Colaborador Invitado

Las 3 lecciones sin aplicar en Acapulco

Hemos sido buenos en la elaboración de planes de respuesta a desastres. Sin embargo, cuando llega el momento de activar esos planes los involucrados brillan por su ausencia.

Daniela Rodríguez*, experta en filantropía corporativa

Hay tres lecciones que los mexicanos hemos aprendido de otras experiencias relacionadas con los desastres naturales, pero no las hemos aplicado a la terrible experiencia del huracán Otis en Acapulco: agilidad, periodicidad y transparencia.

Es bien sabido que nuestro territorio se encuentra en una zona con altas probabilidades de ser afectado por tormentas tropicales y huracanes. También somos conscientes de que algunas regiones del país son propensas a movimientos sísmicos. Sin embargo, a pesar de los simulacros, alertas sísmicas y sistemas meteorológicos que practicamos, parecemos no ser eficientes cuando llega el momento crucial.

Lo mismo ocurre con los planes de respuesta a desastres tanto en el ámbito público como privado. Hemos sido buenos en la elaboración de estos planes, en establecer alianzas adecuadas y en diseñar fondos e instrumentos para hacer frente a las emergencias. Sin embargo, cuando llega el momento de activar esos planes y desplegar los recursos, la agilidad y eficiencia de los involucrados brilla por su ausencia.

Es sorprendente, por ejemplo, que industrias como la refresquera, cuyos productos están presentes en todos los rincones del país y llegan a cada refrigerador de las tienditas de colonia, a través de sus canales de distribución, aún no hayan puesto a disposición de los damnificados de Acapulco, Guerrero, los recursos etiquetados como “apoyo para desastres naturales”, y ya han pasado varios días del huracán Otis.

También es preocupante ver en las redes sociales y chats información falsa, incorrecta o poco confiable. Hemos realizado numerosos simulacros de evacuación, pero nos falta practicar simulacros para agilizar y garantizar la entrega de ayuda de manera ágil y legítima.

Para poder enviar la ayuda necesaria desde cualquier ámbito, debemos también ampliar nuestra perspectiva temporal sobre la recuperación de las comunidades afectadas. Debemos comprender el contexto de los damnificados y las zonas dañadas para brindar el apoyo adecuado a corto, mediano y largo plazo.

A corto plazo, debemos garantizar la seguridad y protección de todos, así como proporcionar las necesidades básicas como alimentos, agua potable, refugio y ropa. A mediano plazo, debemos asegurarnos de que se inicien las obras de reconstrucción y se restaure la infraestructura básica, como el acceso al agua y el saneamiento de la población.

A largo plazo, debemos diseñar proyectos de reconstrucción y resiliencia comunitaria. Resulta incongruente ver edificios aún derrumbados e inhabitables en algunas colonias de la Ciudad de México, seis años después del terremoto de 2017, cuando en las primeras horas posteriores al desastre, la ayuda no dejaba de llegar en forma de manos, botellas de agua, donaciones monetarias, publicaciones sobre personas desaparecidas, comida y albergue, entre muchas otras cosas.

En cuanto a la transparencia, debemos exigir instrumentos de evaluación y cumplimiento que garanticen que los recursos, ya sean económicos o en especie, lleguen en su totalidad y a tiempo a las personas, comunidades y territorios afectados, sin permitir fugas o desviaciones de los mismos.

Es lamentable que el icónico Puerto de Acapulco y el estado de Guerrero, hayan sido golpeados por un huracán de categoría 5. Espero sinceramente que sea la última vez que presenciemos esta magnitud de daño en tantos ámbitos (humano, económico, social, ambiental). Aprendamos las lecciones de Otis y trabajemos juntos, individuos, gobiernos, sector privado y organizaciones de la sociedad civil, por un genuino amor por México.

*Experta en sustentabilidad y responsabilidad social con 15 años de experiencia en filantropía corporativa.

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