Construyendo

La última rebanada del salami

Raúl Asís habla sobre la posguerra húngara, el sistema democrático y la situación mexicana, con la llegada de las elecciones judiciales.

En la posguerra húngara, el Partido Comunista empleó una estrategia ingeniosa y letal para hacerse del poder: la táctica del salami (szalámitaktika en húngaro). Moscú ayuda a que Hungría se libere del yugo nazi con sus tropas el Ejército Rojo, pero inmediatamente ocupa el país y apoya a los comunistas para hacerse del poder en las primeras elecciones, en las que apenas obtuvieron el 17 por ciento de los votos, así que se les ocurre esta táctica. No cortaron el sistema democrático de un tajo. Lo fueron rebanando, poco a poco, eliminando a los adversarios uno por uno, debilitando las instituciones desde dentro, hasta quedarse con todo el embutido. En México, el actual régimen parece haber encontrado inspiración en ese viejo y efectivo método.

Durante los últimos seis años hemos sido testigos de un desmontaje sistemático de los contrapesos republicanos. Como si de una carnicería ideológica se tratara, primero se rebanaron las organizaciones ciudadanas tachándolas de conservadoras o neoliberales; luego, a los órganos autónomos como el INAI, el IFT y la CRE, debilitados o neutralizados con presupuestos raquíticos y nombramientos a modo. Más tarde, vinieron los embates contra el INE y el Tribunal Electoral, a quienes se les buscó despojar de su independencia para convertirlos en simples sellos de goma del poder.

Los partidos de oposición, atrapados entre la inercia, la falta de liderazgo y el cálculo político, no opusieron demasiada resistencia. Algunos hasta se ofrecieron para formar parte del menú. La sociedad civil, aunque valiente, no ha logrado articular una defensa eficaz que detenga el avance. El ejército, tradicionalmente ajeno al poder civil, fue gratificado con obras, recursos y funciones que lo han convertido en un actor político de facto. Ya ni siquiera hay necesidad de cortarlo; el salami se entrega por sí solo.

Y ahora, en un movimiento final que sería digno de un apoteósico cierre de telón, el régimen va por el Poder Judicial. La reforma que se nos ha anunciado como “democratizadora”, propuso que los jueces, magistrados y ministros sean electos por voto popular y así pasaron de ser juristas con carrera y formación técnica, a candidatos de campaña, sujetos a la lógica de los aplausos, los espectaculares y los padrinazgos políticos. Si los pronósticos se cumplen con el proceso electoral del domingo 01 de junio, veremos la aceleración de esta conquista anunciada y virtual asalto al único poder que aún conservaba algún resquicio de autonomía e independencia.

¿Alguien cree seriamente que esta reforma fortalecerá la justicia? Lo que veremos es la conversión de los tribunales en sucursales del oficialismo, ocupadas por personajes leales al presidente en turno, y no al estado de derecho. La independencia judicial será otro concepto nostálgico para los libros de historia.

Esta no es una anécdota más del sexenio. Es el punto final del proyecto autoritario, el último paso para convertir a México en una democracia de fachada, donde todo se vota, pero nada se equilibra. Y si la ciudadanía no lo comprende ahora, será demasiado tarde cuando quiera recuperar lo que ya fue rebanado.

El 1 de junio no solo se juega una elección. Se juega la posibilidad de que exista, en el futuro, alguien que todavía pueda decir “no” desde la legalidad. Si también ese espacio se pierde, no habrá más salami por repartir, nuestra última rebanada se habrá esfumado, solo nos quedarán el silencio y la obediencia.

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