Retrato Hablado

Podría retirame, pero hay personas que quiero ver rabiar

“Tengo muchas habilidades para lograr que la gente se enoje. Sé dónde pegarle y leo a las personas con mucha facilidad”, dice Dahlia de la Cerda, escritora y activista.

“Estoy fastidiada de publicar” no es una frase que uno espera de una escritora nominada al Booker. Pero Dahlia de la Cerda, 40 años, insiste: “Me quiero retirar a los 45; quiero vivir en la playa con mi esposo y dedicarnos a viajar y a vivir la vida”.

Las andanzas de una galardonada escritora, que contará en una novela próxima, no son las que uno se imagina: “A veces nada se disfruta. He estado en Europa sin acercarme a las ciudades. Unas veces no logré salir ni del hotel. En Colombia, el chofer del Uber me escuchó platicar con mi esposo y nos ofreció parar diez minutos en la playa, camino al aeropuerto, para mojarnos los pies en el mar”.

–Quizá no disfrutes los viajes, pero debe de haber gozo en ser una escritora famosa…

–Sí. Desde niña me gusta un montón molestar a la gente porque soy lista o porque ocupo ciertos espacios; tengo muchas habilidades para lograr que la gente se enoje. Sé dónde pegarle y leo a las personas con mucha facilidad. Podría retirarme en este momento, pero hay más personas que quiero ver rabiar.

Seguramente lo logrará con el último libro de la trilogía que la ocupa. Su agente le ha recomendado que lo publique más adelante, “cuando esté muy posicionada”, porque va a pisar callos. “Hablo de las ferias del libro, de la industria editorial depredadora, de la envidia entre colegas y del bluff”.

Ese libro será su último porque Dahlia de la Cerda no desea una larga carrera literaria. Lo precederán dos, ensayos sobre narcocorridos y regional mexicano. En el tercero, ese diario de una escritora en ascenso, tratará también del odio que recibe en redes y de lo que siente, además de las reflexiones que ha compartido con sus alumnas privadas de la libertad, con quienes convive en los talleres en línea de la Academia Penitenciaria.

–¿Así de trazada está el resto de tu carrera?

–Sí. Soy disciplinada. Mi madre delegaba con frecuencia mi cuidado a terceros porque era dueña de una cantina. Trabajaba sin parar porque mi padre estaba muy presente emocionalmente, pero no ayudaba con la manutención. Mi mamá trabajaba todo el día para asegurarme una educación de primera.

Para asistir a una “buena escuela”, Dahlia hizo sacrificios: vivió en la precariedad de las vecindades y fue rechazada por sus compañeras, que vivían en casas enormes e iban de vacaciones los veranos. “Yo viajé al extranjero hasta los 37 años”, cuenta.

Es hija de dos excluidos: un padre aficionado a los palenques y a los gallos, menospreciado por su familia por dedicarse a oficios de mal gusto y una madre-paria, rodeada de amigas trans y sexoservidoras, las únicas que le perdonaban que administrara una cantina, como su exmarido.

Por la ocupación de sus padres, De la Cerda vivió con amigas y sus familias en La Purísima y en Pilar Blanco, una de las colonias más peligrosas de Aguascalientes. Pasaba hasta cuatro semanas sin ver a su madre, pero estaba acostumbrada a pagar el precio de recibir una buena educación. Era estudiosa y, sobre todo, inteligente. Una tía le ofreció pagarle la carrera si estudiaba medicina.

En la adolescencia, se interesó por varias culturas alternativas como el gótico, que la obligó a informarse, a entender el movimiento, a leer para apropiárselo y pertenecer. Su madre observaba con preocupación que su hija se iba quedando sola, conforme se emparejaban sus amigas, de 13 y 14 años. La movió a una escuela de gobierno, donde nadie la repudiaba por su clase social, y una profesora la convenció de que tenía un futuro en la literatura. Pero Dahlia de la Cerda faltaba a clases y se dedicaba a vagabundear con sus amistades hasta que perdió el año. Para evitar que se destrampara, su mamá la cambió de nuevo, a una escuela donde becaban a personas destacadas en algún área. De la Cerda representó al plantel en concursos de debate locales. Leía mucho para preparar sus argumentos, pero seguía sin considerar las letras como su futuro profesional.

A los 18 años, se juntó con su esposo y convinieron que ella, la más talentosa de la pareja, estudiara la carrera. Escogió filosofía y trabajó en un call center para pagársela y ayudar con los gastos de la casa.

En 2005, el aborto de un hijo no deseado la lanzó al activismo. “Quería hacer cosas por otras mujeres, pero no estaba segura de qué”. El embarazo no deseado y la posibilidad de abortar, con el respaldo de su madre, un médico hidrocálido que las orientó, así como de Mujeres sobre las olas, que le ofrecieron acompañamiento remoto, la inspiró para ayudar a su vez a otras mujeres, asustadizas “señoritas de sociedad” que requerían de su ayuda desinteresada y discreta. “Me convertí en la espanta cigüeñas del pueblo. No me nombraba feminista porque las apoyé en plan de amiga, no de activista”.

En 2013, el feminicidio de su prima la impulsó a escribir sobre el tema y a solicitar becas. De la Cerda fue rechazada una y otra vez hasta después de la publicación de Chicas muertas, de la escritora argentina Selva Almada, “un libro que habla de feminicidio, pero pone en el centro a las víctimas”, un par de años después. Sin embargo, sufrió un colapso nervioso mientras escribía sus cuentos y cayó en una depresión que no podía tratarse a menos que se alejara del tema, según recomendó su terapeuta. “Yo quería militar en el feminismo y utilizar la literatura como herramienta política, pero mi salud mental estaba en riesgo, entonces decidí volver a espantar cigüeñas en el pueblo y acompañar abortos”. En 2013, fundó Morras Help Morras con otras activistas y desvió su interés en la escritura hacia las mujeres que ejercen violencia y que están en conflicto con la ley.

En 2015 fue becada de nuevo y después de ganar el Premio de Cuento Joven Comala con Perras de reserva, su carrera no ha dejado de ascender. “Me gustar decir que podría retirarme ahora para que se enfurezcan mis haters. Y podría hacerlo porque sé vivir con lo mínimo, pero aquí sigo, procesando los cambios impresionantes que han ocurrido en mi vida”. Hasta que llegue el final, que podría no serlo, pero si ella insiste, se aproxima.

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