Presidenta, como lo dio a conocer, es que estaban trabajando para que las caravanas de migrantes se desbarataran. Una vez más, la discordancia de las declaraciones parece tener que ver con el empaquetado de los contenidos de la Presidenta, que parece abusar de la retórica propagandista, hablando con Trump como si estuviera en una mañanera en Palacio Nacional.
Esto se puede apreciar mejor en la carta que le envió a Trump la víspera de la conversación telefónica, cargada de datos e ideas sobrantes en una comunicación de esa naturaleza, como cuando afirma que “debemos arribar conjuntamente a otro modelo de movilidad laboral que es necesario para su país y de atención a las causas que llevan a las familias a dejar sus lugares de origen por necesidad”, o planteamientos como cuando agrega que Estados Unidos debía destinar un porcentaje de su presupuesto militar para “la construcción de la paz y el desarrollo”, con lo que se “estará atendiendo de fondo la movilidad de las personas”. Estos señalamientos estuvieron fuera de lugar y subrayaron su desconocimiento del personaje.
Es una verdad de Perogrullo decir que Sheinbaum y Trump son personalidades antagónicas en absolutamente todo, origen, religión, ideología y formación, por lo que, a raíz de los resultados obtenidos de su conversación, habría que revisar para el futuro que ella le hable en inglés. El modelo es muy bueno, pero no parece estar la Presidenta equipada para hablar con un personaje como Trump en su propio idioma. Como sugirió el observador que la ha escuchado hablar inglés, haber estudiado en Berkley, el campus de la Universidad de California más liberal de Estados Unidos, no la convierte en una interlocutora eficiente con Trump, porque su vocabulario y estructura semántica no existen en el mundo del presidente electo.
No es un problema de capacidades intelectuales, sino de entendimiento de las diferentes cosmogonías en las que se mueven y los códigos tan distintos que han mostrado tener. Hace aproximadamente una década la secretaria de Seguridad Territorial de Estados Unidos, Janet Napolitano, le pidió a un exfuncionario del gobierno mexicano con quien había trabajado en el pasado, que la acompañara a Guatemala para una entrevista con el presidente Otto Pérez Molina, a fin de que le pudiera traducir en sus códigos lo que quería plantearle y evitar malinterpretaciones.
Sheinbaum no tiene a nadie en su equipo que la apoye. Quedó demostrado por los malentendidos con Trump. En la conversación telefónica estuvo presente el canciller Juan Ramón de la Fuente, quien, junto con el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, la está asesorando, aunque sus recomendaciones no están funcionando. La Presidenta está sola y a merced de las interpretaciones de Trump, que la está tratando con un paternalismo inaceptable. Parte es culpa de ella, pero la solución también está en sus manos, reconociendo que las diferencias empiezan en el lenguaje y tendrá que ajustar equipo y estrategia para enfrentar lo que viene.