Madrid.- Embelesado tras el flautista de Mar-a-Lago, Occidente toma impulso para saltar al vacío con sus valores democráticos, legalidad internacional y derechos humanos.
En 1989 nadie previó la caída del Muro de Berlín y que dos años más tarde se desplomaría la gran potencia nuclear que conocimos como Unión Soviética, sin disparar un solo tiro.
Puede ocurrir algo similar en unas semanas o meses: el derrumbe de la democracia como régimen político hegemónico en Occidente.
Ahora el destino del mundo como lo conocemos se definirá dentro de pocos días en Ucrania. A partir del 20 de enero, para ser precisos.
Las señales no pueden ser más ominosas para los patriotas ucranianos que defienden nuestros valores de autodeterminación, legalidad internacional, libertad de expresión, pluralismo y alternancia en el poder.
Sin la ayuda de Occidente no pueden expulsar de su territorio a un ejército invasor que mata, secuestra decenas de miles de niños para lavarles el cerebro, destruye su infraestructura, sus hospitales, plantas de energía eléctrica, tiene un presupuesto militar de 150 mil millones de dólares y a 10 mil soldados norcoreanos como refuerzos.
A la vuelta de la esquina se encuentra lo que tal vez se conocerá como la gran traición a Ucrania.
Donald Trump, el flautista de Mar-a-Lago, dio su tácito aval al expansionismo ruso hacia la recomposición del último gran imperio que conocimos, el soviético.
Trump dice que quiere recuperar el canal de Panamá. Que tal vez compre Groenlandia. Amenaza con meterse a México a proteger la salud de los estadounidenses.
Y a Justin Trudeau, el primer gobernante liberal que fue a postrarse ante Trump en Palm Beach, le dio un palo que lo tumbó del cargo: le dijo que piensa anexar Canadá a Estados Unidos y tal vez en su siguiente viaje ya no le diga primer ministro, sino tan solo gobernador.
Fue una broma, es cierto. Pero en política nada hay más serio que una broma.
¿Ya ven? Se vale, dicen en el Kremlin. Rusia y Estados Unidos tras su “espacio vital” (¿se acuerdan que ese fue el término usado por Hitler para expandirse hacia el este?).
El presentador de la televisión rusa Dimitri Kilselyov dijo que “será divertido ver si alguien en el Viejo Mundo intentará poner sanciones a EU en respuesta a su expansión territorial (o jurisdicción para aplicar sus leyes, agrego yo). Entonces es cuando descubriremos qué tipo de principios tienen realmente los amantes de las sanciones”.
Para el especialista de la Duma federal (Cámara de Diputados) rusa, Dimitri Kulikov, con la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos el panorama es aún más claro: “La era de los estados nacionales ha terminado. Está amaneciendo un nuevo mundo. Esta es la era de los fuertes”.
Los partidos nacionalistas en Europa, prorrusos, financiados en parte por el Kremlin y beneficiarios de los hackeos a los sistemas informáticos e intervencionismo electoral que auspicia Moscú (Rusia TD está prohibida en la Unión Europea), ven venir a un nuevo y poderoso aliado: Estados Unidos.
Se les llama ‘de ultraderecha’, y son tan antiglobalización y aliados de Rusia (y China) como los socialistas que gobiernan Venezuela y Nicaragua, o los comunistas de Cuba.
Hoy por hoy la elección ya no es entre derecha o izquierda, sino entre democracia y autoritarismo.
Trump, que calificó la invasión rusa a Ucrania como “genial” e “inteligente”, ha mostrado simpatías hacia todo lo anti Unión Europea.
El supercolaborador de Trump, Elon Musk, recibió en Florida al líder ultranacionalista británico, el populista Nigel Farage, y ha canalizado recursos a su partido, Reform UK.
De una semana para otra Musk cambió de opinión sobre Farage y expresó que el partido británico “necesita otro dirigente”. El que paga manda.
¿Qué hace el funcionario Elon Musk en la promoción de dirigentes partidistas y de grupos políticos en Europa? Hace lo mismo que los rusos. La legalidad internacional está en riesgo de extinción.
El hombre más rico del mundo también apoya al partido neonazi Alternativa para Alemania (AfD), de cara a las elecciones federales del próximo mes, señalan medios europeos.
Curioso que Musk sea promotor de partidos xenófobos, porque él llegó de su natal Sudáfrica a Estados Unidos con una visa H1B, para trabajadores especializados.
Y ahí viene Marine Le Pen en Francia. Otra amiga de Putin.
Hungría está con Putin.
El presidente de Eslovaquia, país integrante de la UE y de la OTAN, fue a Moscú a abrazarse con Putin.
Austria estará, quizá este mismo mes, en manos de la ultraderecha (prorrusa, léase autoritarismo), que ya está formando gobierno por primera vez desde 1939.
Olaf Scholz se tambalea en Alemania por méritos propios.
Lo que suceda a partir del día 20 dará la pauta del perfil de una nueva era.
Veremos si Europa tiene reservas políticas y morales suficientes para defender la democracia liberal, el globalismo y el orden multilateral, o si también quedará sepultada bajo el tsunami nacionalista, antirrepublicano y antidemocrático de los “hombres (o mujeres) fuertes”.
La respuesta se va a despejar en Ucrania.
Si las democracias liberales de Europa logran consenso para seguir apoyando a los patriotas ucranianos con o sin el consentimiento de Trump, el mundo estará a salvo por un buen tiempo.
Con el apoyo económico y logístico de sus aliados de Europa, Ucrania no va a caer.
El Ejército ruso no pudo tomar Kiev en tres días. Tampoco en mil.
El ejército que se preparó para combatir al tú por tú con el de Estados Unidos y vencer a la OTAN, no ha podido con Ucrania.
Necesitan el auxilio de soldados norcoreanos porque no pueden solos contra el ejército del vecino que invadieron.
Y Occidente le regatea armamento y tropas a Zelenski por miedo al chantaje nuclear de Putin.
Malos son los augurios para la paz, la democracia y las libertades en el mundo. Pero aún no está dicha la última palabra.
Autoritarismo o democracia.
Derecho internacional o ley de la selva.
Esa última palabra se dirá en Ucrania.