El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales .
Nos encontramos en un momento de la historia del ser humano donde enfrentamos múltiples cambios de dimensiones globales que impactan e impactarán nuestro día a día a causa de la pandemia por el Covid-19. Uno de los retos que se está buscando resolver es que mientras el confinamiento a causa del virus sea más estricto, los problemas psicológico-emocionales serán más fuertes.
Se podría suponer que estamos llegando a la mitad del problema a partir de que una decena de países europeos han permitido a sus ciudadanos volver a salir a las calles bajo una serie de restricciones después de una larga cuarentena obligatoria. Pero todo lo contrario, no estamos en un intermedio que nos lleve al final de esta crisis, sino en una transición hacia una nueva forma de vida.
En estos momentos la medicina más eficaz para evitar contagios sigue siendo el 'confinamiento', pero dentro de éste hay secuelas físicas y psicológicas que van a marcar a muchas generaciones. La soledad, el ocio y el convivio forzado que se nos ha obligado a sostener en los hogares para combatir al mayor problema del siglo XXI, premian a la salud pero al mismo tiempo irrumpen nuestro tejido social.
Los países que han controlado la curva de contagios, sobre todo en Asia (en la ciudad de Wuhan, centro de la pandemia levantaron restricciones el 7 de abril) y Europa, han comenzado a permitir que la gente salga de sus casas con reglas estrictas: bajo el distanciamiento físico, con el uso de mascarilla, en determinados horarios, cursos con pocos alumnos y sin aglomeraciones… incluso para velar la muerte.
Al mismo tiempo, preocupa observar que las afectaciones que está dejando el nuevo coronavirus, aún invaluables en su totalidad, desvelan un sistema de Estados rebasado, confiado y poco preparado para responder en sus obligaciones más esenciales: desde la construcción de una estructura de salud pública robusta y fuerte, hasta en la incapacidad para subsanar los efectos colaterales que está dejando en su camino esta pandemia. La ONU afirma que en tres meses de encierro se han presentado al menos 15 millones de abusos domésticos en el mundo.
Por ello lo único cierto en estos momentos es que todo es incierto. Las preguntas abundan y se acumulan. No hay aún respuestas satisfactorias coordinadas a nivel global sobre cómo vencer al virus. Apenas el lunes y a iniciativa de la Unión Europea se reunieron líderes del mundo, sin la presencia de Estados Unidos, para juntar dinero a fin de obtener una vacuna. Lograron el objetivo y sumaron entre todos ocho mil millones de dólares, sin duda un paso importante pero aún insuficiente para enfrentar todos los problemas colaterales que estamos viviendo.
Al respecto, vale la pena tomar en cuenta el pronunciamiento del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, al afirmar que "el mundo no fue capaz de unirse y enfrentar al Covid-19 de forma articulada y coordinada". Para algunos países atender la crisis económica es una prioridad, y pongo como ejemplo a Brasil y al propio Estados Unidos, quienes urgen a levantar el confinamiento para dar paso al restablecimiento económico. Para otros el cuidado de la salud sigue siendo el motivo principal de sus estrategias, y ahí tenemos a los países europeos que, a pesar de su economía en declive, buscan frenar a como dé lugar una posible segunda ola de contagios.
Pero mientras deciden, diversas crisis ya se instalaron en el mundo y avanzan silenciosamente. El desconfinamiento ha permitido salir tímidamente a las calles, la salud mental se agrava, los empleos se pierden mientras que los contagios no dan tregua y ya rebasan los tres millones y medio, y las muertes suman más de 250 mil. Hay regiones en el mundo, como África, que aún les espera lo peor.
No obstante hay casos ejemplares como el de Nueva Zelandia, que ya no registra nuevos contagios. Ha sido uno de los países que mejor ha combatido al Covid-19. Su gobierno, encabezado por una mujer inteligentísima, estableció un modelo de interacción entre las personas que ya se busca replicar en otros países: las 'burbujas sociales'. Son mecanismos de convivencia entre familiares de primer y segundo grado en un mismo hogar, pero al mismo tiempo esas personas no deben reunirse con otras más para evitar futuras propagaciones.
Comenzaremos a vivir bajo nuevos modelos sociales, donde por supuesto la tecnología impondrá sus cánones. Pero en el fondo, la transformación hacia la que nos dirigimos corresponde a un nuevo contrato social y en donde los gobiernos también deben evolucionar hacia la eficacia basada en el equilibrio de la salud humana, la salud animal y la salud del medio ambiente.