Costo de oportunidad

La política, ¿ya no importa?

Las decisiones de política económica de la actual administración no parecerían muy conducentes al desarrollo económico.

Profesor de economía, Tecnológico de Monterrey, y consultor independiente

Hace un mes, el INEGI dio a conocer la cifra de crecimiento de México para el primer trimestre del año 2023. Citando el comunicado del 26 de mayo del Instituto, “a tasa anual y con series desestacionalizadas, el PIB incrementó 3.7 por ciento en términos reales. Las actividades terciarias crecieron 4.2 por ciento, las primarias, 2.9 por ciento, y las secundarias, 2.4 por ciento”.

Para muchos agentes políticos, incluido el presidente de la República, es muy difícil entender la obsesión de los economistas con el crecimiento del producto interno bruto (PIB). El presidente López Obrador ha acusado a los miembros de la profesión económica de materialistas, y ha abogado por indicadores alternativos, como la felicidad.

La felicidad es más difícil de medir que el PIB. Este último es la suma de todos los bienes y servicios que se produjeron en un país en un periodo dado, generalmente un año. En términos simples, es la suma de la facturación de todos los negocios de la economía, grandes y pequeños, familiares e institucionales, formales e informales.

En la medida en que los negocios de todos los tamaños facturan más, pueden pagar mejor a sus empleados, pueden reemplazar mejor las máquinas, edificios y otros bienes de capital físico que sustentan su actividad, pueden cumplir mejor con sus obligaciones fiscales, y por qué no, también dejar más recursos en la bolsa de quienes organizaron esas empresas.

Hay que tener cuidado con la escala de valor que se utiliza para medir el PIB. Generalmente, los economistas no usamos los precios nominales que se encontraban en los mercados en el momento de la medición. Usamos un vector constante de precios para tasar el PIB, y por ello hablamos de PIB a precios corrientes o en términos reales. El INEGI usa un vector de precios referido al año 2013, para que los efectos de la inflación no distorsionen la medición de cuánto valor se generó efectivamente, y cuánto es un efecto contable, derivado de la inflación.

En términos reales, a precios de 2013, México producía una factura anual de bienes y servicios de 18.54 billones de pesos en el último trimestre del 2018. Esa factura consolidada se volvió 18.44 billones en el cuarto trimestre de 2019. En el primer trimestre de 2020, 18.25 billones. Segundo trimestre de 2020: 15 billones. Ese fue el punto más bajo de la crisis económica causada por la pandemia de COVID 19. Para finales del 2020, nuestro PIB valía 17.7 billones. Un año después, en el cuarto trimestre del 2021, 17.9 billones. En el cuarto trimestre del 2022, nuestro PIB valía 18.57 billones. Al final del 2022, producíamos lo mismo que a finales de 2018; es decir, la pandemia fue un valle que duró cuatro años. Nos tomó dieciséis trimestres superar los efectos de una enfermedad humana altamente contagiosa en nuestra economía.

Si la cifra del primer trimestre de 2022 se consolida, implica que estamos creciendo casi al 4.0 por ciento anual. Suena impresionante, pensando que en los 30 años entre 1988 y 2018 crecer en cifras cercanas al 2.5 por ciento era la norma. Sin embargo, después de la crisis de 1994, México crecía a tasas mucho más altas. Después de las crisis, es normal que las economías tengan un efecto de rebote.

Dicho lo anterior, las decisiones de política económica de la administración no parecerían muy conducentes al desarrollo económico. Lo único que está bien, estable y sin cambios, es la política monetaria. En política fiscal, la administración ha brillado por su ausencia en rubros muy importantes como la atención a la salud. En una de esas, lo que se hacía antes en política industrial o de salud, no servía para nada. Liberar esos recursos para entregarlos a los hogares al menos tuvo un efecto de estimulación de la competencia, en el que solamente han subsistido los negocios que realmente generaban valor económico.

A pesar de los gafes de política energética, y especialmente de política eléctrica, la economía mexicana está creciendo. Obviamente, esto tendrá un límite. Las FIBRAS relacionadas al sector de parques industriales están en su mejor momento, pero eventualmente no podrán conectar nuevos clientes a la electricidad. El nearshoring pareciera ser un cambio geopolítico beneficioso para México, sin importar qué tan malas sean las políticas públicas o qué tan agresivo sea el discurso presidencial en contra del sector productivo.

En una de esas, con el desacople de las economías china y estadounidense, se está desacoplando algo también en México: la economía de la política. Es posible que después crezcamos, aunque tengamos de presidente a gente sin muchos méritos de planeador económico o estadista. Creo que esas son buenas noticias.

A pesar de los gafes de política energética y, especialmente eléctrica, la economía mexicana está creciendo.

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