Gestión de Negocios

A la mediocridad debemos ‘armársela de tos’

Cuando la mediocridad se tolera, primero, y se asimila después de forma silenciosa e incuestionada, brota lo más grave del mundo mundial: la ausencia de intelecto sobresaliente.

Está en todos lados y se reproduce con enorme facilidad. No es privativa del sector público, ni existe una forma de evitarla por decreto. Lo que es indiscutible es que se palpa cuando la falta de esfuerzo por mejorar o distinguirse hace presencia.

Los estudiosos de organización y métodos suelen aludirla ante la ausencia de compromiso de los protagonistas en cualquier proceso. Y es que tiene que ver con sentirse cómodo en el nivel promedio de las cosas e, incluso, por debajo de lo que se considera común en un contexto específico.

En su definición más simple, lo mediocre es algo o alguien que no presenta una calidad o un valor que resulte mínimamente aceptable para determinado propósito. No siempre es la ausencia de acción, pero siempre se acompaña de la indiferencia. Es veneno puro para quien es afecto a la calidad sobresaliente y a la alta exigencia.

¿Qué identificar en nuestros entornos para ponerle luz a mediocridades ocultas o enraizadas en nuestros espacios de interés? Aquí tres elementos para la reflexión directiva:

1) Hay mediocidad inocente.- Es el efecto de una ceguera estructural frente a aquello que pueda resultar en un grado superior; o bien, la ausencia de la imaginación de características superlativas, que mejoren o que distingan por el hecho de hacerlo.

Dicen los filósofos que nadie puede dar lo que no tiene. Y si la naturaleza no premió al sujeto con el don de la apreciación innata de lo superior, su entorno le puede despertar esa cualidad y enseñar a ver o imaginar el potencial máximo de las cosas y el hábito de la auto exigencia en la vida productiva y comunitaria.

2) La mediocridad ejecucional brota raíces rápidas.- Hacer en mínimos de cumplimiento. Interrumpir al menor pretexto o acostumbrarse a la medianía de la ejecución como hábito organizacional son tres de las varias cosas que explican la ausencia de desempeño destacable.

Y cuando la mediocridad se tolera, primero, y se asimila después de forma silenciosa e incuestionada, brota lo más grave del mundo mundial: la ausencia de intelecto sobresaliente. No es casual que la inhibición de las ideas sea el primer síntoma de una empresa mediocre.

3) La mediocridad de logros produce costumbre.- Se vale tener intereses diferenciados o estímulos distintos para aquello que se determine como ganancia relativa, pero la ‘sensación de logro’ es una emoción personalísima, deseable en todo ser humano que tenga conciencia de su potencial.

Darse por vencido al primer avatar. Quedarse a la mitad por razones evitables. No desarrollar la persistencia activa y más son elementos que nutren los poco recomendados periodos prolongados de falta de logros tan intencionados como de complejidad naturalmente creciente.

El mediocre, sea de un gobierno o de una entidad privada, expresa cierto grado de apatía circunstancial que puede pretender justificar con propiedad y capacidad argumentativa. Y quizá exista un momento en que la realidad le asista. Y cuidado, porque la mediocridad se vuelve fácil y rápido una forma de vivir el desempeño de cualquier función o rol y de la vida misma.

Lo destacado, lo brillante y lo sobresaliente, así como cualquier expresión de excelencia que el desempeño individual y colectivo pueda mostrar en esfuerzos --emergentes o procurados-- y en proyectos de trascendencia e impacto, debe ser reconocido, sí, pero exigido también en los múltiples espacios del actuar humano.

Unos pretenderán ganar lo máximo posible y otros la distinción que el buen reconocimiento ofrece. Cada quien sus propósitos y cada cual con sus exigencias. Pero todos ‘armándosela de tos’ a la mediocridad y procurando estimular el máximo potencial posible en las más de las esferas de la vida. A eso venimos a este mundo, jóvenes, no nada más a estar.

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