Lo peor no ha pasado. El asesinato de Charlie Kirk en Utah se produce en un contexto de posverdad en el que la mentira descarada, los bulos, y las teorías conspiranoicas se usan (sobre todo por parte de la ultraderecha) para lograr conquistas políticas.
El mismo Kirk empleaba estas estrategias en su comunicación política tanto en mítines como en redes sociales. Su activismo sembraba discriminación, racismo, armamentismo y valores antiaborto, antiinmigrantes e incluso, antisemitas. El joven y eficaz político proclamaba que las mujeres deben casarse y tener hijos para ser felices; que el aborto ha sido peor que el holocausto por el número de muertes que ocasiona; que los negros suelen embarazar a las mujeres y abandonarlas, y que forman parte de una raza que no tiene las mismas capacidades que los blancos, por ejemplo, para ser pilotos aviadores o trabajadores de la salud. Sin embargo, tuvo dos habilidades reconocidas por tirios y troyanos, su disposición a debatir con quienes pensaban diferente y su capacidad para comunicarse con parte de la juventud a la que convencía de respaldar a Trump, contribuyendo al crecimiento del conservadurismo en la generación Z.
Ahora, el movimiento MAGA usará este crimen político para hacer campaña contra cualquier tipo de progresismo. Las mentiras y bulos ya comienzan a propagarse en medios de derecha: el ultraconservador Breitbart News especula que la pareja del asesino estaba realizando una transición de género, intentando así responsabilizar a la población LGBT+ del suceso, aun cuando, de confirmarse la información difundida sobre el asesino detenido, se trata de un joven de 22 años, universitario, blanco, de calificaciones notables, simpatizante republicano, crítico del fascismo, hijo de un policía que lo convenció de entregarse. No se trató de un negro, latino o hispano, musulmán o activista woke, aunque las consecuencias no harán gran diferencia.
Estados Unidos vive una espiral de polarización y no se vislumbra la salida. Este asesinato, aunado a los recientes casos de violencia política (el propio disparo en la oreja contra Trump, el asesinato de congresistas locales demócratas de Minnesota) son resultado de la fractura social y política que, al mismo tiempo, producen más polarización.
El asesinato de Kirk es paradigmático en este sentido. Progresistas y conservadores se señalan con el dedo y se culpan unos a otros del suceso. En lo único en que están de acuerdo es que este acontecimiento marcará un quiebre en la política estadunidense. Le están echando leña y gasolina al fuego.
La polarización así vista y el extremismo político de derecha son fenómenos con características paradójicas: mientras más se combaten más crecen. Los cercos políticos a la ultraderecha y las denuncias desde el discurso liberal, aunque nos cueste admitirlo, son poco efectivos si no vienen acompañados de apuestas políticas más radicales y de políticas sociales profundas. La sentencia judicial contra Trump y su famoso mugshot no hicieron más que enardecer a sus bases políticas y lograr una mayor movilización, mientras los demócratas titubean (por decir lo menos) para apoyar a Zohran Mamdani como candidato a alcalde de Nueva York y parecen incapaces de disputar el encuadre discursivo de MAGA.
Trump con sus redadas y con los desplazamientos de la Guardia Nacional para recuperar ciudades “sumidas en el crimen” siembra miedo entre los habitantes de las ciudades santuario, los trabajadores agrícolas o industriales, independientemente de su situación migratoria o de residencia. El temor no conoce fronteras físicas ni simbólicas.
Para muchos, ser percibidos como “diferentes” implica un riesgo tangible. Las redadas en lugares públicos, los controles de identidad arbitrarios y la retórica antiinmigrante han normalizado una realidad donde un error administrativo o un prejuicio racial pueden separar a una familia en minutos. Derechos fundamentales, como la libertad de tránsito o el acceso a la educación, quedan suspendidos cuando puedes ser arrastrado hacia centros de detención que forman parte de un sistema hostil que devora sueños y futuros, ante la posibilidad de ser detenidos por agentes migratorios simplemente por el color de la piel, las facciones del rostro, el acento al hablar o incluso por la forma de vestir.
El asesinato de Kirk, episodio de violencia extrema —en un contexto de tensiones exacerbadas por discursos de odio—deshumaniza a la sociedad y alimenta el clima de división prevaleciente.
Frente a este panorama, mientras comunidades enteras tejen redes de solidaridad como herramientas de supervivencia, la generación Z se acerca peligrosamente al conservadurismo en un sistema fracturado.
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