“La historia de mi vida se resume en cómo acompañar a un pequeño trans”, resuelve Arabella Jiménez. Ese “pequeño trans” ya no lo es; es todo un hombre, fuerte y seguro de sí, gracias a su madre.
Comunicadora ligada a causas sociales, se sobrepuso al abuso infantil, y se vinculó con el feminismo para explicarse por qué las niñas y los niños eran el blanco. “La violencia me marcó completamente y me hice activista a los 16″. Desde entonces, se ha cruzado con mujeres admirables que se mueven en los ámbitos de la comunicación popular, como ella, y en otros movimientos, como el de las trabajadoras del hogar.
Arabella Jiménez fundó la radio comunitaria de Amecameca, que hoy ha cumplido 20 años. Lo hizo cuando éstas no eran reconocidas por la ley. “Vengo de la generación marcada por el zapatismo y por la exigencia de la democratización de los medios de comunicación. Mi generación fue la que abrió radios comunitarias por todos lados. Había necesidad de tener medios que informaran desde la perspectiva de las comunidades, lo que implicaba estrechar la relación con los carniceros, los colonos, los del pollo, los de la leche, los actores que difundían la cultura, y un largo etcétera hasta el presidente municipal”.
La fundadora de La Voladora Radio en Amecameca, y de su predecesor en Mixcoac, se volcó en la lucha por convencer al Estado mexicano que las radios comunitarias no atacaban nada ni a nadie y que sólo ejercían su derecho a la libertad de expresión, de que la ciudadanía tiene el derecho de tener sus propios medios. “Esa lucha se hizo en colectivo, agremiados en la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, capítulo México. Aleida Calleja, directora del Instituto Mexicano de la Radio, nos lideró desde su colectivo Comunicación Comunitaria. Así se lograron los históricos primeros permisos de radiodifusión comunitaria en nuestro país”.

En 2003, Arabella Jiménez dio a luz a una niña. Durante el embarazo, las mujeres de Amecameca no lograban descifrar el sexo del bebé. “Las señoras del pueblo me volteaban para arriba y para abajo, y no se ponían de acuerdo”. Cuatro años después, Alexis le dijo: “Mamá, soy niño”. Arabella pensó que su hija, precoz, había descubierto el privilegio masculino, “pero conforme pasaba el tiempo me di cuenta que había algo de cierto, pero no lo entendí o lo desoí, quizá por falta de herramientas”. Le explicó que no había juegos de niñas o de niños, que podía hacer lo que quisiera, que el mundo era suyo. La criatura, pensativa, miró a su madre y volvió a lo suyo.
Recién separada, Jiménez dejó Amecameca y se colocó en la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, que logró que estos medios pudieran beneficiarse del presupuesto publicitario oficial. Su hijo, mientras tanto, creció e insistió en su rechazo al cabello largo y a las faldas y los vestidos. Su madre lo escuchó. Le cortó el pelo y lo miró sonreír cuando le decían que qué bonito su niño. Pero también le decían que qué enojado su niño, y ella lo atribuyó a la lejanía del padre.
Alexis cumplió 14 años y su madre había trabajado en One Radio, en Radio UNAM, en el Instituto Morelense de Radio y Televisión y en otros espacios radiofónicos para lidiar con la maternidad en solitario, hasta que aplicó al Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir y se quedó como su coordinadora de comunicación. El instituto tenía una línea de género crítico y su coordinadora entonces, Rebeca Alba Ponce, experta en infancias y adolescencias trans, se convirtió en la guía de Arabella Jiménez. “Me cayó el veinte de que, efectivamente, la de Alexis era una idea fija, real, que no era una etapa, que no se le iba a pasar y dejé atrás todas las cosas que te pasan por la cabeza cuando eres mamá de un chico transgénero. El único camino que tenía era estudiar, buscar información y referentes y encontrar la manera de hacerlo sentir mejor durante la transición, que es muy complicada”.
Durante ese durísimo proceso, Arabella Jiménez y su hijo fueron a Jauría Trans, una iniciativa del Centro Cultural Border, de y para personas trans. Especialistas como Luis Perelman y madres como Rocío Robles les abrieron el camino.
Gracias a activistas encabezadas por Tania Morales, cuenta Jiménez, fue posible la resolución de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, para que los menores trans tengan un acta de nacimiento que concuerde con su género autopercibido.
Alexis estudia Letras Inglesas en la UNAM. Es bailarín y ama el teatro. Ese niño cohibido, silente e inexpresivo, afirma Arabella Jiménez, cambió radicalmente: es un adolescente seguro, que mira a todos a la cara y dice: “Soy este que soy”. Es plenamente ése que siempre fue.
Su madre todavía le llama Alexis porque el cambio de acta tardó muchos años, menos años de los que soportaron juntos majaderías de los maestros de la preparatoria, vejaciones de los compañeros, incomprensión y discriminación de muchos otros.
Arabella Jiménez recuerda el inicio de la transición de Alexis en Clínica Condesa, cuando era un manojo de dudas y la espantaba el tratamiento de sustitución hormonal. “Las psiquiatras me miraban como diciendo: ‘hay un protocolo, ¿qué es lo que le preocupa?’. Y me pidieron que lo considerara un antídoto contra la infelicidad. Tenían razón. Mi hijo es una persona muy valiente y segura”.
Alexis era un nombre transitorio. Mucho después, cuando estuvo listo para decidir, el hijo de Arabella Jiménez se nombró Iker; Iker Alexis Jiménez, para honrar su propia marcha, pero también a su madre.