El Globo

Entre locos te veas

Donald Trump admira el control absolutista de Vladímir Putin y de todos sus corifeos; desea eliminar los contrapesos de la democracia liberal más consolidada del mundo.

Donald Trump llamó ayer “loco” a Vladímir Putin: “Se volvió loco”, dijo, ante el continuo e imparable bombardeo a Ucrania.

Un epíteto fuera de lo común del americano al ruso, considerando la declarada admiración del primero por el segundo.

Más aún, en su sueño pacificador de Ucrania, Trump ha ofrecido múltiples concesiones a Putin, en aras de detener el incesante ataque y demostrarle al mundo, si acaso, que es un estadista con la capacidad para detener el conflicto y sentar a ambas partes a la mesa de negociaciones en su calidad de árbitro internacional.

En los hechos ha fracasado estrepitosamente.

Para su sorpresa, su “relación especial” con Putin, sustentada en acuerdos secretos, chantajes innombrables o pactos desconocidos, ha probado ser más de palabra que de dos socios o colegas que comparten visiones y entendimiento.

El líder del Kremlin se ha rebelado ante las condiciones trumpistas, tal vez más como un signo de independencia y de autonomía que no se doblega ante Washington, que como principio de negociación.

Los bombardeos han continuado de forma implacable, no sólo incrementados en número, volumen y capacidad destructiva, sino además como una señal de que esto no sólo no ha terminado, sino que Rusia tiene para mucho más.

Parece una respuesta cínica de Putin —clásica— disparar bombas y metralla a una negociación de paz. Todo su estilo.

La locura de Putin consiste no solo en su megalomanía, donde se emparenta de forma cercana con la de Trump, sino en su estratégica campaña (10-12 años ya) de minar las instituciones, elecciones y democracias occidentales en beneficio de Rusia y de su tiránico régimen.

Europa ha sufrido la intervención rusa, el ataque digital en redes, el financiamiento bastante conocido a partidos improvisados y propuestas populistas de izquierda, pero también de derecha. Tiene estrecha relación con Erdogan de Turquía (21 años en el poder) y con Orban de Hungría, que cualquiera pudiera ubicar en extremos opuestos.

Al final, toda tiranía se parece, aunque sea de un partido o de otro, de un perfil ideológico o del opuesto.

Trump admira el control absolutista de Putin y de todos sus corifeos; desea eliminar los contrapesos de la democracia liberal más consolidada del mundo. Y con enorme retroceso para las libertades americanas, Trump ha infringido ya un daño significativo a la arquitectura institucional de los Estados Unidos.

Su reciente ofensiva contra la Universidad de Harvard, como faro y heraldo del pensamiento universal, representa un atentado contra la diversidad, la pluralidad, la historia y la filosofía sin matices ideológicos, religiosos o conservadores.

Trump quiere un país de valores evangélicos, ultraconservadores, donde él y sus empresas sean los ganadores.

Putin quiere y controla un país sometido, empobrecido, con una economía débil como consecuencia de sus conflictos internacionales y las sanciones europeas y americanas.

Las medidas arancelarias de Trump han detonado un efecto disruptivo en los mercados internacionales, de consecuencias aún imprevisibles.

La invasión y anexión de Putin, además de la tolerancia que el mundo le concedió —especialmente en la primera a Crimea en 2014—, ha provocado la confrontación con Europa y el paquete de sanciones económicas que ha golpeado a su país.

En este mundo de locos desbocados, China y Xi Jinping esperan callados pero activos, tomando posiciones comerciales y económicas crecientes en Asia, África y América Latina. La presencia de China en estos continentes ha crecido sustancialmente, mientras los americanos debaten sobre el aborto y los valores republicanos.

El mundo gobernado por locos, por megalómanos dispuestos a sacrificar miles de vidas —Putin y la guerra— o beneficios y libertades ciudadanas —Trump— por imponer su modelo, su visión y su mandato supremo. A este grupo agregue usted al señor Netanyahu de Israel, cuya masacre del pueblo palestino en Gaza alcanza los niveles de exterminio. Nadie lo detiene, aunque se abran juicios de lesa humanidad en su contra.

¿Todas las locuras son iguales? ¿Todo grado de insanidad mental se parece?

Debiera responderlo un experto. Pero hoy claramente aparecen en el escenario mundial algunos desequilibrados que llegaron al poder y se instalaron ahí el elevado costo de la vida humana o de los avances jurídicos y democráticos. El derecho internacional pisoteado una y otra vez.

La locura nos gobierna.

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