Dar resultados en cualquier organización es un reto en sí mismo. Entregarlos poniendo atención a la calidad de la relación entre los miembros del equipo que los produce, es otra cosa.
El alto nivel de desempeño de un negocio requiere que el engranaje que le da vida a los entregables de la promesa de valor y a los detalles de la operación tras bambalinas funcionen en ritmo, sí, pero sin dramas constantes que minen la calidad de la interacción de los colaboradores.
No obstante, en más de una compañía hay individuos que casi a cualquier suceso le dan tintes dramáticos que no tiene. En su estilo, sobre todo cuando el hecho les perjudica, ‘la arman de jamón’ o ‘se tiran al suelo’ sin que el suceso detonante sea algo realmente infortunado que lastime al individuo.
Al margen de las personalidades de los integrantes de cada equipo, ¿cómo atenuar el drama en la relación cotidiana de sus integrantes? Aquí tres elementos para la reflexión directiva:
1) El enfoque es al equilibrio productivo.- Lo ideal es que todos se lleven razonablemente bien, al tiempo en que desempeñan su función. Pero una cosa es procurar la armonía intencionada de los integrantes y otra es dictar una armonía artificial.
Las personalidades siempre serán distintas. Los intereses, también. Las visiones de asuntos tenderán a la diversidad de enfoques. El talento de la cabeza es siempre ponderar cuando se debe privilegiar el resultado, aunque desgaste al equipo, y cuando se debe privilegiar a las personas, aunque circunstancialmente se afecte el óptimo organizacional.
2) Donde no hay fricción, no hay movimiento.- Imposible que en equipos saludablemente presionados por el mercado no broten conflictos profesionales internos, quejas por omisión o acción, malos entendidos y miles de detalles que pueden friccionar.
Pero lejos de alimentar la perpetua tentación latina al drama, el director debe ponderar cuando reaccionar al instante y cuando patear asuntos para mejor momento. Alguna vez le aprendía la coach Emilia Coria, que “en una empresa sana las diferencias se identifican y se atienden con pericia y cálculo”.
3) No sólo es perfeccionar la función, es reforzar el propósito.- Con independencia del ‘dramómetro’ de cada quien, el director debe mantener el enfoque a la tarea que le corresponde a cada cual y al afinamiento perpetuo de su contribución al ritmo operativo de la organización.
Y al tiempo que se nutre el enfoque al resultado, se debe alimentar el porqué de las cosas. La razón de ser de cada tema, asunto o proceso. Imposible que todos tengan la máxima visión del conjunto, pero sí pueden tener una perspectiva cada vez más amplia de su contribución.
Cada compañía tiene su grado de tolerancia al drama. Algunas son muy tolerantes con sus protagonistas y otras muy poco pacientes con quienes son afines a ese estilo de argumentación individual. Lo relevante, sin embargo, es lo subyacente al drama mismo. ¿Qué hay detrás de esa forma de reaccionar a cada realidad concreta?
En el mundo ideal, las personas deberíamos ser capaces de departamentalizar enojos y frustraciones para no afectar terceras cosas o personas por un suceso incómodo o una realidad que no gusta. Pocos así. Los más tienden a mezclar ‘la gimnasia con la magnesia’ y un detalle minúsculo puede afectar el todo.
Pero como las personas hacen lo que hacen porque son como son, en cada empresa se debe privilegiar un enfoque a la armonía saludable, a la relación cultivada y la sana presión empresarial del conjunto. Bien dicen lo que saben, “no hay seres humanos perfectos, pero sí hay procesos productivos perfectibles”.