Fuera de la Caja

Soberbia

La propuesta gangsteril de golpear con aranceles para forzar una negociación coloca a Estados Unidos, y posiblemente al mundo entero, al borde de una depresión económica.

Publicar en lunes tiene ocasionalmente un problema: el evento relevante no se conoce el domingo. Eso pasa cuando hay elecciones y uno tiene que escribir sin conocer el resultado, que los lectores sí conocerán cuando lean. La solución es hablar de otro tema, confiando en que el público esté cansado del tema y quiera despejarse.

Hoy ocurre lo mismo, porque lo más importante es el camino que sigan los mercados financieros y los gobiernos de los países a los que Trump ha impuesto aranceles absurdos. Se supone que hay margen hasta el miércoles, pero todo puede cambiar; esa ha sido una característica del actual gobierno estadounidense. La mayoría abrumadora de expertos y comentaristas creen que Trump ha cometido un error fatal. Unos pocos están convencidos de que se trata, como dicen los comentaristas deportivos, de un “revulsivo” necesario para cambiar un sistema económico global muy deteriorado.

Trump quiere lograr tres cosas: reindustrializar a su país sin que suban los precios, reducir la deuda del gobierno al mismo tiempo que los impuestos y depreciar el dólar sin que pierda su posición de privilegio como moneda de referencia. Las tres cosas son, si no imposibles, sumamente complicadas de lograr.

Se podría reindustrializar a Estados Unidos, pero con mayores precios. Si pudieran producir hoy al mismo costo de lo que importan, lo harían. Si no producen es porque encontraron una mejor forma de utilizar sus recursos: financieros, humanos y tecnológicos, que es la provisión de servicios.

Se puede reducir la deuda del gobierno al mismo tiempo que los impuestos, sin duda. Todo es cuestión de reducir el gasto público a un ritmo mucho mayor que la recaudación. Pero eso no es nada sencillo de lograr. Igual que ocurrió en México, allá están fingiendo que lo logran y acusan corrupción de anteriores administraciones. Igual que aquí, están destruyendo la capacidad del Estado por unos centavos.

Se puede depreciar el dólar sin que pierda su posición de privilegio. Ya lo hizo Estados Unidos en 1985, mediante un acuerdo con los países que entonces eran los más poderosos del mundo.

Si cada uno de los objetivos es muy difícil de alcanzar, los tres juntos son imposibles. Forzar la reindustrialización mediante aranceles provoca una apreciación de la moneda, que va contra el tercer objetivo. Reducir el gasto eliminando la presencia de Estados Unidos en el mundo, incluyendo la militar, va también en contra de la preeminencia del dólar. Sólo alguien con mucha soberbia y poca cabeza podría haber pensado en que lograría los tres objetivos con un solo golpe, y que todo estaría acomodado en unos pocos meses. La propuesta gangsteril de golpear con aranceles para forzar una negociación coloca a Estados Unidos, y posiblemente al mundo entero, al borde de una depresión económica.

Frente a este escenario, acá se reitera un plan sin sentido. Sin instrumentos claros, se proponen objetivos ambiciosos. Se mezclan con propuestas propias del siglo XVII, que favorecen dinámicas de empobrecimiento y aislamiento. Se compromete el gobierno con tecnologías del siglo XIX y reafirma el control sobre la energía, justamente el mercado que más libre y productivo debía ser en este momento. Se presenta el plan celebrando que no nos tocó una cuarta ronda de aranceles, como si las tres primeras (ni T-MEC, autos, acero) nunca hubiesen ocurrido. Incluso se percibe en la miseria de otros una suerte de posición ventajosa: les pegaron más.

En esta semana será posible evaluar mejor el tamaño del desajuste global que ha producido una persona con deficiencia mental, rodeada de cortesanos ambiciosos, en un país que parece haber perdido toda institucionalidad. Ya hubo amplias manifestaciones en su contra, ya los medios impresos se rebelan, pero, así como pasó acá, las estructuras políticas no están hechas para soportar a quien está dispuesto a hundir al país con tal de celebrar su propia grandeza.

Después de ellos, como ya sabemos, viene el páramo.

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