Uso de Razón

Rumbo a la ingobernabilidad

Semana tras semana, mes tras meses, todos los años desde que está en política, López Obrador pateó el pesebre a la espera de cachar las ruinas del derrumbe.

Más de 30 años con López Obrador y los suyos dando patadas al pesebre nacional no podían terminar sin consecuencias: la gobernabilidad se derrumba.

De un empellón con una camioneta rompieron la puerta principal de Palacio y nos recordaron el lamentable estado en que se encuentra la investidura presidencial.

Así está el país.

López Obrador sembró vientos y ahora cosecha tempestades.

No recuerdo a un presidente que haya mandado poner tales fortificaciones metálicas en Palacio Nacional, que hasta hace pocos años era un lugar abierto al público.

Y se metió una camioneta con encapuchados que en nombre de la causa de los 43 les tiró la puerta de un choque.

Parece el colmo de la ineptitud en el equipo de seguridad presidencial, pero seguramente no lo es: siempre hay más.

Dedicados de tiempo completo a espiar y a fastidiar a sus enemigos políticos, han derrochado tecnología, recursos y esfuerzos para sintonizar con las fobias presidenciales, pero dejaron abierto el flanco de atención a los grupos políticos y violentos y a los cárteles grandes, chiquitos y medianos.

Los creyeron de su lado. Ahora que gobiernan no saben cómo volver a meter al monstruo dentro de la botella, luego de haberlo despertado.

Malas noticias para todos: ese monstruo ya no va a regresar a la botella.

Viene la ingobernabilidad.

Fue López Obrador quien les dijo a los padres (y a sus representantes) que el secuestro de los normalistas había sido un crimen de Estado.

Acompañado de John Ackerman y un abogado viajó a Washington a denunciar al Ejército mexicano y a Peña Nieto por el asesinato de los 43 normalistas.

Calificó de burla y mentiras la verdad jurídica que presentó el fiscal Jesús Murillo como resultado de las investigaciones.

Se deshizo de Ackerman (que acusó a Felipe Calderón en La Haya por los homicidios dolosos en México) y metió a la cárcel a Murillo.

Pero el resultado es el mismo. No hay otra verdad, salvo matices, y seguramente puede haber más, aunque lo sustancial ahí está.

Ahora no sabe cómo apagar el incendio que él avivó en su lucha por descalificar todo, siempre, hasta llegar al poder.

Lucró con la muerte de los normalistas.

Ahora que es el jefe del Estado se encierra en un Palacio amurallado para no dar la cara a los que convenció de que “fue el Estado”.

El crimen se desborda en el país, lleva el doble de asesinatos dolosos que Felipe Calderón y carece de respuestas. Alteraron el número de desaparecidos, lo que de ninguna manera cambia la realidad.

Casi todo el país es un cementerio clandestino.

Para sus compañeros de viaje más radicalizados, que tanto le sirvieron para destruir u obstaculizar avances y desdeñar la convivencia civilizada, ahora él, López Obrador, es el cómplice de Ejército y de políticos que él denunció como “asesinos”. Así les decía.

Sus programas sociales, aun quitando la parte electorera y de control político que evidentemente tienen, son un cuarto de aspirina para la gangrena que nos descompone por dentro.

Semana tras semana, mes tras meses, todos los años desde que está en política, López Obrador pateó el pesebre a la espera de cachar las ruinas del derrumbe.

Insultar se volvió rutina. E hizo efecto. No podía ser de otra manera.

Tantos miles de días invertidos en recorrer el país y los medios de comunicación, que siempre tuvo abiertos (aunque ahora los desconozca y ataque), para polarizar, han hecho crisis.

Ojalá fuera un búmeran que sólo se revierte hacia él por haberlo lanzado, pero no es así. El daño ha sido a México.

Pagamos la permisividad hacia el fanatismo, la ilegalidad y la mentira de un grupo político.

El 8 de noviembre de 2014 Claudia Sheinbaum difundió en sus redes sociales: “#YaMeCansé de un gobierno atroz, indigno, vendepatrias, ligado al narco, soberbio, corrupto, un gobierno que no merecemos los mexicanos”.

Hoy Sheinbaum es candidata presidencial, y de ganar recibirá un país con la gobernabilidad hecha jirones.

La unidad, que es indispensable para empezar a intentar rescatarle, ella y AMLO la hicieron imposible.

Permitieron la expansión de los dos grandes cárteles, que tienen alianzas y guerras con cárteles regionales y pandillas de barrio, con lo que crearon base social y se desarrolla una economía que gira en torno a la actividad criminal.

Eso es imposible de volver a separar (al menos eso me parece).

Al Presidente lo salen a defender Los Zetas: no es narco, dicen.

¿Qué es eso? Una locura que aún muchos, quizá la mayoría, no quieren ver.

Aspirantes de todos los partidos necesitan la venia de los jefes de plaza en vastas regiones del país para competir por una alcaldía. De lo contrario pueden perder, o los hacen declinar y en un extremo los matan.

El país se adentra en la ingobernabilidad.

Ahí está el legado de López Obrador y de quienes con él patearon el pesebre de la casa común.

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