Segundo piso

Consummatum est. De la reforma judicial a la reforma política

La representación de las minorías es vital para la pluralidad democrática. Las minorías suelen llevar a la mesa temas que los grandes partidos no pueden procesar por sí mismos.

Sucedió lo que suceder tenía. Se celebró la jornada electoral en la que la ciudadanía tuvo la posibilidad de votar para elegir personas juzgadoras en todos los niveles del Poder Judicial.

Pasarán diez días para que conozcamos el detalle de los resultados de esta elección, transcurrirán dos años para vivir la segunda parte de la renovación de jueces y magistrados y serán necesarios varios años más para que percibamos los cambios que pudieran darse en la impartición de justicia.

Pensar que Morena pudo capturar al Poder Judicial en esta elección es ignorar que se trata de un partido-movimiento con distintas expresiones, corrientes y liderazgos, en cuyo seno se da la lucha por el poder. La disputa por el poder es una constante y, si la oposición o los partidos coaligados no plantean peligro, el conflicto se desplaza al interior.

¿Murió la democracia mexicana? Una vez superado el proceso de elección judicial, emerge un tema pendiente en la agenda del segundo piso de la cuarta transformación: la reforma político-electoral. Lo deseable sería que en el debate nacional se delibere sobre distintas propuestas y formas para mejorar sustancialmente el componente electoral de la democracia mexicana.

El peor escenario estaría dado si el único rejuego de apoyos y resistencias a una iniciativa de reforma política se da solo al seno de la coalición gobernante, que la oposición siga pasmada y la opinión pública se mantenga polarizada, sin diálogo.

Se le atribuye al excanciller alemán socialdemócrata Willy Brandt la tesis de que los problemas de la democracia, que siempre existen, se resuelven con más democracia. En este momento no hay una iniciativa formal de la presidenta Sheinbaum. En el sexenio anterior hubo dos de naturaleza distinta, sustituidas por el llamado Plan C, que consistió en tener mayoría suficiente para no necesitar una reforma que quitara obstáculos a la transformación.

La reforma político-electoral puede ser tan amplia y profunda que contribuya a resolver los problemas de representación democrática, rediseñando la representación territorial del Senado y mejorando la representación de la población en la Cámara de Diputados, o tan solo incluir una serie de ajustes tácticos, según sea la voluntad de la mayoría en el Congreso y la calidad de los argumentos de quienes no pertenezcan a esa mayoría. Dos temas se han señalado como más preocupantes: la naturaleza de la representación proporcional para la inclusión de las minorías y los excesivos costos de campañas y prerrogativas financieras de partidos.

La representación de las minorías es vital para la pluralidad democrática. Las minorías suelen llevar a la mesa temas que los grandes partidos no pueden procesar por sí mismos. Así, se ha conseguido legislar sobre derechos específicos que son causas de fuerzas minoritarias. La democracia no puede ser completa si no contiene aquellos principios que ahora Donald Trump proscribe: diversidad, equidad e inclusión.

Los partidos políticos necesitan a los legisladores plurinominales, pero no se atreven a confesarlo. Si Morena quisiera desaparecer esa figura de representación, sus aliados el PVEM y el PT serían los primeros afectados y los primeros en oponer resistencia. Sheinbaum no ha hablado de desaparecer la inclusión de las minorías, sino de mejorar la calidad de su representación. Casi pasó desapercibido, pero en campaña, en Tercer Grado, cuando fue cuestionada al respecto, señaló que hay que estudiar la fórmula del repechaje que se aplica en Ciudad de México, en donde la lista de plurinominales se ordena en función del resultado electoral y van entrando los mejores perdedores de cada partido. Así los diputados plurinominales habrían hecho campaña por tierra como los demás.

Algunas ideas para gastar sustancialmente menos: disminuir a la mitad las prerrogativas de los partidos en periodos en los que no hay campaña; reducir los topes de campaña; proscribir la publicidad urbana porque, además de costosa y contaminante, alimenta a concesionarios con conflictos de interés. Es más eficaz una lona en la ventana de un vecino simpatizante que una portada cuestionable en un espectacular de carretera. También habría que mejorar los controles de fiscalización para evitar sobreprecios de utilitarios (o encuestas y campañas en redes sociales) y bancarizar los gastos de estructura.

Estos son solo dos temas de una reforma que debiera ser amplia y compleja. Conviene que expertos electorales, oposición, academia y opinadores analicen y propongan alternativas viables. Es necesario que se eleve la calidad del debate y, sin dejar de hacer oposición, abandonen el sabotaje que daña a la democracia y suelen perder.

Lectura recomendada: Tribunales débiles, derechos fuertes. Cómo pueden los jueces proteger derechos sin imponerse a la autoridad democrática de Mark Tushnet (Siglo XXI).

Gracias a LGCH por su apoyo invaluable.

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