Fuera de la Caja

Utopías comunitarias

La idea de comunidad, ese espacio en el que cada quien aporta lo que puede y toma lo que necesita, es algo muy atractivo, de forma que lo intentamos cada cierto tiempo.

Este fin de semana se cumplieron 30 años de la caída del Muro de Berlín. Esta columna lo celebró hace un mes, porque este columnista ya no sabe ni en qué mes vive. El 8 de octubre comentamos aquí acerca de cómo era el mundo y México en ese 1989, de forma que ahora quisiera ver este evento desde otra óptica.

Diversos analistas han comentado que la derrota del socialismo real en 1989, ejemplificada por la caída del Muro, se habría revertido por completo, porque ahora estaríamos en un proceso inverso, en el que el liberalismo triunfante de hace treinta años hoy estaría en el lado derrotado.

Como suele ocurrir con la realidad, esto es cierto y falso a la vez. O, más claramente, es en parte verdadero, pero en parte no. En este momento no parece que alguien esté intentando reconstruir el socialismo-comunismo del siglo XX. Algunos pueden utilizar fragmentos del viejo discurso, pero no hay fuerza política que hoy en día esté intentando construir la dictadura del proletariado, o algo parecido. En ese sentido, no vivimos en una reversión de lo ocurrido hace 30 años.

Sin embargo, sí existen muchas fuerzas políticas promoviendo la construcción de una comunidad, ya no alrededor de la clase obrera, pero comunidad a fin de cuentas. En esto, sí nos movemos en sentido inverso a 1989.

El ofrecimiento de construir una comunidad es algo que siempre tiene seguidores. Los seres humanos somos, a fin de cuentas, animales sociales. Sin embargo, no podemos vivir en comunidades grandes, porque no estamos equipados naturalmente para ello. El tamaño máximo de un grupo humano en condiciones naturales no supera los 150 individuos, según la hipótesis de Robin Dunbar, aunque toda la evidencia con la que contamos indica que rara vez un grupo humano ha superado 60 individuos adultos, en "estado de naturaleza".

Para vivir en grupos mayores, como lo hemos hecho los últimos 15 mil años, hemos necesitado de construcciones culturales que resuelvan los conflictos naturales al interior del grupo. Conforme esas construcciones han evolucionado, hemos podido vivir en grupos mayores, que hoy superan millones de individuos en lugares muy concentrados (ciudades), que son razonablemente pacíficos.

Pero la idea de comunidad, ese espacio en el que cada quien aporta lo que puede y toma lo que necesita, es algo muy atractivo, de forma que lo intentamos cada cierto tiempo. Tratamos de crear comunidades alrededor de creencias religiosas, de clases sociales, de ideas como la nación o la raza, y siempre acabamos mal. Por eso esos intentos comunitarios se llaman utopías, porque no tienen lugar posible, no pueden ocurrir. No sólo son imposibles, son indeseables, si uno se detiene a pensar un momento.

Pero pensar y buscar comunidad son cosas incompatibles. La esencia de la comunidad es la emoción, y por eso estas ideas suelen ser tan populares entre adolescentes y jóvenes. Es ese carácter emocional lo que atrae, y una vez envuelto en la utopía, pensar se hace muy difícil.

Pero las comunidades son imposibles, le decía, en grupos grandes. Por eso todos los intentos comunitarios no tardan en convertirse en sociedades autoritarias. Así ha pasado con religiones, nacionalismos, comunismos y populismos. Y así pasará por siempre, porque las limitaciones de los humanos no van a resolverse por pura voluntad.

De forma que no, lo que estamos viendo hoy no es una repetición del socialismo real o comunismo. Pero sí, sí es un intento comunitarista que tendrá como resultado autoritarismo y pobreza. Como todos los anteriores y como todos los que sigan.

Por lo relevante del tema, y porque ya la coyuntura nacional no parece tener remedio, platicaremos más sobre esto en los próximos días.

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