Fuera de la Caja

Momento

Más allá de las conferencias matutinas, de discursos ocasionales, no parece existir un hilo conductor de gobierno. Promesas de más entregas de efectivo, de devolver pensiones, de viviendas.

Con el tiempo se han cumplido todos los análisis y vaticinios que esta columna planteó durante años. Era cierto que cancelar el aeropuerto era una estupidez, que la lucha contra el huachicol era una farsa, que Dos Bocas no serviría de mucho y su costo sería impagable, que el Tren Maya era un crimen y tampoco daría resultados…

No es algo que dé gusto, porque ha sido esa secuencia de decisiones (y muchas más que no incluyo ahora, pero fueron cubiertas en su momento) la que ha puesto a México en una situación muy vulnerable. No hay recursos en este momento para evitar el derrumbe de Pemex, para revertir la tragedia en salud, ni mucho menos para lanzar un programa contracíclico que reduzca los costos de la recesión en que ya estamos. No tenemos herramienta alguna para enfrentar las locuras del rey Donald, y por eso se le responde con rapidez a lo que pida, así sea el agua que no tenemos.

Hay quien califica positivamente la actitud de la presidenta, e incluso quien la celebra. En realidad, no tiene opción. No tiene absolutamente nada con qué enfrentar un posible ataque de rabia del vecino. No hay dinero, ya no hay capacidad de gestión, no tiene personal calificado, y sobre todo, no tiene legitimidad.

Las obligaciones elementales de un Estado son proveer seguridad a la nación e impartir justicia entre sus habitantes. No puede hacer ninguna de las dos. Las Fuerzas Armadas, que hacían poco, ahora son contratistas, proveedores de servicios de turismo, o cuidadores de aeropuertos. Dudo que tengan efectivos, ya no para enfrentar una invasión, sino nada más para cubrir el territorio. Por el lado de la justicia, no es mucho lo que puede ofrecer un gobierno que proviene de un acuerdo con el crimen organizado. Porque está difícil argumentar lo contrario, después de las tantas visitas a Badiraguato, la abundancia de sobres amarillos, los dichos de los testigos protegidos, y la presión que ejerce el rey Donald mediante sus listas.

La destrucción del Poder Judicial, que no resuelve nada, pero entrega la impartición de justicia a los factores de poder (el movimiento, el crimen, los empresarios), es la culminación de un proceso en el que se abandonó a las víctimas, porque los victimarios garantizaban los votos.

Más allá de las conferencias matutinas, de discursos ocasionales, no parece existir un hilo conductor de gobierno. Promesas de más entregas de efectivo, de devolver pensiones, de viviendas… hasta de vacunas. Pero son promesas que no pueden cumplirse, porque no hay los recursos para ello. Si la recesión era ya un hecho, el salto en incertidumbre provocado por Trump implica la posposición de decisiones de inversión que amplifican la caída. Cada día hay más empresas, y agencias internacionales, que esperan una contracción global. Menor recaudación para hacer frente a mayores gastos, y a las promesas.

No parece que esa realidad se perciba en el gobierno. No reducen el ritmo con el que prometen, y están más preocupados por defender aliados en otros países que por atender demandas de la ciudadanía. Como si el alud los hubiese dejado estupefactos.

De manera similar se perdió el orden político hace uno y dos siglos. Mientras el gobierno no se daba cuenta de la realidad, las localidades sí, y se fueron desprendiendo. El vacío resultante tardó décadas en llenarse. Los caminos eran intransitables, los grupos se aislaban, la disputa por el poder se hacía cruenta. La persistente falta de recursos impedía gobiernos estables.

De verdad creo que no se comprende el momento. A ver si después de Semana Santa.

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