Una economía puede evaluarse por la estabilidad que representa y por el riesgo que despierta. En ocasiones, una condición va unida con la otra, porque los inversionistas apuestan por mercados tumultuosos que pueden arrojar grandes y rápidos beneficios, antes de calmar la adrenalina y regresar a la normalidad de transacciones más racionales, aunque resulten un tanto aburridas.
Existe una ‘ideología financiera’, por llamarle de alguna forma, que anima a los fondos, a los analistas y a muchas corredurías, a dividir las economías en esos dos polos. Dependiendo de la temporada, pareciera que la audacia le gana a la prudencia, ante los beneficios millonarios que puede representar jugar con fuego.
Sin embargo, en el mundo de los negocios lo que prevalece son los riesgos calculados, esos que se basan en muchas horas de estudio y en amplias valoraciones, previo a tomar una decisión final de inversión. Tal vez el entorno financiero ha sido distinto, pero también a lo largo del tiempo hemos confirmado que la adicción al riesgo tiende a nublar no solo la visión de los actores económicos, sino que esa pérdida de visión ocasiona crisis de las que tardamos mucho en recuperarnos.
A pesar de la volatilidad registrada durante las últimas semanas, el escenario económico no es de extremos. Por increíble que se lea, muchos de los desenlaces que hemos observado tanto en México como en Estados Unidos estaban contemplados, de una u otra forma, en la toma de decisiones de compañías y corporaciones.
Claro que confirmar un pronóstico que hace meses era el menos probable sacude las estrategias del inversionista más agresivo, pero después de unas semanas, todo vuelve a esa realidad cuya volatilidad tiene límites. Pensar en un cambio de candidato presidencial en Estados Unidos o en una mayoría calificada legislativa en México eran dos sucesos que eran posibles; sin embargo, pocos consideraban al inicio de este año que los estaríamos viviendo.
No obstante, aquí estamos. El tipo de cambio regresó a una línea de flotación baja, la inflación ha cedido en los dos países, y la nueva realidad está acomodándose, poco a poco, en los escritorios de los agentes económicos de ambos lados de la frontera.
En este contexto, me atrevo a predecir que estamos presenciando una revisión del Tratado de Libre Comercio mucho menos compleja de lo que se piensa, debido a que, cuando llegue el momento, los países involucrados estarán en una etapa de acoplamiento de las condiciones sociales y políticas domésticas, que permitirá resolver las diferencias económicas en favor del fenómeno de la relocalización de las cadenas productivas (nearshoring), la transición energética, la fabricación de microprocesadores de alto rendimiento y hasta el equilibrio en la competencia mundial de automóviles y camionetas eléctricas.
Con esos retos en el horizonte, tanto los inversionistas como los mercados, no pueden darse el lujo de dejarse llevar por la audacia o el riesgo. Siempre habrá quien busque los recovecos que pueden producir una repentina fiebre especulativa, pero no será cosa de los intereses de las principales compañías y de los fondos de inversión más poderosos del planeta. Para eso, creo, ya tenemos el oeste salvaje que significa el mercado de las criptomonedas.
Incluso los indicadores que más han preocupado desde el año anterior reflejan un cambio de rumbo. Las cifras de empleo comienzan a fluctuar dentro de una banda manejable, las condiciones climáticas del segundo semestre han mejorado las predicciones para las cosechas, y la confianza del consumidor continúa sólida. Es un piso por el cual se puede caminar y avanzar, aunque debemos recordar que es flotante; tendrá sus desniveles, pero en la mayor parte del trayecto no habrá demasiados vaivenes, si las economías siguen manejándose con responsabilidad y prudencia, mientras las sociedades construyen los siguientes capítulos de este cambio de época.