México está peor hoy que hace un año. Esto es una realidad que se constata en varios frentes y que contrasta, paradójicamente, con la popularidad que mantiene Claudia Sheinbaum. El país que heredó tras su victoria electoral enfrenta condiciones más adversas que las que prevalecían cuando López Obrador saboreaba el triunfo de su candidata y su movimiento en las elecciones del 2 de junio.
La situación económica ofrece el ejemplo más claro de esto. Basta revisar los números: la inversión fija bruta cayó 7.8 por ciento interanual en febrero de 2025; el Banco de México recortó drásticamente su pronóstico de crecimiento para este año a apenas 0.1 por ciento; el dólar saltó de $16.9 a $19.4 en un año, y la inflación ha vuelto a repuntar.
Todo esto evidencia un panorama más incierto y desafiante para la economía mexicana. En parte, este escenario es resultado de las bombas de tiempo que López Obrador le dejó plantadas a Sheinbaum. La forma en que gastó todos los recursos a su alcance y aumentó el déficit público en el último año de su gobierno, para tratar de concluir sus megaobras y apuntalar a su movimiento en las elecciones, elevó el riesgo país y dejó a la presidenta sin mucho margen de maniobra.
La amenaza arancelaria de Trump ha agravado significativamente la incertidumbre económica, manteniendo en vilo a los mercados y a los inversionistas. Pero los aranceles son solo una cara de la moneda. Sheinbaum también enfrenta una presión externa más intensa en otros frentes —migración y narcotráfico— que la que encaró su antecesor. La presidenta ha navegado estas aguas turbulentas con prudencia y, hasta ahora, ha evitado que se materialicen los peores escenarios. Sin embargo, la realidad es incontestable: México está bajo acecho permanente como no lo había estado en décadas.
Si el panorama es hoy más sombrío, no es solo por las decisiones de López Obrador o las amenazas de Trump, sino también por acciones que ha tomado la propia Sheinbaum desde que asumió el poder. El impulso decidido a la reforma judicial, sin matices, ha sido un factor central en la pérdida de confianza entre los inversionistas. La desaparición de órganos autónomos reguladores ha eliminado contrapesos institucionales que brindaban certidumbre a los mercados. De igual manera, las limitaciones impuestas a la inversión privada en el sector energético han reducido los espacios para detonar inversiones y crecimiento económico.
Las reformas del “Plan C”, que Sheinbaum avaló e impulsó, han concentrado un poder institucional enorme en sus manos. Los pesos y contrapesos que caracterizan a la democracia representativa han quedado prácticamente desmantelados. Sheinbaum gobierna hoy con menos restricciones institucionales que cualquier presidente desde la transición democrática.
Sin embargo, Sheinbaum está lejos de tener la capacidad de conducción política de su antecesor. Los pleitos al interior de Morena son más frecuentes y ácidos. Legisladores de su propia coalición actúan por cuenta propia, desoyen sus llamados e incluso han votado en contra de sus iniciativas. En las últimas dos semanas, además, la CNTE la ha desafiado abiertamente en las calles, evidenciando su escasa ascendencia sobre una organización del magisterio que tradicionalmente ha respaldado a su movimiento.
Aunque en otros frentes —como seguridad o salud— se vislumbran intentos por rectificar el rumbo, todavía no se registran avances palpables. La gran paradoja es que, pese a todo ello, la popularidad de Sheinbaum se mantiene en las nubes. Las encuestas publicadas por El Financiero muestran incluso que sus números en manejo de la economía, seguridad y corrupción son mejores que los que tenía López Obrador hace un año.
En parte, esto es así porque la presidenta es menos polarizante. Pero también le ayuda que la oposición está más desorientada que nunca. Las voces críticas no tienen eco y se han encerrado en un silo en el que parece que ya solo se escuchan a sí mismas. No hay quien marque eficazmente las faltas del gobierno ni quien capitalice políticamente el deterioro de las condiciones del país. Los críticos hablan, escriben y se indignan, pero su mensaje no permea en la opinión pública ni genera consecuencias políticas reales. Este vacío opositor tampoco conviene a México ni a su democracia.
Un año después, el país enfrenta mayores vulnerabilidades económicas, menos margen presupuestal para atender sus necesidades, una división de poderes que existe solo en el papel, una oposición sepultada y un asedio constante desde su vecino del norte. El cuadro es todo menos alentador. Es cierto que Sheinbaum se sacó el tigre en la rifa del año pasado y que muchas variables escapan a su control, pero también lo es que, en más de un frente, le ha añadido unas cuantas rayas más.