Dentro de ocho días, es probable que sepamos quién ganó la elección en los Estados Unidos; y digo probable, porque siempre hay que dejar un margen de indefinición por si se presenta una contienda cerrada o impugnada, que pueda arrojarnos hacia varios días a la deriva sin conocer quién será la o el nuevo presidente de nuestro país vecino.
Máxime si en la boleta electoral se encuentra un personaje como Donald Trump, capaz de incendiar o paralizar el proceso solo con su discurso. Nuevamente se encontrarían bajo fuego las viejas instituciones que sostienen la democracia estadounidense.
Todas las encuestas prevén una contienda cerrada, y se desea que por mínima que fuera la diferencia, quien pierda reconozca el triunfo. Pero estamos ante una democracia que se vanagloria de ser la más sofisticada, a pesar de que en últimos ejercicios electorales se ha vuelto caótica e imperfecta. Su sistema roto en entuertos ha dejado al descubierto que el voto popular se ve doblegado por el voto electoral. Es decir, no necesariamente gana quien más sufragios obtuvo.
Además, el mismo Donald Trump, cuando perdió hace cuatro años frente a Joe Biden, no reconoció los resultados y jugó con sus constantes mentiras en convertirlas en verdades. Argumentó fraude, e impactó con sus bravatas en la irracionalidad de sus simpatizantes que buscaron tomar el control del Capitolio, con uniformes y vestimentas parecidos a los que usaban los gladiadores. Estos escenarios podrían repetirse nuevamente si Trump asume que, dentro de sus opacidades, se vivió una contienda amañada.
Una de las principales luminarias que forran con anuncios el Times Square de Nueva York, arroja cada cinco minutos, en tiempo real, el movimiento de las apuestas. En ella coloca a Donald Trump ligeramente arriba de Kamala Harris, 51 por ciento a 49 por ciento, y una bolsa acumulada de más de 6 millones de dólares, según la casa de apuestas que publicita los resultados.
Estamos frente a una elección espectáculo, donde no solo está en juego el gobierno de los Estados Unidos, sino apostadores en todos los sentidos, incluido uno de los hombres más ricos del mundo, Elon Musk, quien abiertamente ha apoyado al magnate. La pregunta inevitable es, ¿a cambio de qué?
Para México resulta un dolor de cabeza pensar en esa dupla. Donald Trump amenaza con una serie de medidas que, ya acostumbrados a ellas, desgastarán la relación, pues es imposible no reaccionar a sus peroratas, amenazas y amagos. Musk coqueteó con construir una gigafactory en Nuevo León, y todos en México le compraron el cuento con anuncios espectaculares.
Después, reculó sin remordimiento alguno, argumentando que esperaría el resultado del próximo 5 de noviembre. Esa dupla podría ser poderosísima en cuanto a generar una narrativa global que envilezca a sus seguidores y convenza a los despistados; pero sobre todo, doblegar a las naciones para conseguir sus objetivos.
Entre el discurso de Trump y la plataforma de X de Elon Musk, la amplificación del discurso político y la manipulación de los mensajes articulados desde la plataforma, podrían combinar una influencia no vista desde la propaganda aplicada desde la Unión Soviética.
A esta fórmula se suma la decisión de los dueños de los diarios The Washington Post y Los Angeles Times, cuyos dueños, Jeff Bezos y Patrick Soon-Shiong, censuraron editoriales preparadas para apoyar a Kamala Harris. En su lugar, decidieron no hacer públicas sus tradicionales posturas respecto a tomar partido por alguno de los candidatos. En consecuencia, renunciaron tres miembros del consejo editorial del Post y en ambos medios varios miles de lectores han dejado la suscripción respectiva.
Ayer el diario The New York Times publicó bajo el título ‘¿Quién lidera las encuestas?’ sus últimos resultados antes de las elecciones. Alerta respecto a que la contienda se cerró a un punto de diferencia, y coloca a Kamala Harris arriba con 49 por ciento, por un 48 por ciento de Donald Trump. A mediados de septiembre se vivió el momento más favorable para la demócrata, al separarse por 4 puntos porcentuales. Nada para celebrar, tampoco, pero sí es un indicativo de lo complejo que será conseguir un resultado contundente.
La percepción de que ganará Donald Trump se ha incrementado, lo cual para muchos países resulta preocupante, ya que lidiar con un personaje así supone complicar sus relaciones, sobre todo comerciales. No obstante, hay países como Rusia en los que un eventual triunfo del republicano significa endulzar su proyecto a la consolidación de su estrategia expansionista. Los juegos de poder se mueven vertiginosamente cada vez que hay elecciones en los Estados Unidos. En ocho días, quizá sepamos cuáles se activarán en los escenarios político, social y económico dentro de las relaciones internacionales.