Construyendo

Cuando la memoria flaquea, el futuro se tambalea

En lo económico, ciertos sectores parecen querer revivir recetas que fracasaron en el pasado, ignorando contextos cambiantes y lecciones duramente aprendidas sobre desigualdad y sostenibilidad.

A lo largo de la historia, la humanidad ha pagado un alto precio por sus errores. Guerras devastadoras, crisis económicas, colapsos sociales y desastres ambientales han marcado nuestro caminar sobre este planeta. Sin embargo, el verdadero problema no ha sido solo cometer errores, sino olvidar las lecciones que cada uno de ellos nos dejó. Cuando la memoria colectiva se debilita, abrimos la puerta a repetir decisiones equivocadas, incluso con consecuencias aún mayores. El tiempo transcurre implacable y, muchas veces sin malas intenciones, la parte experimental que nos llevó a que realmente aprehendamos la lección, se desenlaza de aquel recuerdo y regresa entonces la tentación de explorar soluciones que han demostrado su ineficacia.

Hoy, en un mundo interconectado, complejo y cada vez más polarizado, vemos señales preocupantes de esa amnesia histórica. En geopolítica, resurgen tensiones entre potencias como si la historia del siglo XX no nos hubiera enseñado nada sobre los peligros de la confrontación sin diálogo. En lo económico, ciertos sectores parecen querer revivir recetas que fracasaron en el pasado, ignorando contextos cambiantes y lecciones duramente aprendidas sobre desigualdad y sostenibilidad.

Pero quizás donde más peligrosa resulta esta falta de memoria es en la respuesta a la crisis climática. Sabemos, porque la ciencia lo ha demostrado y la experiencia lo ha confirmado, que la pasividad frente al deterioro ambiental tiene consecuencias costosas, tanto humanas como económicas. Y sin embargo, aún vemos intentos de postergar, obstinación por ahondar en la negación y el despliegue de estrategias tan insuficientes como ineficaces. Pareciera que no recordamos lo que han provocado los desastres naturales, la pérdida de biodiversidad o el aumento de fenómenos extremos. Más aún, seguimos atestiguando a diario estas graves y profundas consecuencias de la irresponsabilidad colectiva.

Las empresas, por su parte, enfrentan un dilema similar. Las decisiones de corto plazo, enfocadas exclusivamente en el rendimiento financiero, han demostrado ser insostenibles. Diversos estudios económicos recientes han demostrado que la rentabilidad también está en evitar las pérdidas y, en este sentido, es mucho más barato establecer medidas de adaptación a tiempo que hacer inversiones de remediación ante los impactos en el futuro próximo. Afortunadamente, muchas organizaciones están comenzando a entender que su éxito de largo plazoy su permanencia en el tiempo, depende de su capacidad de incorporar la sostenibilidad y la responsabilidad social en sus estrategias. Pero este cambio aún es lento, y a menudo se tropieza con viejas prácticas difíciles de erradicar.

Mantener viva la memoria no es solo tarea de historiadores. Es una responsabilidad colectiva que involucra a gobiernos, empresas, medios de comunicación, instituciones educativas y ciudadanos. Los museos, los archivos, los centros de investigación, las historias contadas por generaciones mayores, todo eso importa. Pero también importa cómo usamos esa memoria para construir decisiones actuales, no como un peso nostálgico, sino como un mapa para no perdernos otra vez.

Porque olvidar es fácil, pero las consecuencias del olvido son profundas. Y como ha ocurrido tantas veces, solo cuando el daño ya está hecho volvemos a mirar atrás para preguntarnos en qué momento dejamos de prestar atención a las claras advertencias que el pasado nos quiso mostrar.

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