Sospecho que no existe una vida profesional sin ciertos miedos. El tiempo, la experiencia y la madurez emocional van permitiendo atenuarlos en un grado importante pero no siempre desaparecen del todo.
En los inicios, se suele tener miedo al ‘no’. Los más tienen temor a las evaluaciones estrictas.
Con el paso del tiempo, se siente aprensión cuando se es llamado a una conversación intempestiva.
Y ni se diga el temor que puede producir en muchos el imaginarse despedido.
En su definición más simple, el miedo es la angustia que se siente por un riesgo o potencial daño, sea real o sólo imaginario. Puede ser cognitivo (puros pensamientos o creencias); fisiológico (reacciones concretas del cuerpo) o conductual (acciones o inacciones ante el temor). En cualquier caso, tiende a ser perturbador.
De todos los miedos que se nos puedan ocurrir, ¿cuáles son aquellos que merman valor en el esempeño de un equipo? Aquí tres para la reflexión directiva:
1) No soy lo suficientemente bueno.- La sensación de que nos falta algo para estar a la altura de cada circunstancia tiende a aparecer cada vez que se avanza un tramo y se descubre que la esquina dobla y se ignora que se requerirá al virarla y tener que seguir.
Los directivos sabemos que el andar gana ancho de banda y suma familiaridad en un montón de temas. No obstante, cuando se advierte que emerge miedo a lo desconocido, nunca está de más afirmarle a un individuo o equipo que se ha preparado para el tema y que tiene lo esencial para sacar adelante el asunto y su complejidad.
2) No encajaré en este equipo jamás.- Amamos sentirnos parte de espacios, comunidades o entornos que nos interesan y nos producen dividendos. Y cuando alguien no se percibe parte del engranaje esencial o siente exclusión implícita, emerge el miedo a no encajar.
Los directivos sabemos que es un talento construir armonía continua en el desempeño presionado, competitivo y, por momentos, cuesta arriba. Pero cuando se detecta temor a no pertenecer en alguien que aporta valor, se requiere una intervención explícita para hacerle ver su valía y trabajar el más elemental nivel de confort funcional.
3) No puedo ser como realmente soy.- Es el miedo más sensitivo.
No es fácil ser de una forma cuidada en el trabajo todo el tiempo. Se puede ser reservado o discreto en muchas cosas, pero eventualmente las personas hacen lo que hacen porque son como son.
Los directivos sabemos que en formas, estilos, preferencias y reacciones se manifiestan las individualidades más extremas.
Y no sólo es importante observar el hacer, poder y querer, sino armonizar el ser de cada uno con el ser de la organización. Y si algo se desalinea por motivos insospechados, se debe intervenir el espacio de coexistencia profesional.
No hay vida profesional libre de temores. Los hay, sin embargo, constructivos y destructivos. Los primeros alertan, producen un saludable cuidado y se superan con la confianza de que se está haciendo bien el bien que se busca.
Los segundos inhiben, contienen potencial de despliegue y tienden a derivar en otro tipo de problemas más temprano que tarde.
Tener miedo es humano. Superar los miedos continuos también.
No se es, sin ciertos miedos. Como no se crece sin haberlos dejado atrás. Cada colaborador llega con los suyos y la organización debe detectar y trabajar los que le corresponde y darle herramientas para sobreponer aquellos que se encuentran en la esfera de lo personalísimo.
Se le atribuye al historiador romano Tito Livio el haber afirmado que “el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de los que son”. En dirección debemos enseñar a tirios y troyanos a ver las cosas más allá de lo que el miedo tenderá a empañarles. Y es que, jóvenes, sin algo de miedo, no hay paraíso profesional.