En su segundo mandato, el presidente Trump ha aplicado una política de combate al comercio internacional, mediante la imposición de un número creciente de aranceles contra muchas naciones. El proteccionismo estadounidense se ha dirigido a socios comerciales, aliados políticos, así como países considerados un peligro para sus intereses.
Entre otras medidas, este mandatario ha decretado un arancel adicional de 25 por ciento a los productos de México y Canadá –exentando, posteriormente, a los que cumplan con el T-MEC–, y a las importaciones de acero, aluminio, automóviles y autopartes de cualquier país.
El 2 de abril, bajo el argumento de aplicar “aranceles recíprocos”, Trump impuso tarifas que van de 11 a 50 por ciento a los productos de 57 naciones. Asimismo, ha recrudecido la guerra comercial con China, que desató en 2018 y ahondó el expresidente Biden. Después de dos incrementos de aranceles y las correspondientes respuestas de China, el mismo 2 de abril, Trump aumentó, una vez más, los aranceles a ese país, con lo cual la tasa efectiva arancelaria sobre todas las importaciones chinas alcanzó 54 por ciento.
En los días siguientes, China anunció una ampliación de aranceles contra Estados Unidos, y Trump respondió con una amenaza de imponer un arancel adicional de 50 por ciento si China cumple con lo anunciado. Además de las medidas compensatorias de Canadá y China, la Unión Europea y otros países han manifestado intenciones de represalia.
La actual guerra comercial y su posible ramificación han incrementado el riesgo de un desplome del intercambio internacional de bienes y servicios, y de la actividad económica mundial. El aislacionismo estadounidense ha tensionado también las relaciones políticas con muchos países, lo cual difícilmente augura buenos desenlaces.
Se estima que el arancel promedio ponderado por comercio de Estados Unidos asciende a cerca de 24 por ciento, el más alto en más de un siglo.
La famosa cita “la historia no se repite, pero rima”, atribuida a Mark Twain, invita a una reflexión sobre el desastre que este nivel arancelario, de mantenerse o incluso incrementarse, podría provocar en el mundo. El arancel promedio actual supera al derivado de la Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930, la cual contribuyó a la prolongación de la Gran Depresión, de la que Estados Unidos salió definitivamente hasta el brote de la Segunda Guerra Mundial.
Hay que reconocer que la Gran Depresión fue resultado, en principio, de una política monetaria inadecuada. Con el fin de supuestamente aliviar una “burbuja” en el mercado de valores, durante 1928 y 1929, el Banco de la Reserva Federal (Fed) contrajo significativamente la oferta monetaria, ocasionando un colapso accionario. El Fed falló en su compromiso de responder a la elevada demanda de liquidez del público, lo cual ocasionó corridas contra los bancos y la quiebra de muchos de ellos.
En ese ambiente, el presidente Hoover buscó alentar la producción interna con el incremento de tarifas, lo cual sólo empeoró la situación. En 1933, la tasa de desempleo alcanzó 25 por ciento y el PIB se ubicó 30 por ciento por debajo del pico de 1929, nivel que no volvió a registrarse sino hasta 1937.
El crecimiento robusto de la economía de Estados Unidos durante los años recientes constituye un antecedente muy distinto al de la ley arancelaria de 1930. No obstante, este ordenamiento revela el daño económico y social que puede causar la elevación de aranceles a niveles considerables.
Tal vez el impacto más adverso del proteccionismo estadounidense sea el riesgo de un cambio de rumbo del sistema comercial mundial hacia la desglobalización. A partir de 1945, liderados por Estados Unidos, los países aplicaron políticas de liberalización de barreras al comercio, lo que propició una importante ola de globalización, que se desaceleró a partir de la Crisis Financiera Global de 2008.
La guerra comercial podría hacer pasar al mundo de una fase de ralentización del comercio a uno de franca contracción. Tal evolución sería deplorable teniendo en cuenta que la globalización ha contribuido al mayor crecimiento económico mundial y a la reducción notable de la pobreza.
Finalmente, es infundada la opinión de algunos comentaristas de que, considerando su exención de la lista de aranceles recíprocos y el tratamiento preferencial del T-MEC, México podría resultar beneficiado del proteccionismo estadounidense. En un escenario mundialmente recesivo, las elucubraciones sobre qué país pierde menos o más son irrelevantes. Todas las naciones pierden, incluyendo, obviamente, la que desató el desastre y su principal socio comercial.