El empresario aspira a la claridad. No deja de desear que el entorno en el que opera sus negocios le permita pronosticar con relativo claror los desenlaces posibles de sus decisiones alternativas.
Ganar esa perspectiva es una tarea diaria. Digerir un reporte selecto, escuchar un ‘insight’ sobre el mercado o conocer algún detalle útil de un producto o competidor pueden resultar complementos o modificadores de la toma de decisiones cotidiana. Lo difícil es distinguir el ruido de la información confiable y de valor.
En su definición más simple, el ruido es un sonido inarticulado, por lo general desagradable. El término tiende a usarse en el mundo empresarial para señalar algo de importancia aparente, que provoca distracción o preocupación pero que, en el fondo, es insignificante porque carece de sustancia.
¿Cómo fortalecer la sensibilidad directiva para discernir entre el ruido y aquello que sí nos debe ocupar? Aquí tres conceptos para la reflexión:
1) La pericia es de quien la trabaja.- El puro paso del tiempo no permite ganar experiencia y sensibilidad temática o comercial. Es la atención sostenida. La escucha intencionada. La observación en los lugares correctos. Y, sobre todo, la habilidad para descifrar aquello que es útil de lo que solo desenfoca o distrae.
La sensibilidad práctica sí nutre la toma de decisiones pero, ni se sustenta en pura intuición, ni puede carecer de elementos estudiados, articulados y validados para afilar la habilidad para identificar aquello que es relevante.
2) No es el riesgo sino la falta de visibilidad.- Ningún empresario espera que su teatro de operaciones sea perfecto. Lo que busca es que los riesgos inherentes a los resultados buscados en entornos de competencia intensiva sean oportunamente visibles, decodificables y, si me apuran, razonablemente predecibles.
Dicen los que saben, que los riesgos se evitan, se reducen, se trasladan o se gestionan, nunca se desatienden y menos se ignoran. Ponderar riesgos es tarea perpetua pero el primer paso es estar seguro de que todos los que se deben ver tienen luz en la intensidad correcta.
3) Hay piedras que sólo se ven cuando baja el nivel del río.- Y cuando se llegan a observar, aún y cuando se esté en momentos de limitación o problema, conviene ubicarlas, dimensionarlas y registrarlas para cuando el nivel crezca y las vuelva a ocultar.
En los negocios, el terreno de juego es relativo a la posición desde la que se observa o se juega. Y aun cuando se perciba ruido en el ambiente, resulta indispensable aprender a llevar el ojo a aquello que solo se vio (y se ubicó) cuando se tenía una posición relativa distinta.
El ruido no es sinónimo de incertidumbre. Ambas cosas dificultan la visibilidad idónea y merman la claridad en las fuerzas y actores de un mercado. La incertidumbre, sin embargo, es ambivalente. Porque al tiempo que inmoviliza a muchos –hasta a los mejores– produce variabilidad en la acción y refuerza la diferenciación competitiva. Y es que no todos reaccionamos a lo incierto igual.
Quien entiende la incertidumbre como una falta de claridad y certeza coyuntural e intrínseca a los negocios sabe que esta, cuando se extiende en los jugadores de un entorno competido, modifica estados emocionales, agota recursos e intensifica discusiones imposibles en entornos óptimos. Ello abre un catálogo de nuevas posibilidades para quien sabe aprovechar el momento.
El ruido distrae. La incertidumbre sólo altera el nivel de claridad y confort. Por ello, no es casual que, cuando alguien me pregunta qué hacen los empresarios, suela yo contestar: diseñamos empresas para que tengan ingresos razonablemente predecibles en mercados estructuralmente inciertos, evitando siempre que el ruido se vuelva el eje de nuestra reacción.