A la diputada petista Lilia Aguilar nadie va a contarle sobre violencia machista; la ha padecido en carne propia. El 5 abril de 2017, su madre, Matilde Gil, fue reportada como desa-parecida. Veinticuatro días después, a pesar de la abulia del gobernador Javier Corral, apareció su cadáver, con la espina dorsal hecha pedazos. “Corral se negó a buscarla. Ella encabezaba la escuela Genaro Vázquez, y algunas personas pensaban que ella era un problema”.
Por el crimen, hay dos personas sentenciadas y dos prófugas. “Nunca pensé que antes me iba a ayudar el presidente Peña que el gobernador Corral, que insinuaba que mi madre estaba con un novio, sugería que se había ido de loca”.
Omar García Harfuch, que entonces pertenecía a la Agencia de Investigación Criminal, fue quien le notificó que el autor material recibió ayuda para cruzar la frontera. “Eso quebró a mi familia”. La jueza del caso, denuncia, aspira a ser magistrada en Chihuahua. “Es protegida de Corral. Esa mujer dijo que no había suficientes huellas de violencia en los restos de mi madre para sostener que hubo feminicidio, pero le quebraron la columna vertebral para meterla en el hoyo donde la enterraron”.
Matilda Gil fue activista y educadora. Era una mujer tabasqueña, brava, que tocaba el piano y bordaba como le enseñó su abuela, para convertirla en una esposa de bien. Pero ella decidió estudiar ingeniería, algo raro en aquellos tiempos y luego, en el movimiento estudiantil, conoció a Rubén Aguilar Jiménez, y con él formó parte del movimiento que dio origen a la Liga 23 de Septiembre. “Él era un líder más cauto, que apaciguó a mi mamá. Ella lo llevó a formar una familia, que no estaba ni remotamente en los planes de él”.
La pareja se integró al Comité de Defensa Popular y a la guerrilla urbana. Dejó a su hija mayor con su abuela y al resto, entre ellos a Lilia, con una vecina, en la colonia Villa, un bastión de resistencia social. “Mi papá se volvió un perseguido político. Yo crecí pensando que mi madre era mamá Chole, (quien) me crió mientras mis padres se escondían de las autoridades”.
La casa de “mamá Chole”, la dueña de la tienda de la colonia, era además la casa de seguridad de los hijos de líderes e integrantes del movimiento. Ahí vivió Lilia Aguilar su primera década de vida, hasta que Luis H. Álvarez, quien era presidente municipal de Chihuahua, decidió entrar con la policía a la colonia Villa. Hubo un conflicto conocido como Huerta Legarreta, la huerta privada que se invadió tiempos antes para fundar la colonia Villa. “Los jóvenes panistas cazaban chavitos de la colonia, pero la Policía Municipal iba perdiendo terreno en la revuelta. Mataron a dos jóvenes, hirieron ellos mismos a un par de policías, se puso feo. A mí y a mis hermanos nos escondieron en una letrina. Después de eso, mi papá salió de la clandestinidad y firmó un acuerdo de incorporación a la sociedad. Mis papás construyeron una casa y nos llevaron allá, pero nosotros nos fugábamos y nos regresábamos con mi mamá Chole”.
Para acercarse a sus hijos, Matilde Gil los sumó a sus “actividades de clandestinaje”. Los niños se divertían fabricando engrudo y pegando carteles. Por eso, a Aguilar le cuesta definirse como política, aunque lo sea.
Cinco años más tarde, Lilia Aguilar se incorporó al recién fundado PT y adquirió algunas obligaciones formales, sobre todo, se encargaba de verificar los cómputos de votos. Cuenta, “los maoístas fueron relegados de la fundación del PRD, por su relación con Carlos Salinas. Como mi papá tenía avanzado el proceso para crear un partido nacional, el Partido Nacional del Pueblo, y estaba más cerca de obtener el registro, lo buscaron los maoístas y lo invitaron a ser parte del PT”.
Después, pasó años indecisa sobre el camino que seguiría: estudió físico-matemáticas durante un año, luego economía e ingeniería industrial, pero terminó en administración financiera.
Aguilar siempre fue buena estudiante; se graduó con el mejor promedio del sistema de bachilleres en Chihuahua. Quería ser astronauta, por eso estudió física y matemáticas, pero también entrar a Harvard para molestar a su padre, como buena adolescente. En Ciudad Juárez se involucró con las familias de las mujeres asesinadas y desaparecidas, y se tituló finalmente en el TEC de Monterrey, también de manera sobresaliente. En esa institución más adelante estudió una maestría en gestión pública aplicada.
En 2004, “por una coincidencia” – afirma– ella y uno de sus hermanos fueron diputados locales en la misma legislatura. “Perdemos por muy poco margen, y cuando se hace la distribución, él entra como primer perdedor y yo entro como segunda de la lista. No sabes la fama que nos hicimos: mi papá, de ser un mago de los números y del sistema electoral, porque metió a sus dos hijos y le dio la vuelta al PRI, su aliado”.
“Fui diputada a los 23 años, pero como venadito en la pradera. Pensé que haría valer los derechos de las mujeres; las muertas de Juárez eran prioridad en mi agenda, pero tuve un baño de realidad. Se lo repartían todo. Era una mierda. Reconozco que yo no estaba lista para ese cargo, pero me empecé a hacer la piel dura”.
En 2007, Porfirio Muñóz Ledo la invitó a trabajar con él. Aguilar retomó su actividad académica, y se fue al Senado como asesora de Alberto Anaya y Gonzalo Yáñez. “Allí conocí a Andy (López Beltrán), recuerda, que era asesor de Monreal”. Mientras se preparaba para su ingreso a Harvard, fue titular de la Unidad de Transparencia en la Cámara de Diputados.
En 2009 fue becada para la maestría en administración pública y trató de terminar un programa dual con derecho para estar cerca de Roberto Mangabeira Unger, uno de los ideólogos de Lula. Se convirtió en asistente educativa del maestro de liderazgo Ronald Heifetz y becaria de Amartya Sen. Con él, Aguilar comenzó a interesarse por los fenómenos de pobreza. Sen la recomendó para que aplicara – y fue aceptada – en Oxford, para estudiar políticas públicas de pobreza. “Se enojó muchísimo conmigo porque no me fui”.
-¿Por qué no fuiste? –Porque me vine de diputada. Él me decía que diputados hay muchos.
Muchos, pero no los sufientes para desaforar a Cuauhtémoc Blanco, acusado por su media hermana de intento de violación. Aguilar fue una de las legisladoras que votó en contra, aunque el exgobernador de Morelos conserva el fuero. “Fue una enorme incongruencia. Volvería a votar así porque soy parte de este movimiento que, además, es el legado de mis padres. No lo podemos echar a perder. Yo no seré parte de eso”.