Pocas cosas más positivas para un profesional de cualquier ámbito que, cuando llegue a una reunión relevante para sus negocios, su capital reputacional haga la mitad del trabajo.
Es un activo valioso. Atrae prospectos, inicia la venta en tu ausencia y coloca a tus interlocutores en cierta disposición a escucharte y a preevaluar sus posibilidades contigo, sean casuísticas o de más largo alcance.
La mejor definición de reputación que he conocido se la escuché hace muchos años a la autora inglesa Leslie Everett: “Reputación es aquello que dicen de ti cuando tú te das la vuelta”. Y si esa reputación contribuye en cierto grado a tus procesos productivos o a los resultados profesionales que buscas, entonces tienes capital reputacional.
Además de hacer muy bien y consistentemente lo que hacemos, ¿cómo cultivar nuestro respectivo capital reputacional de manera intencionada? Aquí tres sugerencias para la reflexión:
1) Escucha con atención cómo te presenta la gente que te conoce.- ¿Dudan o son categóricos? ¿En qué dato o cualidad ponen el acento? ¿Qué no dicen de ti? No siempre es posible controlar cómo te gustaría que te presentaran, pero sí puedes influir en el proceso.
Decir tú –rápido y prudentemente— algo alineado a tu interés. Deflactar aquello que haya sonado exagerado o bien contar una anécdota sintética y relevante para tu nuevo interlocutor pueden ser formas de moldear la narrativa que te rodea. Todo parte, sin embargo, de poner más que atención a lo que dicen de ti frente a ti.
2) Monitorea toda tu huella digital.- En mayor o menor grado, todos tenemos cierta huella en el mundo de la web y de las redes sociales. Y en el mejor de los casos, la mayoría del contenido que aparece con sólo poner tu nombre está alineado con tus intereses profesionales.
Uno de los primeros actos de cualquier interlocutor cuando tú o algo de ti captó su atención es indagar de ti en su buscador favorito. No todo lo que está ahí está en tu pleno control, pero sí mucho de lo que ahí existe se encuentra en el ámbito de tu influencia.
3) Acuérdate que lo semejante atrae a lo semejante.- La gente próspera tiende a juntarse con los prósperos. Los pachangueros tienden a relacionarse con quienes les gusta la fiesta. Y los tramposos tienen una particular inclinación por hacer comunidad con otros tramposos.
En la vida profesional tendemos a proyectar aquello con lo que nos rodeamos. Y no es casual. Los ecosistemas productivos van tomando nota de aquellos que destacan (para bien y para mal) y registran a quienes perciben como parte de su entorno real o aspiracional.
No existe un tiempo específico para construir un alto capital reputacional. Puede tomar toda una vida productiva o puede dispararse con la suma de dos o tres muy destacados eventos que gocen de una visibilidad adecuada. Lo que es un hecho, es que se nutre con eventos profesionalmente relevantes y se moldea con información que intencionada y reiteradamente se hace del dominio público.
Y no hay capital reputacional inmune. Lo que se suma con esfuerzo, se puede difuminar o perder con incidentes, incumplimientos o, en su peor expresión posible, el descuido de sucesos negativos o problemas de magnitud seria que ni tienen un adecuado manejo, ni se les mide asertivamente en sus diversas consecuencias futuras.
Alguna vez un joven me escuchó decir en una conferencia que el patrimonio es heredable pero el respeto no. Al salir, me preguntó: “si el respeto no, ¿qué atributo no tangible sí se puede transmitir a tu familia o empresa? El capital reputacional, le contesté.
Y es que cuando un grupo productivo le aprende a dar valor a su reputación profesional, cultiva el capital reputacional con igual intensidad e interés que lo hace con el mismísimo capital financiero.