Este año va a ser especial. Hay elección presidencial en Estados Unidos, y no hay nada seguro aún. A últimas fechas, estas elecciones han venido acompañadas de ajustes, por la coincidencia del ciclo industrial que hay en ese país con el año electoral, y porque los gobiernos que logran reelegirse, tienen un segundo mandato demasiado laxo.
En 2000, el triunfo de George W. Bush estuvo acompañado de un ajuste muy importante en bolsas de valores, la recesión dot com, que ayudó a iniciar una recesión que para México fue muy larga, porque se sumó al ingreso de China a la OMC, a fines de 2001. Perdimos el ritmo que tuvimos en los cinco años siguientes a la firma del TLCAN, y ya no lo recuperamos.
En 2008 vino la Gran Recesión, en parte impulsada por la laxitud de la política monetaria en el segundo periodo de Bush. Ahí sufrimos una contracción seria, y el peso se movió a los 12 por dólar. En 2016, aunque no hubo un ajuste importante en Estados Unidos, para nosotros sí fue un problema la elección de Trump. Desde la campaña, los ataques continuos de este personaje nos pusieron por encima de los 16 pesos por dólar.
En esta ocasión, me parece que sí tendremos ajuste, debido al intento de Trump de extender el periodo de expansión de la economía estadounidense con una reducción de impuestos que no es financiable. Efectivamente, logró un par de años adicionales, pero a costa de presionar demasiado al sistema. Por eso su insistencia de bajar tasas de interés, que no es otra cosa que 'monetizar el déficit', como se decía en los años setenta. Estados Unidos aprovecha su privilegio exorbitante como dueño de la moneda de referencia mundial para exportar sus presiones inflacionarias, y por eso puede darse estos lujos, pero también eso tiene límites.
En esta ocasión, un evento inesperado parece ser el detonador del ajuste: la aparición del coronavirus y su impacto en las cadenas productivas. Si bien el ciclo industrial parecía haber tocado fondo en diciembre pasado, los datos de febrero vuelven a ser negativos, y estaríamos entrando en una desaceleración de este sector de la economía. Aunque la industria representa una tercera parte de los servicios (en Estados Unidos), una caída en producción puede extenderse al resto de la economía, especialmente por las fallas en cadenas productivas que estamos viviendo.
En este escenario, la confianza que tenía Trump en reelegirse, se reduce, porque en Estados Unidos una caída económica en año electoral no es fácil de sobrellevar. Le ocurrió a James Carter (aunque en su caso se sumó a la percepción de debilidad internacional), y le ocurrió a George H. W. Bush. De ahí la presión que ha ejercido sobre la Reserva Federal para la reducción de tasas, que, como ayer comentamos, no necesariamente es una buena idea en las condiciones actuales.
En ese entorno, la necesidad de los demócratas de contar con un candidato con posibilidades reales de triunfo ha revivido a Joe Biden, quien parecía perdido hace muy pocos días. En este momento, las apuestas lo colocan como seguro triunfador, pero las encuestas le dan un margen todavía reducido. Más importante aún, en el conteo de delegados a la Convención Demócrata, la competencia con Sanders es muy cerrada. En pocas palabras, no hay nada claro aún.
La combinación de una elección competida con una economía en dificultades implica condiciones muy complicadas para todo el mundo, pero especialmente para México. La incapacidad del Presidente, de entender lo que pasa afuera, se convierte ahora en una amenaza muy importante. Hace semanas lo comentamos: frente a estos eventos inesperados, hay que contar con un equipo de alto nivel. Ya ni modo