Fuera de la Caja

A la batalla

La democracia, recuerde usted, es un sistema que facilita el conflicto y lo lleva a su resolución. Si eso se impide, la presión se acumula, y las cosas no terminan bien.

Le comentaba el lunes, con el ejemplo del sector salud, cómo lo que hemos visto durante este gobierno es un proceso de destrucción de áreas que funcionaban, pero no de corrección de las que evidentemente fallan. Lo interesante es que estas últimas, las fallas, tienen una larga historia, mientras que buena parte de lo que estaba funcionando es más reciente.

México tiene un grave problema de recaudación, porque no acompañamos el incremento de responsabilidades del gobierno con más y mejores impuestos. Desde mediados de los años 60 hemos necesitado una gran reforma fiscal. Nunca la hemos hecho, aunque hay un par de correcciones (1980 y 2013) que en algo han ayudado. Ésta debió ser la primera medida del nuevo gobierno, aprovechando su gran legitimidad y peso en el Congreso. No se hizo.

Tenemos un sistema educativo que no funciona, como lo han mostrado las evaluaciones internacionales. La causa viene del origen: se construyó para adoctrinar y no para educar. La reforma educativa, centrada en lo administrativo como paso inicial, provocó una reacción muy fuerte del sindicato (en sus dos versiones), que corrió a apoyar a López Obrador a cambio de su derogación. Lo lograron.

El régimen de la Revolución cifraba su funcionalidad en la corrupción. Para eso se hicieron leyes confusas y procedimientos barrocos. Terminar con ella exige transparencia, vigilancia, la construcción de un verdadero Estado de derecho. En su lugar, regresamos a la concentración unipersonal del poder.

El fracaso del régimen de la Revolución, por éstos y otros defectos, fue evidente al inicio de la década de los 80. Desafortunadamente, no lo asumimos por completo. Algunos mitos pudieron derrumbarse, algunos mercados pudieron abrirse, pero la esencia autoritaria intentó resistir. Quince años después, cuando por fin empezamos a contar los votos, ya se habían mezclado en el imaginario el viejo régimen y su versión neoliberal, abriendo el espacio para el discurso populista del pasado grandioso destruido por una élite malvada.

El fracaso de la década de los 70 volverá a ocurrir, pero más rápido. O tal vez debería decir: ya está ocurriendo, y sólo falta que nos demos cuenta de ello. Ya tenemos más pobres que en 1982 o en 1995, incluso en términos relativos. Ya tenemos una mayor contracción de la economía que en cualquier otro año reciente. En un siglo no habíamos sufrido tantas muertes en un solo año. Lo único que falta es su reflejo en la política, y eso lo tendremos en junio.

La democracia, recuerde usted, es un sistema que facilita el conflicto y lo lleva a su resolución. Es una forma de aliviar la presión, asignar espacios de poder, e informar a sus ocupantes de lo que la población desea. Si eso se impide, la presión se acumula, y las cosas no terminan bien.

Cuando se comprenda el fracaso de este intento restaurador, vendrá una oportunidad extraordinaria: corregir el error de los años 80. Aprovechando la insistencia del Presidente de arroparse con los héroes de bronce, será el momento de derrumbarlos a todos. Para poder iniciar la reconstrucción de México, lo primero será rehacer la comunidad imaginaria, enterrando el mito de la Revolución fundacional y reconociendo que nuestras guerras fratricidas no nos han dado sino miseria.

Podremos entonces olvidarnos de las ideologías del siglo 20, que sólo sirvieron para legitimar totalitarismos. Podremos evaluar mejor nuestro pasado, y con ello imaginar un mejor futuro. Hay mucho en contra: el adoctrinamiento escolar, la ideologización de los maestros, la miopía de los académicos, la superficialidad de los medios. Porque la batalla importante es ahí: en las ideas.

Nada es una maldición, nada es una bendición. Esperemos, dice el maestro Zen.

Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí

COLUMNAS ANTERIORES

Inminente
Todos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.