El fin de semana pasado visité la ciudad de Austin, Texas. Mientras manejaba por el centro, un vehículo sin conductor se detuvo junto a mí. Era uno de los taxis autónomos de la empresa Waymo. Ya había visto estos vehículos en reportajes y videos, pero nunca me había tocado compartir el tráfico con uno. Mi sorpresa fue aún mayor al notar que no era un caso aislado; en unas cuantas cuadras conté al menos cinco más, recogiendo pasajeros y circulando con total normalidad.
Waymo inició operaciones en Phoenix y San Francisco, pero en 2023 se expandió a Los Ángeles y recientemente incursionó en Austin. La empresa planea llegar a otras grandes ciudades como Atlanta, Miami y Washington DC. Su crecimiento ha sido vertiginoso; pasó de realizar 10 mil viajes semanales en 2023 a más de 250 mil en 2025. Tesla y otras firmas también pujan por entrar al negocio de los “robotaxis”. Lo que ayer era ciencia ficción, transporte público urbano sin conductores humanos, hoy es una realidad en varias ciudades de la Unión Americana.
Habrá quien diga que esto es parte natural del progreso; cada revolución tecnológica ha desplazado oficios, para dar paso a nuevos. Pero lo que estamos presenciando con la inteligencia artificial y la robótica es algo distinto, una disrupción transversal que está penetrando todos los sectores productivos a una velocidad sin precedentes. El reemplazo del trabajo humano ya no es paulatino, es agresivo y silencioso.
China, por ejemplo, se ha convertido en el epicentro mundial de la manufactura gracias a su apuesta por la automatización. Varios reportajes recientes dan cuenta de la existencia de “fábricas oscuras”, instalaciones donde no se necesita encender las luces porque ya no hay humanos trabajando; son sitios que se erigen como símbolos de la era que viene: robots que ensamblan, revisan, embalan y despachan productos sin intervención humana. No descansan, no protestan, no cobran horas extra.
Es evidente que muchos empleos actuales se extinguirán, no como parte de un ciclo, sino como una especie de selección natural. Y no pensemos únicamente en los trabajos manuales; paradójicamente, uno de los sectores más afectados es el de los programadores de software. El Washington Post documentó recientemente que una cuarta parte de los trabajos de programación de software ha desaparecido. Si algo hace bien la inteligencia artificial es programar, y eso está ocasionando despidos masivos en un sector que antes se veía como una “apuesta segura” para los jóvenes.
El mundo está cambiando y, mientras algunos se preparan para surfear la ola, la mayoría apenas ha notado que se acerca. Las decisiones políticas y regulatorias de cada país serán clave ante esta transformación. Los gobiernos deberán elegir entre abrazar estas tecnologías para no quedar en el atraso o frenarlas en un intento por proteger empleos. México, previsiblemente, optará por lo segundo. Desafortunadamente, la historia no suele ser amable con las naciones que intentan detener el reloj del progreso.
POST SCRIPTUM. En un hecho sin precedentes, la Suprema Corte se vio obligada a publicar una aclaración ante las críticas suscitadas por el proyecto de sentencia elaborado por la ministra Lenia Batres en el amparo directo 6/2025, relativo a los derechos de autor sobre obras creadas por inteligencia artificial. El proyecto proponía que todas las obras generadas por cualquier sistema de inteligencia artificial fueran consideradas como parte del dominio público, con el fin de que pudieran difundirse libremente y “beneficiar a toda la humanidad”.